Rebeldes, románticos y profetas. Iván Garzón Vallejo

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Rebeldes, románticos y profetas - Iván Garzón Vallejo

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entre connacionales, tal como ha planteado recientemente Armando Borrero en su libro De Marquetalia a Las Delicias (Planeta, 2018).

      El libro de Iván Garzón constituye una sólida reflexión en torno a la responsabilidad política, moral e intelectual que tuvieron miembros de la intelectualidad y, en particular, de la Iglesia católica, en el uso de las armas para lograr un cambio social en Colombia. Responsabilidad, no culpabilidad, pues la Iglesia en Colombia, a diferencia de sus pares en Irlanda del Norte y el País Vasco, no se comprometió institucionalmente con la lucha armada. La condenó, pero, como argumenta el autor, de manera ambigua y no siempre contundente. De ahí su responsabilidad.

      Es importante señalar que la obra del profesor Garzón se inscribe en un novedoso terreno de investigación y reflexión que abrió el profesor de EAFIT, Jorge Giraldo, con su libro pionero, Las ideas en la guerra. Justificación y crítica en la Colombia contemporánea (Debate, 2015). Ambos autores cuestionan el discurso que buscó justificar la lucha armada en América Latina y en Colombia, a partir de la existencia de factores objetivos que hacían inevitable una alta conflictividad social y, por tanto, hacían inexorable un enfrentamiento a través de las armas. Se trata, argumentan ambos, de una correlación falsa. No todo conflicto social forzosamente se traduce en violencia. Existen muchas formas de resolver tensiones en una sociedad por otras vías distintas y pacíficas. Salvo, y ese fue el papel de los rebeldes y los románticos, que los ideólogos justifiquen la lucha armada con el argumento de que es inviable construir una sociedad más justa sin empuñar las armas. Como dice Garzón, “las ideas son cualquier cosa, menos intrascendentes”.

      Además de los mal llamados “factores objetivos”, la otra forma para justificar la lucha armada ha sido la de afirmar que no fue una decisión de los propios movimientos armados, sino que les fue impuesta por la represión estatal. Que fue una lucha de resistencia. En 1992, finalmente, tras muchas reticencias, un amplio grupo de intelectuales, periodistas y artistas, encabezados por Gabriel García Márquez, Fernando Botero, Antonio Caballero y Enrique Santos le enviaron una enérgica carta a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolivar (CGSB), compuesta en aquel momento por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la pequeña disidencia del Ejército Popular de Liberación (EPL) que no se acogió a los acuerdos de paz de 1990 y 1991, en la cual le planteaban que ya era claro que la lucha armada no solamente era inconducente y, fundamentalmente, desfavorable para los intereses populares (El Tiempo, 29 de noviembre de 1992). En la “Respuesta de la CGSB a los intelectuales colombianos”, los mandos de la Coordinadora sostuvieron que “es importante destacar que la lucha guerrillera revolucionaria en Colombia nació, se desarrolló y continúa creciendo como respuesta popular a la permanente violencia del Estado que impide a sangre y fuego la existencia de una oposición al establecimiento. No ha sido, pues, ni un fin ni un objetivo. Ha sido simplemente un medio para resistir la agresión y luchar por la democracia y la dignidad” (Nueva Sociedad, n.º 125, mayo-junio de 1993).

      El libro de Iván Garzón es, ante todo, una dura interpelación en torno al papel de religiosos e intelectuales en la justificación de la lucha armada en Colombia. Hubo, según el autor, como ya mencionamos, una condena de la lucha armada en el seno de la Iglesia católica, pero se trataba de una condena ambigua, pues, al mismo tiempo, había una comprensión hacia quienes decidían tomar las armas en sociedades injustas y desiguales. La teología de la liberación y su discurso en torno a la Iglesia de los pobres reafirmaba el carácter sagrado de la vida humana, pero, al mismo tiempo, no cerraba totalmente las puertas para justificar el uso de las armas para combatir la violencia estructural que le negaba los mínimos vitales a la inmensa mayoría de la población.

      El discurso de algunos sectores en la Iglesia se veía reforzado por los discursos académicos que hablaban, refiriéndose a Colombia, de una democracia restringida, un sistema político cerrado, una violencia institucional y un sistema capitalista dependiente que bloqueaba las posibilidades para alcanzar el desarrollo y la democracia. Un discurso que permitió, según Garzón, “la banalización de la violencia”. El quinto mandamiento, “No matarás”, cayó en el olvido.

      Tal vez el peor error de los intelectuales de izquierda en Colombia —incluso de aquellos que no apoyaban la lucha armada—, fue la descalificación radical de las instituciones democráticas en Colombia. Una democracia calificada como formal y restringida (o democracia burguesa, en la jerga de la época), que debía ser barrida del mapa. “El que escruta, elige”, decía Camilo Torres. Por ello, hubo oídos sordos a un consejo muy sabio del ‘Che’ Guevara en su ensayo más famoso La guerra de guerrillas (1960): “Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. Esta frase del ‘Che’ fue escrita pensando, fundamentalmente, en Uruguay. Pero era, igualmente, válida para nuestro país.

      En Colombia no se ha escrito una historia integral de los intelectuales y su papel en la sociedad. Daniel Pécaut, el gran colombianista francés, escribió una magnífica historia de los intelectuales brasileños (Entre el Pueblo y la Nación. Las intelectuales y la política en Brasil, 1989), pero nos quedó debiendo una sobre los de su país de adopción. Jorge Giraldo e Iván Garzón han comenzado a llenar este vacío.

      El libro de Iván Garzón interpela y desafía a los miembros de la Iglesia, a los académicos y a los intelectuales a repensar cuál fue en el pasado su papel en el conflicto armado, pero, igualmente, cuál debe ser su papel hoy y mañana para construir una nueva sociedad.

      Es un libro valiente. Garzón no teme enfrentar los discursos almibarados que todavía no se atreven a criticar de manera radical la opción de las armas o, incluso, lo que es aún más grave, los que todavía justifican la persistencia de la lucha armada con base en un discurso arcaico en torno al “derecho a la rebelión”. Este fue el caso, por ejemplo, del padre Javier Giraldo en su documento para la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, 2015), elaborado en el marco de las negociaciones de La Habana entre el gobierno y las FARC.

      Y es tambien un libro bien escrito, bien documentado y con argumentos sólidos y consistentes. Mi generación se va a ver duramente cuestionada. De igual manera la Iglesia. Se trata, sin duda, de un libro destinado a abrir un amplio y necesario debate sobre el pasado, el presente y, sobre todo, el futuro del rol de los intelectuales y de la religión en la sociedad. Como dice el autor, con base en el pensamiento de Michael Walzer, se trata de “un ejercicio crítico que mira hacia el pasado con la intención de que la discusión acerca de ese pasado tenga una resonancia futura”.

      Eduardo Pizarro Leongómez,

       12 de agosto de 2019

      AGRADECIMIENTOS

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      Durante los tres años en que estuve escribiendo este libro adquirí muchas deudas intelectuales y personales. Trataré de mencionarlas todas para empezar a saldarlas.

      En primer lugar, este libro tiene dos deudas intelectuales impagables: la inspiración del trabajo de Jorge Giraldo Las ideas en la guerra y el interés que Andrés Felipe Agudelo me contagió por la historia de la violencia en Colombia. Las luces y la motivación que ambos me brindaron en las decenas de conversaciones que tuvimos, así como el material que me recomendaron, fueron esenciales para que este barco llegara a puerto.

      Estoy muy agradecido también con la hospitalidad y las conversaciones tan estimulantes que sostuve con José Casanova en la Universidad de Georgetown, así como con los fellows del Berkley Center for Religion, Peace & World Affairs durante el semestre de 2017 que estuve allí

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