Un cuento de magia. Chris Colfer

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Un cuento de magia - Chris Colfer

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no me importa lo que Brooks diga sobre mí.

      –Bueno, debería –dijo la señora Evergreen con severidad–. En dos años, cumplirás dieciséis y los hombres querrán cortejarte para casarse contigo. No puedes arriesgar una reputación que espante a todos los buenos. No quieres pasar el resto de tu vida con alguien cruel e ingrato… créeme.

      Los comentarios de su madre dejaron a Brystal sin palabras. No sabía si solo era su imaginación o si en verdad las marcas oscuras que rodeaban los ojos de su madre estaban mucho más oscuras de lo que estaban antes del desayuno.

      –Ahora, ve a la escuela –le dijo la señora Evergreen–. Yo me encargaré de lavar esto.

      Brystal estaba determinada a quedarse y discutir con su madre. Quería enumerarle todas las razones por las que su vida sería diferente a la de otras niñas, quería explicarle por qué ella estaba destinada a grandes cosas que excedían el matrimonio y la maternidad, pero luego recordó que no tenía ningún tipo de evidencia que respaldara sus creencias.

      Tal vez su madre tenía razón. Quizás Brystal era una tonta por pensar que el mundo era otra cosa más que oscuridad.

      Sin nada más que decir, Brystal se marchó de su casa y se encaminó hacia la escuela. Mientras caminaba hacia el pueblo, la imagen de su madre sobre el lavabo se quedó impregnada con mucha fuerza en su mente. Le preocupaba que eso, en realidad, fuera un vistazo a su propio futuro y no tanto un mero recuerdo de su madre.

      –No –se susurró a ella misma–. Esa no va a ser mi vida… Esa no va a ser mi vida… Esa no va a ser mi vida… –repitió la frase mientras caminaba con la esperanza de que, si la decía suficientes veces, apagaría sus miedos–. Puede parecer imposible ahora, pero yo sé que algo está a punto de ocurrir… Algo está a punto de cambiar… Algo está a punto de hacer que mi vida sea diferente…

      Brystal tenía razón en estar preocupada, escapar de los confinamientos del Reino del Sur era algo imposible para una niña de su edad. Pero, en unas pocas semanas, lo que ella consideraba imposible estaba a punto de cambiar para siempre.

      Capítulo dos

      Una señal

      Ese día en la Escuela para Futuras Esposas y Madres de Colinas Carruaje, Brystal aprendió qué proporción de té es adecuada servirle a una visita inesperada, qué tipo de aperitivo cocinar para una reunión formal y cómo doblar una servilleta con la forma de una paloma, entre otras cosas fascinantes. Para el final de la clase, Brystal había puesto los ojos en blanco tantas veces que le habían comenzado a doler.

      Por lo general, era buena para ocultar su malestar en la escuela, pero sin el consuelo de un libro que la esperara en su casa, era mucho más difícil ocultar la irritación.

      Para aliviarse, Brystal pensó en la última página que había leído en Las aventuras de Tidbit Twitch antes de dormirse la noche anterior. El héroe de la historia, un ratón de campo llamado Tidbit, estaba colgado de un acantilado mientras luchaba contra un dragón feroz. Sus pequeñas garras se estaban cansando mientras se balanceaba de cornisa en cornisa, esquivando el aliento de fuego del monstruo. Con el último rastro de energía, arrojó su pequeña espada hacia el dragón, con la esperanza de herir a la bestia y poder subir hacia un lugar seguro.

      –¿Señorita Evergreen?

      Por una especie de milagro, la espada de Tidbit voló por los aires y se clavó en el ojo del dragón. La criatura levantó la cabeza hacia los cielos y gritó del dolor, soltando géiseres de fuego feroces hacia el cielo nocturno. Justo cuando Tidbit trepaba por la ladera del acantilado, el dragón lo azotó con su cola puntiaguda y derribó al ratón del peñasco en el que se encontraba aferrado. Tidbit cayó hacia la tierra rocosa abajo, mientras sacudía sus extremidades de un lado a otro en busca de algo, cualquier cosa, para sujetarse.

      –¡Señorita Evergreen!

      Brystal se sentó derecha en su asiento como si hubiera sido pinchada por un alfiler invisible. Todas sus compañeras de clase voltearon hacia su pupitre en la parte trasera del salón y la miraron con el ceño fruncido. Su maestra, la señorita Plume, la miró con seriedad desde el frente de la clase sin separar los labios y levantando una de sus cejas finas.

      –Ehm… ¿sí? –preguntó Brystal con una mirada inocente.

      –Señorita Evergreen, ¿está prestando atención o está soñando despierta otra vez? –le preguntó la señorita Plume.

      –Estoy prestando atención, por supuesto –mintió.

      –Entonces, ¿cuál es la forma correcta de manejar la situación que acabo de describir? –la desafió la maestra.

      Obviamente, Brystal no tenía idea de lo que la clase discutía. Las otras niñas rieron entre dientes, anticipando un buen castigo. Afortunadamente, Brystal sabía la respuesta que resolvía todas las preguntas de la señorita Plume, sin importar cuál fuera el tema.

      –Supongo que le preguntaría a mi futuro esposo qué debo hacer –contestó.

      La señorita Plume miró a Brystal por un momento sin parpadear.

      –Eso es… correcto –dijo la maestra, sorprendida de tener que admitirlo.

      Brystal suspiró aliviada y sus compañeras suspiraron decepcionadas. Siempre ansiaban momentos en los que Brystal fuera regañada por su infame costumbre de andar soñando despierta. Incluso la señorita Plume parecía decepcionada de perderse una oportunidad para regañarla. La maestra habría hecho una muestra de decepción con sus hombros si su corsé apretado se lo hubiera permitido.

      –Sigamos –les ordenó la señorita Plume–. Ahora revisaremos la diferencia entre atar lazos para el cabello y agujetas y los peligros de confundirlos.

      Las estudiantes festejaron entusiasmadas por la próxima lección y su felicidad hizo que Brystal muriera un poco por dentro. Sabía que no podía ser la única niña en toda la escuela que quisiera una vida más excitante que para la que las estaban preparando, pero mientras observaba a sus compañeras estirar el cuello para ver lazos y agujetas, no sabía si todas eran actrices fenomenales o tenían el cerebro fantásticamente lavado.

      Brystal había aprendido a no mencionarle sus sueños o frustraciones a nadie, ya que no hacía falta que dijera nada para que la gente se diera cuenta de que era distinta. Al igual que los lobos de otra jauría, toda la escuela podía prácticamente olerlo. Y dado que el Reino del Sur era un lugar tenebroso para las personas que pensaran distinto, las compañeras de Brystal se mantenían alejada de ella, como si pensar distinto fuera una enfermedad contagiosa.

      No te preocupes, un día se arrepentirán de esto…, pensó Brystal. Un día desearán haber sido más agradables conmigo… Un día celebrarán mis diferencias… Un día ellos serán infelices y yo no…

      Para evitar atraer más la atención, Brystal se quedó en silencio y prestó atención de la mejor manera hasta el final de la clase. El único momento en el que se

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