La noche del dragón. Julie Kagawa

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La noche del dragón - Julie Kagawa La sombra del zorro

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de las Montañas Lomodragón. Cuál era la razón por la que ella, un espíritu errante sin vínculo con el mundo, había elegido viajar a través del Imperio con un bello y misterioso desconocido y un yokai de un solo ojo, todavía no estaba segura. Quizá se debía a que todavía sentía curiosidad por Seigetsu-sama. Con su largo cabello plateado y sus extraños poderes, seguía siendo tan enigmático como la noche en que lo había conocido. Quizá se debía a que él podía, con la ayuda de Taka, ver el futuro. Y, aún más inquietante, le había dicho a Suki que ella tenía un papel muy importante que desempeñar en los próximos eventos.

      Esto asustaba mucho a Suki. Era el fantasma de una simple doncella, insignificante. Al menos, eso pensaba. Los recuerdos de su vida anterior se volvían más brumosos con cada día que pasaba. No podía recordar mucho de su antigua vida ahora. Si lo pensaba mucho, recordaba a su padre, la casa que habían compartido y sus últimos días como sirvienta en el Palacio Imperial. Pero esos recuerdos eran dolorosos, y Suki no tenía interés alguno en demorarse en ellos. Quizá por eso se estaban desvaneciendo.

      Sin embargo, había un recuerdo que seguía brillando, sin importar cuánto intentara enterrar su pasado. Un encuentro casual con un noble, durante su primer día en el Palacio Imperial. Llevando una bandeja de té, literalmente se había estrellado con él mientras estaba perdida en los pasillos del palacio, y en lugar de castigarla por haberse atrevido a tocarlo, el noble caballero le había sonreído y le había respondido con amabilidad, para enseguida señalarle la dirección correcta. Ella no podría olvidar la forma en que él le había hablado, como si fuera una persona real. Incluso después de su muerte, el rostro del noble permanecía tan brillante y claro en su memoria como el día en que se conocieron.

      Taiyo no Daisuke del Clan del Sol. Un noble imperial, tan por encima de la posición de ella como un príncipe de un granjero. Él era la verdadera razón por la que Suki no podía trascender, por la que no podía seguir adelante. Taiyo no Daisuke también formaba parte de la profecía de Taka, otra pieza clave en el juego al que Seigetsu-sama seguía haciendo referencia. Un juego con consecuencias de vida o muerte.

      Suki ya había salvado al noble de la muerte inminente una vez, cuando les advirtió a él y a sus compañeros sobre un ataque demoniaco que podría haberlos matado a todos. No obstante, ella no habría podido hacerlo —no habría encontrado el coraje para actuar—, sin Seigetsu-sama: le había mostrado el camino, la había alentado a salvarlos. Ahora, el juego continuaba, y las vidas del noble del Sol y sus amigos seguían colgando en la balanza.

      En vida, ella había amado a Daisuke-sama. Ya no estaba segura de poder hacerlo como un fantasma; todo —incluso las emociones— se había vuelto nebuloso. Pero estaba comprometida con esto ahora. Para bien o para mal, ella seguiría el juego hasta el final.

      Salieron de las nubes y, de pronto, una isla tan brillante y tan verde como una joya preciosa apareció debajo, en el medio del mar. Los ojos de Taka se iluminaron y una gran sonrisa cruzó su rostro mientras se ponía en pie.

      —¡Ahí está la isla! Maestro, ya estamos aquí. Hemos llegado.

      —Silencio.

      El tono de Seigetsu-sama fue áspero. Helada, Suki se volvió cuando el hombre de cabello plateado se levantó y comenzó a moverse despacio, como en un sueño. El rostro del noble hizo que un escalofrío recorriera su espalda; ella no lo había visto tan conmocionado como ahora. Él se tambaleó y apoyó una mano contra la pared del carruaje para estabilizarse, lo que hizo que Taka jadeara.

      —¿Se encuentra bien, Maestro?

      Seigetsu-sama no pareció escucharlo.

      —No —murmuró, pero estaba claro que estaba hablando para sí—. El juego estará perdido sin ella. No lo permitiré…

      Sus ojos dorados se movieron hacia Suki, y Suki retrocedió al encontrarse ante el vacío detrás de ellos. En esa mirada, vio un hambre que podía tragarse las estrellas y drenar el océano. Pero entonces, Seigetsu-sama parpadeó y volvió a su elegante normalidad.

      —Suki-chan —su voz era una caricia, tranquila y reconfortante—. Me temo que debo pedir tu ayuda. No, yo… debo rogar por tu ayuda —dio un paso adelante y le tendió una mano de dedos largos—. Por favor. El juego está equilibrado en el filo de una navaja, y un solo error podría echar abajo todo. Si una pieza desaparece, el resto le seguirá. También el noble Taiyo a quien Suki-chan sigue amando.

      Daisuke-sama. Suki tembló, recordando las siniestras palabras de Taka en medio de la profecía. “El príncipe de cabello blanco busca una batalla que no puede ganar. Se romperá bajo la espada del demonio, y su perro lo seguirá hasta la muerte”.

      —Todavía puedes salvarlo —murmuró Seigetsu-sama—. Su destino aún no está decidido. Pero debemos actuar con rapidez, o ellos podrían estar perdidos. ¿Los ayudarás, Suki-chan?

      Tengo que ser valiente, se dijo Suki, aunque todavía estaba temblando. Si eso significa cambiar el destino de Daisuke-sama, jugaré el juego de Seigetsu-sama.

      El enigmático hombre seguía parado en silencio, sus ojos dorados no la dejaban ni un solo momento. Suki dudó un momento más, hizo acopio de todo su valor y luego levantó la barbilla.

      —¿Qué… qué necesitas que haga, Seigetsu-sama? —susurró ella.

      El hombre sonrió, y fue como ver el aura del sol atravesar las nubes.

      —Necesito tus ojos, Suki-chan —le dijo—. Necesito ver lo que está sucediendo en la isla, y no me atrevo a poner un pie ahí. Aún no. Aunque ha pasado mucho tiempo, todavía me reconoce.

      Suki frunció el ceño, confundida, pero Seigetsu-sama no explicó más.

      —Deseo ver a través de tus ojos, Suki-chan —continuó Seigetsu-sama—. Tú puedes ir a lugares que yo no, en el corazón de las tierras de los Tsuki. Las fuerzas de Genno acechan justo afuera, como un tiburón nadando en círculos alrededor de una foca herida, pero tampoco han pisado la isla todavía. Los kami los sentirían. Pero no notarán que otro espíritu deambula por sus tierras. ¿Me permitirías esto? ¿Ver a través de tus ojos y encontrar esas almas, cuyo rol será crucial en los próximos días?

      Suki lo consideró. Lo que Seigetsu-sama le estaba pidiendo no parecía tan malo, pero la hacía sentir incómoda. La magia, en cualquiera de sus formas, la asustaba. Después de todo, había sido la magia de sangre de la dama Satomi la que convocara al oni que la había asesinado.

      —¿Cómo funcionaría eso, Seigetsu-sama? —preguntó—. ¿Necesito… hacer algo?

      —No, —dijo Seigetsu-sama con suavidad—. Suki-chan no necesita hacer nada. Sólo aceptar el hecho de que estaré contigo, viendo a través de tus ojos. Cuando yo medite, los dos estaremos conectados y podré usarte como un recipiente para mi consciencia. Pero sólo si estás dispuesta. ¿Lo estás?

      Suki era vagamente consciente de que Taka estaba parado junto a ellos, mirándola con los ojos encapuchados y un ligero puchero en la cara. Ella no sabía por qué él no estaba feliz; tal vez estaba molesto porque Seigetsu-sama le había hablado con frialdad. Si Suki era honesta, no estaba segura de que le gustara esta propuesta, pero Seigetsu-sama siempre había sido sincero con ella, incluso aunque nunca le contaba todo. Y si estaba decidida a salvar a Daisuke-sama y ver este juego hasta el final, sólo podía darle una respuesta.

      —Sí, Seigetsu-sama. Yo… estoy dispuesta.

      La resplandeciente figura le dirigió una sonrisa reconfortante.

      —Bien

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