A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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–No, para Priscilla Patterson.
–Ah –Dare pareció divertido–. Parece un problema interesante.
–Afirma ser hija de Coburn y se ha presentado en su despacho diciendo que quería conocerlo.
–Mierda.
–Sí. Pero la cosa no acaba ahí –mientras hablaba, observó los alrededores… y vio un coche oscuro aparcado a media manzana de allí. Su mirada pasó de largo para que nadie notara que lo había visto–. Me están vigilando, así que tengo que darme prisa. Ha dejado un Honda Civic azul a dos manzanas del despacho de Coburn. Necesito que lo traslades a algún lugar seguro antes de que lo encuentren los hombres de Coburn. Tampoco vendría mal cambiarle la matrícula, por si acaso.
–No hay problema. Le diré a Jackson que se encargue de ello. Después puede quedarse por allí para seguir a esa tal Patterson, o para lo que lo necesites.
Trace asintió:
–Sí, es buena idea –Jackson se había incorporado hacía poco a la operación, pero era de fiar–. Te llamaré esta noche.
–De acuerdo.
–Gracias.
–Trace… –Dare vaciló solo un segundo–. Ten cuidado.
–Descuida, lo tengo –colgó y volvió a entrar en la tienda.
Ya conocía la rutina: había acompañado a Hell en una de sus estrafalarias expediciones de compras. Cruzó la entrada del establecimiento, pasó por una gruesa cortina de terciopelo y entró en los probadores. Todo estaba muy adornado, con telas lujosas y espejos por todas partes. Se sentó en un asiento con cojines y puso los pies sobre una mesita lacada redonda. Echó un vistazo a los probadores. Por debajo de una cortina vio unos pies pequeños y finos.
Priss.
Los pies estuvieron largo rato sin moverse, así que por fin se aclaró la garganta.
–Sal para que te vea, Priss.
La oyó gruñir y luego refunfuñar:
–Es una indecencia.
Trace ya lo sabía, y aun así se le aceleró el pulso.
–Eso seré yo quien lo juzgue. Ahora, deja de esconderte.
Se abrió la cortina, Priss asomó la cara, miró a su alrededor y al no ver a Twyla, hizo una mueca y dio un largo paso adelante.
Sin darse cuenta, Trace puso los pies en el suelo y se inclinó hacia delante.
–Date la vuelta.
Priss puso los ojos en blanco y dio una vuelta tan rápida que a Trace no le dio tiempo a verla bien. Sin embargo, le bastó verla así.
Santo cielo, aquella chica era toda curvas, pura sensualidad. No tendría que esconder ningún defecto, ni siquiera completamente desnuda.
Era… perfecta.
Se le quedó la boca seca.
–Gírate otra vez, más despacio, para que pueda verte bien.
Ella refunfuñó algo, pero obedeció.
El dibujo en zigzag del vestido de malla dejaba algunos lugares clave a la vista, como sus muslos, su vientre y su escote. Cruzaba su pecho ocultando apenas sus pechos, y lo mismo podía decirse de su pubis y de la forma de su trasero.
Solo un idiota podía malinterpretar cuáles eran las intenciones de Murray al hacer que se vistiera tan provocativamente… y Priss no era idiota. ¿Por eso le estaba siguiendo la corriente?
Twyla volvió con unos zapatos negros de tacón de aguja.
–Muy bien –echó la cabeza hacia atrás mientras la observaba atentamente. Bajó las cejas, tiró un par de veces de la tela, bajó el escote y subió un poco el bajo–. Con este vestido no necesitas medias, pero pruébate estos zapatos.
Priss pareció angustiada.
–No sé caminar con ellos.
–Entonces tendrás que aprender, ¿no crees? –Twyla le dio los altísimos tacones.
Cuando Priss se inclinó para ponérselos, Trace pensó que uno de sus pechos iba a salirse del estrecho escote. Contuvo la respiración, esperó… pero no, no se salió.
«Por poco».
Cuando se incorporó otra vez, vio que tenía unas piernas preciosas. Realmente preciosas. Largas, firmes y tersas.
Maldición. Se pasó una mano por la boca. Murray se volvería loco cuando la viera así, aunque fuera su hija.
Respiró hondo y siguió representando su papel:
–Tiene que soltarse el pelo.
Priss le lanzó una mirada fulminante, pero no protestó cuando Twyla comenzó a quitarle la goma sin importarle que pudiera arrancarle de paso unos cuantos pelos.
–Dámela.
Twyla lo miró extrañada, pero le dio la goma, de la que colgaban varios cabellos largos. Trace se la guardó en el bolsillo. Una cosa hecha: recoger una muestra de cabello para el análisis de ADN.
La larga melena de Priss cayó sobre sus hombros, sobre sus pechos y, tal y como sospechaba Trace, llegó hasta lo alto de su irresistible trasero.
–Nos lo quedamos –dijo él.
–¿No deberíamos preguntar el precio? –dijo Priss mientras se tiraba del bajo del vestido. Twyla le dio un manotazo con el dorso de la mano.
Trace intervino antes de que se desataran las hostilidades: no sabía cuánto tiempo más podría aguantar Priss sin perder la compostura.
–Que el siguiente sea un poco más discreto, para llevarlo un día cualquiera. Unos vaqueros ceñidos quizá, y un par de camisetas.
–¿Y quizá también unos zapatos un poco más prácticos? –añadió Priss intentando parecer indecisa, en vez de rabiosa.
Twyla miró a Trace. Él se encogió de hombros.
–No queremos que se caiga de bruces. Tráele algo con un tacón más grueso.
–Unos botines servirán –afirmó Twyla–. Con esas piernas, le quedarán de película –luego añadió mirando a Priss–: Con ese vestido tienes que quitarte la ropa interior.
Priss soltó un chillido:
–¿Tengo que ir sin nada debajo?
Twyla no le hizo caso. Trace no pudo ignorar su pregunta:
–Tienes que estar lo más guapa posible, Priss. Haz caso a Twyla. Sabe lo que hace.
–En