La noche del dragón. Julie Kagawa
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Читать онлайн книгу La noche del dragón - Julie Kagawa страница 15
—¡Por los veleidosos bigotes del Heraldo, lo lograron!
Nos giramos. Un hombre se encontraba parado en una puerta en el extremo opuesto del almacén. Nos miró y luego a los montículos de cadáveres con los ojos muy abiertos. No era samurái, vestía ropas ásperas pero resistentes, y su piel estaba curtida por el sol.
—Mis hombres y yo los estuvimos observando —continuó el extraño mientras otro par de rudos humanos golpeados por el sol asomaba la cabeza y nos miraba—. Los vimos atravesar las puertas con su magia, luego escuchamos una horrible conmoción. Hemos estado atrapados aquí durante días, intentando encontrar una manera de flanquear las hordas de muertos. No sé quiénes son ustedes, extraños, o qué hechicería usaron para romper la maldición en esta ciudad, pero me siento en verdad agradecido.
—¿Quién es usted? —preguntó Tatsumi.
—Oh, mis disculpas —el hombre ofreció una rápida reverencia, y sus hombres lo secundaron—. Aquí Tsuki Jotaro, primer oficial del Fortuna del Dragón Marino —hizo una pausa y frunció el ceño ante un recuerdo doloroso—. Bueno, en realidad, ahora que el capitán Fumio está muerto, supongo que ocuparé su puesto. Nos detuvimos aquí para comerciar con Umi Sabishi cuando el pueblo comenzó a llenarse de muertos andantes, y ya no conseguimos regresar a nuestro barco. Ahora que ustedes han solucionado el problema, por fin podremos volver a casa.
—A las tierras de Tsuki —confirmó Daisuke-san, como si no pudiera creer nuestra buena fortuna.
Jotaro asintió.
—En cuanto pueda encontrar y reunir al resto de mi tripulación —dijo—, tengan por seguro que abandonaremos este lugar maldito de inmediato. Pero, quienesquiera que ustedes sean, cuentan con mi eterna gratitud, extraños. Salvaron esta ciudad, mi tripulación y mi barco. Si puedo ser de alguna ayuda, sólo tienen que pedirlo.
—En realidad… —Reika ojou-san dio un paso adelante, sonriendo— hay algo en lo que puede ayudar.
6
EN EL PUESTO DEL VIGÍA
TATSUMI
No disfruté el viaje en barco.
No por causa del océano, y tampoco por el constante balanceo. Era un buen nadador y había sido entrenado en todo tipo de plataformas inestables desde que era joven. El mareo nunca había sido una preocupación para mí, a diferencia del ronin, que se había mantenido en una condición constante y ruidosamente miserable desde que zarpamos de Umi Sabishi Mura.
Era la noción de que yo estaba, esencialmente, atrapado en una pequeña embarcación con varias almas más, y que no habría escapatoria —para nadie—, en caso de que tuviera el repentino y sanguinario deseo de matarlos a todos. Podía sentir esos impulsos ahora, esa hambre de violencia y matanza que nunca desaparecía. Había pasado el último día y la mayor parte de la noche en el puesto del vigía, lejos de la tripulación y el resto de mis compañeros, de manera que mi naturaleza demoniaca no estuviera tentada a complacerse en una espiral asesina.
No te mientas, Tatsumi, dijo en un susurro una voz que no era del todo mía. Te estás escondiendo de… ella.
Callé y cerré los ojos, pero no pude escapar de la verdad. Yumeko. Últimamente, había estado pensando mucho en ella. Desde la terrible noche en que liberó mi alma del demonio que la poseía, la chica zorro era lo único en que podía pensar. Me preocupaba por ella en medio de las batallas y me sentía vacío cuando estábamos separados. Incluso ahora, aunque sabía que ella se encontraba a salvo en el barco, ansiaba verla y oírla reír. Deseaba…
“Desear es para tontos, Tatsumi”. La voz de Ichiro-sensei resonó en mi cabeza, fría y ecuánime, repitiendo una de las muchas directrices del asesino de demonios de los Kage. “Desear lo que no puede ser sólo debilita tu determinación. Eres el asesino de demonios de los Kage. Nunca debes dudar, nunca debes cuestionarte, o tú y todos los que te rodean estarán perdidos”.
—¿Tatsumi? ¿Estás aquí arriba?
Mi corazón dio un vuelco cuando la voz que había estado rondando mis pensamientos durante días sonó tan cerca. Frente a mí, cuatro delgados dedos se curvaron sobre el borde del puesto del vigía, justo un instante antes de que un par de orejas de punta negra se asomaran por el borde y apareciera el rostro de Yumeko, con su cabello ondeando detrás gracias al fuerte viento. Me vio y sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¡Ahí estás! Te he estado buscando por todas partes —logró que le hiciera espacio y se escurrió dentro de la canastilla. Hizo una mueca cuando sus antebrazos golpearon el piso del puesto del vigía—. Ite. Bueno, eso fue emocionante. Creo que nunca había estado tan aterrorizada de mirar hacia abajo. Ni siquiera el viejo árbol de alcanfor en el bosque cerca del Templo de los Vientos Silenciosos era tan alto —todavía de rodillas y agarrando una de las cuerdas con ambas manos, se asomó por el borde de la canasta y sus orejas se plegaron, aplanadas, en su cráneo—. Ciertamente, estamos muy arriba, ¿verdad? Espero que Reika ojou-san no se enoje demasiado si decido quedarme aquí toda la noche.
—¿Qué estás haciendo aquí, Yumeko? —pregunté, sin moverme de mi lugar contra el costado de la canasta. Verla hacía que mi corazón latiera con fuerza, pero si eso se debía a la emoción, el miedo o alguna otra cosa, no podía asegurarlo.
—Estaba preocupada —la chica se deslizó alrededor del mástil hacia mí, sin soltar las cuerdas o los bordes del puesto del vigía—. No te había visto en casi dos días, y nadie sabía dónde encontrarte tampoco. Pensé que podrías haber… decidido irte.
Fruncí el ceño.
—Estamos en medio del océano —señalé la extensión interminable de agua que nos rodeaba, resplandeciente a la luz de la luna—. ¿Adónde iría?
—No soy un shinobi —todavía de rodillas, se acercó más, con los nudillos blancos por mantener las cuerdas apretadas—. No sabía si tenías alguna magia secreta de los Kage que te permitiera convertirte en un pez o algo así. Eeeh —una ráfaga de viento sacudió sus mangas e hizo que la cesta se balanceara, por lo que ella cerró los ojos y se abrazó al mástil—. Bueno, eso lo decide. Me quedaré aquí hasta que lleguemos al territorio del Clan de la Luna. No pasará mucho tiempo hasta que lleguemos a la primera isla, ¿cierto?
Dos cuerpos eran una multitud en el puesto del vigía, la canasta no estaba destinada a sostener a más de una persona. Suspiré, me puse en pie y miré a la chica que seguía abrazada alrededor del mástil.
—Dame tu mano —le dije, extendiendo la mía. Estiró su brazo para alcanzarme y agarró la palma de mi mano, pero mantuvo un brazo envuelto alrededor del poste de madera—. Suelta el mástil, Yumeko —insistí, y sus orejas se aplanaron de nuevo—. Confía en mí —la tranquilicé, manteniendo un firme agarre en su mano—. No te dejaré caer.
Ella asintió y soltó el mástil con cautela. La ayudé a erguirse, pero mientras se estaba poniendo en pie, una feroz ráfaga de viento causó que las velas se rasgaran violentamente.