La noche del dragón. Julie Kagawa
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Читать онлайн книгу La noche del dragón - Julie Kagawa страница 13
Un grito resonó en los muelles. De inmediato, todos los muertos en el área se enderezaron y se volvieron hacia el sonido. Una figura se encontraba parada al final de la calle, mirando con horror los cadáveres vivos, con los ojos muy abiertos por el miedo. Tenía mi cara, mi ropa y mi cuerpo, y gritó con mi voz cuando se alejó tambaleándose de la muerte, tropezó con su túnica y cayó al suelo.
Con gritos y gemidos escalofriantes, la horda se tambaleó detrás de ella, corriendo como hormigas que descienden sobre el cuerpo de una langosta. La falsa Yumeko se puso en pie y estuvo a punto de caer de nuevo sin parar de gritar, luego escapó con la multitud detrás de ella, que le pisaba los talones. Cuando dio vuelta en una esquina y desapareció de mi vista, le di una orden mental a la ilusión de que siguiera corriendo tanto como pudiera y me volví hacia los demás, que observaban asombrados a los muertos alejarse de nosotros.
—¡Vamos, minna! Mientras están distraídos.
Okame soltó un resoplido de risa, sacudiendo la cabeza, mientras avanzamos de nuevo hacia el almacén.
—Eso lo resuelve —murmuró—. Cuando esto termine, tú y yo necesitamos visitar una sala de juego, Yumeko-chan. En sólo una noche podríamos amasar más riquezas que el emperador.
Nos dirigimos al almacén, que era un largo edificio de piedra y madera que parecía estar bien cerrado. Nos acercamos y me estremecí cuando la magia oscura que irradiaba hizo que mi piel se erizara y mi estómago se retorciera. Las puertas dobles estaban cerradas y sin vigilancia, pero Reika ojou-san extendió un brazo y nos detuvo.
—Esperen —sacó un ofuda y lo arrojó a las puertas. Cuando la tira de papel tocó la madera, hubo un pulso de magia que se encendió de color púrpura por un instante, y el ofuda se convirtió en cenizas. Reika asintió con gesto sombrío—. Hay una barrera alrededor del almacén —nos dijo—. Magia de sangre extremadamente poderosa que busca alejar lo ajeno. O retener algo adentro. Como quiera que sea, no queremos tocarlo.
—¿Cómo entraremos, entonces? —preguntó Okame-san.
—Denme unos minutos —dijo Reika ojou-san. Sacó otro ofuda y lo sostuvo entre dos dedos—. Podría ser capaz de disiparla…
Tatsumi desenvainó su espada y ésta chirrió cuando salió a la luz, lo que hizo que se erizaran los vellos de mis brazos. Sin decir una palabra, caminó hacia las puertas del almacén y bajó a Kamigoroshi para embestir.
En el instante mismo en que la hoja brillante tocó la barrera, se escuchó un chillido, el sonido de porcelana al quebrarse y un pulso de energía implosionando. Me encogí y aplané mis orejas, mientras la sensación de estar cubierta de cosas retorcidas y serpenteantes fluía sobre mí antes de dispersarse en el viento. Reika ojou-san parpadeó.
—O Kage-san podría hacer algo así… —finalizó la doncella.
Tatsumi levantó un pie y pateó las puertas, que se abrieron bruscamente, se soltaron de sus engranajes y golpearon el piso al caer. Sin dudarlo, avanzó con la espada pulsando contra la oscuridad y desapareció por el marco.
—Correcto —suspiró Okame-san mientras el resto de nosotros se apresuraba tras Tatsumi—. Supongo que un acercamiento sutil ya quedó descartado.
Reika ojou-san resopló.
—¿Cuándo hemos concretado un acercamiento sutil?
El interior del almacén estaba oscuro y cálido, el aire rancio. En cuanto crucé las puertas, el hedor pesado y empalagoso a podredumbre, sangre y descomposición me golpeó como un martillo. La razón de esto era obvia: había cuerpos por todas partes, apilados a lo largo de la pared y en las esquinas. Algunos montículos llegaban más arriba de mi cabeza. Los enjambres de moscas se arrastraban sobre las pilas sangrientas, su zumbido monótono llenaba el aire, y varias cosas peludas se alejaron de donde habían estado masticando la carne expuesta. Llevé ambas manos a mi nariz y boca, mientras mis entrañas se retorcían por el horror y perdía el control sobre las ilusiones que nos servían de fachada. Con pequeños estallidos de humo blanco, las imágenes de máscaras y cadáveres desaparecieron, y volvimos a ser nosotros.
—Esto es… —Daisuke-san negó con la cabeza. Su expresión, que por lo general se mantenía fría e imperturbable, había palidecido ahora por la conmoción— una blasfemia —susurró finalmente—. ¿Por qué alguien haría algo así?
Tatsumi se giró. Sus ojos brillaban rojos ante la luz tenue, y sus cuernos y garras estaban completamente expuestos. Habían aparecido tatuajes siniestros en sus brazos y cuello, que titilaban como si fueran de fuego. Su boca se retorció en una sonrisa escalofriante por completo ajena a Tatsumi.
—Esto es magia de sangre —nos dijo—. Mientras más sangre, muerte y sufrimiento involucra, más poderoso es el hechizo. Y esto significa que las brujas de Genno están muy cerca.
—De hecho, Hakaimono —resonó una voz en lo alto.
Levanté la vista y descubrí a un trío de figuras en el borde del desván, mirándonos. Eran mujeres, o tal vez lo habían sido en algún momento. La que estaba al frente era alta y parecía marchita, con garras negras enroscadas saliendo de sus dedos y un brillo amarillo en los ojos. Las otros dos tenían un aspecto más humano, aunque ambas exhibían cicatrices al rojo vivo abiertas en sus brazos y piernas, y una de ellas tenía una terrible herida en el rostro y un agujero cicatrizado donde debería estar su ojo.
La bruja al frente apuntó una larga garra hacia Tatsumi.
—Sabíamos que vendrías, Primer Oni —dijo con voz ronca—. Tú y tus compañeros no abandonarán este lugar con vida. No les permitiremos que interfieran con los planes del Maestro Genno. Él convocará al Dragón, y el Imperio temblará con su regreso. Y ustedes morirán aquí, al igual que todos los que se opongan al Maestro de los Demonios.
Extendió una mano y una oleada de poder oscuro se elevó por el aire. A nuestro alrededor, las pilas de cadáveres comenzaron a moverse. Se agitaron, se revolvieron juntos, y luego se levantaron en enormes masas de carne, miembros y cuerpos, docenas de cadáveres fusionados en monstruos terribles y grotescos. Se tambalearon y se deslizaron de las pilas, con numerosas manos extendidas hacia nosotros, innumerables voces gimiendo como una sola.
—Bueno, esto es asqueroso —dijo Okame-san, levantando su arco. Los montículos de cadáveres se estaban reuniendo en torno a nosotros, en un círculo que se iba estrechando poco a poco. Disparó una flecha que atinó con un sonido sordo en la cabeza de un monstruo. La cabeza se desplomó, con la flecha sobresaliendo de la cuenca del ojo, pero el resto de los rostros gimiendo y de los brazos estirados hacia nosotros no parecieron inmutarse—. Podríamos estar en problemas, aquí.
—Yumeko, retrocede —dijo Tatsumi cuando Daisuke-san desenvainó su espada y Chu estalló en su forma real con un gruñido. Al avanzar, el guardián del santuario formó las puntas de un triángulo con Tatsumi y Daisuke-san, mientras Reika ojou-san, Okame-san y yo permanecíamos en el centro. Con el corazón palpitante, abrí las manos y el fuego fatuo cobró vida en mis palmas, iluminando los rostros horribles de los muertos que se cernían sobre nosotros. Tatsumi sonrío en un gesto sombrío y levantó su espada—. Esto va a ser intenso.
Las pilas de cadáveres avanzaron tambaleándose hacia delante con gruñidos ahogados. Grité y levanté un muro de fuego fatuo,