A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Читать онлайн книгу A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster страница 18
Priss se preguntó si se había propuesto pillarla desprevenida. Mientras la interrogaba y escuchaba sus respuestas, no dejaba de vigilar la zona. Cuando salieron de nuevo a la carretera, no se dirigió a la autopista, sino que comenzó a callejear.
–Tuvo un derrame cerebral.
–Entonces ¿lo que le dijiste a Murray era verdad?
Ella asintió.
Trace siguió conduciendo con una mano y con la otra tocó su rodilla.
–Lo siento.
Priss deseó poner su mano sobre la de él, pero antes de que pudiera reaccionar él la apartó de su rodilla.
–No has sido precisamente amable conmigo, Trace, así que ¿por qué iba a creerte?
Se encogió de hombros.
–Cada uno de nosotros tiene que atenerse a su papel y tú lo sabes –la miró y volvió a fijar la mirada en la carretera–. Yo perdí a mis padres hace mucho tiempo. Al margen de lo que esté pasando, sé lo que supone pasar por eso.
Priss aceptó su explicación.
–Gracias.
–¿Fue duro?
–Sí. Sufrió mucho tiempo antes de morir. Estaba… incapacitada. No podía valerse sola. Se fue consumiendo poco a poco y, al final, la muerte fue una liberación.
Trace volvió a posar la mano en su rodilla y la apretó.
–¿La cuidaste tú misma?
–Lo mejor que pude –le dolió el pecho al recordar lo torpe que había sido–. No había nadie más. Pero tenía que trabajar y llevábamos tanto tiempo ocultándonos…
–¿Para que Murray no supiera nada de vosotras?
–¿Por qué iba a ser, si no? Mi madre no creía que Murray fuera a interesarse de verdad por mí. Como padre, al menos. No se fiaba de él, y con razón. Por eso teníamos un sex shop. Mi madre decía que a Murray jamás se le ocurriría buscarnos ahí.
–¿Pensaba que él creería que había vuelto a su vida de clase media?
Priss asintió.
–Así que se escondió donde sabía que no la buscaría. Pero debido a nuestra forma de vida no teníamos seguro, ni mucho dinero ahorrado.
Siguieron circulando un rato en silencio y Priss cerró los ojos. Había sido un día muy largo y complicado. Y aún no había acabado.
Pasados diez minutos, Trace preguntó:
–¿Estás dormida?
–No –hacía tanto tiempo que no dormía de verdad, que casi había olvidado cómo era.
–¿Quién se está encargando de la tienda?
–Mi socio, Gary Deaton –Priss odiaba pensar en eso, porque sabía que Gary no tendría las cosas como a ella le gustaban.
–¿Sois solo socios o algo más?
–¿Algo más? ¡Puaj! Ni pensarlo –la idea era tan repugnante que se estremeció–. Solo socios, gracias. Ni siquiera eso, en realidad. Gary es más bien un empleado. Yo lo llamo socio porque trabaja tantas horas como yo. A veces, más. Ahora que estoy aquí, muchas más, claro.
–¿Hay alguien más?
–No, y ¿a ti qué te importa, además?
–Solo quería saber si hay alguien más implicado en este absurdo plan tuyo –dobló otra esquina y acabaron en una calle que a Priss le sonaba–. O si tienes a alguien en casa que pueda empezar a buscarte en cuanto no des señales de vida.
Priss no estaba preocupada, pero tampoco se tomaba a la ligera a Trace.
–¿Otra vez estás pensando en matarme?
Él se rio un momento.
–En matarte, no.
¿Qué estaba pensando en hacerle, entonces? Priss no se atrevió a preguntar. Tenía que mantener a raya a Trace Miller, o como quiera que se llamase.
–Este tipo de vida no se presta mucho al romanticismo.
Él le acarició la rodilla con el pulgar y Priss si preguntó si era consciente de lo que estaba haciendo.
–Trace…
–Estaba pensando que no he visto que tuvieras una sola peca. Ni en la cara –le lanzó una mirada rápida–, ni en el cuerpo.
–Sí, ¿y qué?
–Que es muy curioso teniendo en cuenta el color de tu pelo, ¿no crees?
Priss le retiró la mano.
–En primer lugar, las manos quietas, ¿entendido?
Él no dijo nada, pero Priss vio que esbozaba una levísima sonrisa.
–Y en segundo lugar, ¿te has fijado por casualidad en que mis cejas y mis pestañas son de color castaño oscuro, sin una gota de rojo?
–¿Y?
–Que no soy como otras pelirrojas, que lo tienen todo… –se puso colorada– rojo.
–¿Ah, sí? –él miró significativamente su regazo–. No me digas.
Priss le dio un puñetazo en el hombro.
–No me gusta lo que estás pensando.
–No sabes lo que estoy pensando –y añadió con otra sonrisa provocativa–: ¿O sí?
Priss cruzó los brazos.
–Si lo que insinúas es que me tiño el pelo, la respuesta es no. Lo tengo todo natural.
–Eso ya lo veremos.
–¡Tú no vas a ver nada!
–Ya lo he visto casi todo hoy –repuso Trace en voz baja–. Si me hubiera acercado un poco para verte mejor…
–¡Basta ya! –Priss sintió la cara acalorada, y odiaba sentirse así–. Y eso me recuerda que quiero que borres esa maldita fotografía.
–Ni lo sueñes. Verte con ese conjunto fue un momento estelar para mí –paró en un aparcamiento, dejó el coche al ralentí y miró a su alrededor–. Tenías razón. Este sitio es un verdadero antro.
Priss ni siquiera se había dado cuenta de que habían llegado a su apartamento. Se enfadó al pensar que se había distraído hasta ese punto por culpa de Trace. Eso podía ser mortal.
Tarde o temprano lo pillaría desprevenido,