Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea. Angy Skay
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Читать онлайн книгу Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea - Angy Skay страница 26
—Disculpe, señor alemán, pero es la realidad.
Retomé el contacto de mis manos con las de mi amiga. La miré justo en el instante en el que la puerta de la calle se abrió, y noté los nervios de Angelines en mis manos cuando Ma llegó voceando que ya tenía la prueba de embarazo, toda contenta e ilusionada, casi dando saltitos. En parte, porque podría ser que en breve consiguiera una amiga gestante con la que compartir dramas de mujeres hormonadas, consejos de posturas para dormir, colores de los muebles del bebé y ropita que comprar. Y, en parte, porque ella era feliz con tener en la mano una prueba a la que mearle encima, sin más.
Y era mentira, porque no traía solo una, sino cuatro.
—¿Por qué tantas? —le preguntó Angelines, entrando al baño.
Tras ella íbamos Ma, yo, Patrick, dándonos empujones, Alejandro, Kenrick, el Pulga, el Linterna y, cerrando la cola, los cabrones: Boli y Roberto. Azucena y Vladimir se cruzaron por mis pies y, al final, llegaron los primeros. Como la vida misma.
—Por si falla uno, tenemos tres más para verificar resultados. Bájate los pantalones, siéntate en el váter y mea. Vamos.
Angelines levantó sus ojos hacia la cola interminable de personas que tenía tras ella y los abrió como platos. Tragó saliva y su dedo voló por encima de la cabeza de Ma, señalándonos a todos.
—¿Podéis dejarme sola?
—¿Sola? —le pregunté.
—¿Sola? —le preguntó Ma.
—Sí, sola. Conmigo. Vamos, todos fuera.
Patrick pasó su enorme cuerpazo por delante de nosotras y se colocó el primero, empujándonos con delicadeza para que abandonáramos el habitáculo. Ma negó con la cabeza y refunfuñó que ella no se iba de allí, y yo me crucé de brazos y anclé mis pies al suelo para que no me moviese.
Angelines se llevó las manos a la cabeza cuando todos empezamos a discutir. Unos porque no veían, otros porque no queríamos irnos, el alemán porque pedía un poco de intimidad para que su novia se hiciese una puta prueba de embarazo. Y yo lo entendí. A él y a ella, quien, con los ojos bañados en lágrimas, indicó que la situación estaba desbordándola.
—Por favor… —musitó Angelines—. Necesito que salgáis todos. Todos.
—No pienso moverme de aquí —le aseguró el alemán.
—Patrick, que salgas del puto baño.
—Angelines, que no salgo del puto baño.
Y se sentó en el taburete que tenía frente al váter. Ma, muy sutilmente, empujó mi cuerpo hacia dentro del espacio reducido, después apartó un poco las manazas de Alejandro de la puerta, lo miró con una sonrisilla en plan «Quítate, o te aplasto los dedos», y cerró.
El alemán no podía creerlo, y sus ojos lo mostraron.
—Venga, ahora que estamos solos, mea —le ordenó Ma.
Y, sin saber por qué, Angelines comenzó a reírse como una cosaca. Tal vez fuese la manera tan peculiar de Ma para salirse con la suya o un conjunto de todo. Miró a Patrick, abrió la caja y quitó el tapón del predictor para colocarlo en su sitio. Cuando terminó, lo soltó con fuerza sobre el lavabo y miró al rubiales, que contempló el cacharro y después a ella.
—No sé cómo ha podido pasar… —murmuró, creí que justificándose.
El alemán le contestó como si nosotras no estuviésemos en aquella conversación:
—Da igual cómo haya pasado, lo…
No le dio tiempo a terminar cuando una pelirrosa interrumpió las miradas cómplices y las palabras bonitas:
—Positivazo. Estás preñá hasta las cejas.
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