A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster

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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster Tiffany

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es forma de hablar para una colegiala?

      –Soy una mujer adulta.

      –¿Sí? ¿Cuántos años tiene?

      –Veinticuatro –contestó ella a regañadientes.

      Trace abrió su cartera y echó una ojeada a su carné de conducir.

      –Veinticuatro –repitió–. Pero viste como una catequista –sin echarle más que un vistazo, memorizó su dirección. Era extraño que viviera en el mismo estado que Murray y que no se conocieran.

      Haría comprobar la dirección en cuanto pudiera. Pero por si acaso a Murray se le ocurría lo mismo… Trace la miró y, al ver que estaba mirando para otro lado, se guardó el carné en el bolsillo.

      Hurgó entre el resto de sus pertenencias y registró el interior del bolso en busca de bolsillos escondidos.

      –Hablando de ropa –la miró–, a mí no me engaña. Puede ahorrarse el numerito de la mosquita muerta.

      Ella giró bruscamente la cabeza y le clavó la mirada. La coleta realzaba sus pómulos altos, el puente recto de su nariz.

      –¿Qué está sugiriendo exactamente?

      Trace observó una fotografía de ella cuando era pequeña, con una mujer que se parecía mucho a ella. Quizá fuera su madre. Hasta de pequeña parecía luchadora y tenaz, como si estuviera dispuesta a comerse el mundo. Aquella foto le inquietó sin saber por qué.

      –Está tramando algo y eso no me gusta.

      –No es asunto suyo.

      Él siguió examinando sus pertenencias.

      –Es asunto mío si la palma aquí –contestó tranquilamente.

      Ella se quedó callada un momento, pero no pareció asustada.

      –¿Cree que mi padre sería capaz de matarme?

      Trace la escrutó con la mirada. Era más sutil, pero a su modo tan mortífera como Hell, no le cabía ninguna duda. Sus ojos verdes claros, su voz imperturbable, tenían el filo del peligro. Dadas las circunstancias, parecía extrañamente tranquila.

      –Mire al frente.

      –No me fío de usted.

      –Como es lógico –le puso las manos en el cuello. Era sedoso. Cálido y terso como la seda. Bajó lentamente los dedos hasta sus hombros y luego por cada brazo. Tan esbeltos, tan jóvenes…

      En un auténtico cacheo, habría sido minucioso pero también rápido. Esta vez, no. Estaba dispuesto a pasarse de la raya, si de ese modo podía sacarla de allí. Priscilla Patterson podía ser un enigma con intenciones ocultas, pero aun así no quería verla asesinada. Y si jugaba con Coburn, eso sería lo que pasara.

      –Tranquila –le puso las manos sobre los pechos y notó que llevaba una especie de faja. Levantó una ceja–. ¿Oculta algo?

      –Soy pudorosa –contestó con voz rasposa y tensa.

      –Ya –bajó las manos por sus costados, hasta su vientre cóncavo, las deslizó por sus caderas redondeadas, por sus largos muslos y las metió bajo su falda.

      Ella dio un respingo.

      –Estese quieta –dijo Trace con voz ronca–. Mantuvo una mano sobre sus riñones y deslizó la otra entre sus piernas. Unas bragas muy pequeñas… y nada más.

      Bueno, sí: calor. Calor a montones.

      Acercó la mano a la carne tersa de su muslo, la posó sobre su pubis, sintió sus rizos a través de la tela suave de las bragas y…

      –¿Es que no ve que no llevo nada escondido?

      –Esconde algo, ya lo creo que sí –Trace sacó la mano, pero siguió notando un hormigueo en los dedos. Agarró sus caderas un momento y la sostuvo así mientras intentaba dominarse. Al ver que ella empezaba a incorporarse, dijo–: Todavía no.

      Ella se golpeó con la frente en la mesa y gimió. Seguía teniendo las piernas rectas y el trasero en alto, en la postura perfecta para practicar el sexo. Así, podría penetrarla hasta tan dentro que…

      Como si supiera lo que estaba pensando Trace, ella juntó las manos por encima de la cabeza y dejó escapar un gruñido. Trace esbozó una sonrisa.

      Aquella mujer no se dejaba intimidar fácilmente, y él ya se había atormentado bastante.

      –Incorpórese para que pueda desabrocharle la blusa.

      –¿Para qué?

      –Necesito registrarla por debajo de la banda.

      Ella empezó a temblar. Trace tuvo la sensación de que temblaba de rabia, no de nerviosismo. Pero ella estiró los brazos, levantó el torso y se apartó de la mesa. Mientras él empezaba a desabrocharle los pequeños botones de la blusa, preguntó:

      –¿Qué dirá mi padre cuando le cuente lo que me ha hecho?

      –¿Por qué no se lo cuenta y lo averigua? Pero le aseguro que es lo que espera de mí.

      Ella se volvió para mirarlo.

      –¿Habla en serio?

      –Es un empresario de alto nivel con muchos enemigos. Protegerlo es mi trabajo. Aquí nadie sabía que tenía una hija, así que ¿por qué tenemos que creerla?

      Había acabado de desabrochar los botones y la hizo volverse hacia él.

      Una ancha banda elástica cubría su torso. Podía ser una faja o algo parecido, pero estaba claro que no estaba hecha para el pecho de una mujer. Estaba tan prieta que Trace no se explicaba cómo podía haber metido sus pechos allí, cuanto más otra cosa. Claro que había dejado de buscar un arma casi desde el principio.

      Lo único que pretendía con aquel numerito era que se replanteara sus planes.

      –¿Puede respirar con eso puesto?

      –Respiro perfectamente.

      Trace la miró a los ojos.

      –Bájeselo.

      Tenía los brazos sueltos junto a los costados y parecía relajada. Trace comprendió lo que se proponía. Lo vio en sus ojos. Sonrió de nuevo y susurró:

      –Inténtelo.

      Pareció sobresaltada:

      –¿Qué?

      –Se dispone a atacar, preciosa. Lo noto –miró su boca–. Si por conservar su pudor es capaz de arrojar por la borda sus planes, hágalo.

      Ella apretó los dientes. Pareció pensárselo.

      –Pero que sepa que no puede vencerme –añadió Trace, arrimándose un poco

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