El verano de Raymie Nightingale. Kate DiCamillo

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El verano de Raymie Nightingale - Kate  DiCamillo Novela juvenil

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depende de ustedes?

      Raymie ni siquiera tuvo que pensar en la respuesta.

      —Sí —dijo.

      —Daaa —dijo Beverly.

      —Es aterrador, ¿no? —dijo Louisiana.

      Las tres se quedaron ahí, de pie, mirándose unas a otras.

      Raymie sintió que algo se expandía dentro de ella. Se sentía como una tienda de campaña gigantesca inflándose.

      Raymie sabía que eso era su alma.

      La señora Borkowski, que vivía en la acera de enfrente de la casa de Raymie y que era muy, muy anciana, decía que la mayoría de la gente desperdiciaba sus almas.

      —¿Cómo las desperdician? —Raymie le preguntó una vez.

      —Permiten que se marchiten —dijo la señora Borkowski—. Fffffftttttt.

      Lo cual tal vez era —Raymie no estaba segura— el sonido que hacía un alma al marchitarse.

      Pero mientras Raymie estaba de pie en el patio de Ida Nee, junto a Louisiana y Beverly, no sentía que su alma se estuviera marchitando para nada.

      Se sentía como si se estuviera llenando, creciendo, volviéndose más brillante, más segura.

      Abajo en el lago, en la orilla del muelle, Ida Nee giraba su bastón. Éste brillaba y relucía. Ella lo lanzaba muy alto en el aire.

      El bastón parecía una aguja.

      Parecía como un secreto, angosto y brillante y solo, refulgiendo en el cielo azul.

      Raymie recordó las palabras de hacía un rato: Lamento haberte traicionado.

      Volteó con Louisiana y preguntó:

      —¿Quién es Archie?

      SEIS

      —Bueno, comenzaré por el principio, ya que es el mejor lugar por donde comenzar —dijo Louisiana.

      Beverly bufó.

      —Había una vez —dijo Louisiana—, en una tierra muy lejana y también sorprendentemente cercana, un gato llamado Archie Elefante, que era muy admirado y amado y que también era conocido como Rey de los Gatos. Pero entonces llegó la oscuridad…

      —¿Por qué no sólo dices lo que sucedió? —dijo Beverly.

      —De acuerdo, si quieren tan sólo lo diré. Lo traicionamos.

      —¿Cómo? —preguntó Raymie.

      —Llevamos a Archie al Refugio Animal Amigable porque ya no nos alcanzaba el dinero para alimentarlo —dijo Louisiana.

      —¿Cuál Refugio Animal Amigable? —preguntó Beverly—. Nunca he escuchado de ningún Refugio Animal Amigable.

      —No puedo creer que nunca hayas escuchado del Refugio Animal Amigable. Es un lugar donde alimentan a Archie tres veces al día y le rascan detrás de las orejas justo como le gusta. De todas formas, nunca debí dejarlo ahí. Fue una traición. Lo traicioné.

      El corazón de Raymie se encogió. Traición.

      —Pero no se preocupen —dijo Louisiana. Puso la mano sobre su pecho e inhaló profundo. Sonrió de forma deslumbrante—. Entré al concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida 1975 y voy a ganar esos 1,975 dólares y me salvaré de irme a la casa hogar del condado y traeré de vuelta a Archie del Refugio Animal Amigable y nunca tendrá miedo de nuevo.

      El alma de Raymie dejó de ser una tienda de campaña.

      —¿Vas a competir en el concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida? —preguntó.

      —Así es —dijo Louisiana—. Y siento que mis probabilidades de ganar son muy buenas porque provengo del mundo del espectáculo.

      El alma de Raymie se volvió más pequeña, apretada. Se volvió algo duro, como un guijarro.

      —Como dije antes, mis papás eran los Elefantes Voladores —Louisiana se inclinó y recogió su bastón—. Eran famosos.

      Beverly miró a Raymie y puso los ojos en blanco.

      —Es verdad. Mis papás viajaron por todo el mundo —dijo Louisiana—. Tenían maletas con sus nombres impresos en ellas. Los Elefantes Voladores. Eso era lo que decían sus maletas —Louisiana extendió su bastón y lo movió como si estuviera escribiendo letras doradas en el aire por encima de sus cabezas—. Su nombre estaba escrito en cada maleta en letra cursiva, y la F y la T tenían colas muy largas. Me gustan las colas largas.

      —Yo también estoy inscrita en ese concurso —dijo Raymie.

      —¿Qué concurso? —preguntó Louisiana. Parpadeó.

      —El concurso Pequeña Señorita Neumáticos de Florida —dijo Raymie.

      —Ay, Dios mío —dijo Louisiana y parpadeó de nuevo.

      —Voy a sabotear ese concurso —dijo Beverly. Miró a Raymie y luego a Louisiana, y entonces hurgó en sus pantaloncillos y sacó una navaja de bolsillo. Abrió la hoja. Parecía una navaja muy filosa.

      De pronto, aunque el sol estaba brillando en lo alto del cielo, el mundo parecía menos brillante.

      La vieja señora Borkowski decía todo el tiempo que uno no podía fiarse del sol.

      —¿Qué es el sol? —decía la señora Borkowski—. Te lo diré. El sol no es nada más que una estrella agonizante. Algún día se apagará. Ffffftttttt.

      De hecho, Ffffftttttt era algo que la señora Borkowski decía a menudo sobre muchas cosas.

      —¿Qué vas a hacer con ese cuchillo? —preguntó Louisiana.

      —Ya te dije —respondió Beverly—. Voy a sabotear el concurso. Voy a sabotearlo todo —blandió la navaja a través del aire.

      —Ay, Dios mío —dijo Louisiana.

      —Así es —dijo Beverly. Sonrió sutilmente, y luego cerró la navaja y la guardó de nuevo en el bolsillo de sus pantaloncillos cortos.

      SIETE

      Caminaron juntas hasta la rotonda de acceso a la casa de Ida Nee.

      Ida Nee todavía estaba en el muelle, marchando de adelante hacia atrás y girando su bastón y hablando con sigo misma. Raymie escuchaba su voz —un murmullo enojado—, pero no comprendía lo que decía.

      —Odio los concursos de belleza —dijo Beverly—. Odio lo moños y los listones y los bastones y todo eso. Odio las cosas brillosas. Mi mamá me ha inscrito a todos los concursos de belleza que existen y estoy harta de ellos. Y por eso voy a sabotear éste.

      —Pero

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