El verano de Raymie Nightingale. Kate DiCamillo
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Читать онлайн книгу El verano de Raymie Nightingale - Kate DiCamillo страница 4
La conversación fue interrumpida por un fuerte ruido. Una camioneta con paneles de madera a los costados se dirigía muy rápido hacia la rotonda de la casa de Ida Nee. La puerta trasera del lado del conductor de la camioneta estaba parcialmente caída; se abría y se cerraba una y otra vez.
—Ya llegó Abu —dijo Louisiana.
—¿Dónde? —preguntó Raymie.
Porque en verdad parecía que nadie conducía la camioneta. Era como el jinete sin cabeza, sólo que sobre una camioneta y no sobre un caballo.
Y entonces Raymie vio dos manos sobre el volante, y justo cuando la camioneta entró a la rotonda, salpicando gravilla y polvo, una voz gritó:
—¡Louisiana Elefante, sube al coche!
—Debo irme —dijo Louisiana.
—Eso parece —dijo Beverly.
—Me dio gusto conocerte —dijo Raymie.
—¡Apresúrate! —gritó la voz desde dentro de la camioneta—. Marsha Jean está cerca en alguna parte. Estoy segura. Puedo sentir su presencia malévola.
—Ay, Dios mío —dijo Louisiana. Se subió al asiento trasero e intentó cerrar la puerta descompuesta—. Si Marsha Jean aparece —le gritó a Raymie y Beverly—, díganle que no me han visto. No permitan que escriba nada en su carpeta. Y díganle que no saben por dónde estoy.
—No sabemos por dónde estás —dijo Beverly.
—¿Quién es Marsha Jean? —preguntó Raymie.
—Deja de preguntarle cosas —dijo Beverly—. Sólo le das un pretexto para inventar una historia.
La camioneta arrancó. La puerta trasera se columpiaba abierta y luego se cerró con un fuerte golpe y se quedó así. Aceleró alarmantemente rápido, el motor rugió y gimió, y la camioneta desapareció por completo. Raymie y Beverly se quedaron solas, de pie en medio de una nube de gravilla, polvo y cansancio.
Fffffttttt, como diría la señora Borkowski.
Fffffttttt.
OCHO
—A mí me pareció que eran criminales —dijo Beverly—. Esa chica y su abuela casi invisible. Me recordaron a Bonnie y Clyde.
Raymie asintió, aunque Louisiana y su abuela no le recordaban a nadie que hubiera visto o de quien hubiera escuchado.
—¿Siquiera sabes quiénes eran Bonnie y Clyde? —preguntó Beverly.
—Ladrones de bancos —dijo Raymie.
—Así es —dijo Beverly—. Criminales. Esas dos se veían como si pudieran robar un banco. ¿Y qué clase de nombre es Louisiana? Louisiana es el nombre de un estado. No le llamas así a una persona. Probablemente esa chica opera bajo un apodo. Quizás está huyendo de la ley. Por eso parece tan temerosa y actúa de forma esquiva. Te digo qué: el miedo es una gran pérdida de tiempo. Yo no le temo a nada.
Beverly lanzo su bastón alto en el aire y lo atrapó con un golpe de cadera muy profesional.
El corazón de Raymie se encogió de incredulidad.
—Ya sabes cómo hacer malabarismo de bastón —dijo.
—¿Y qué? —dijo Beverly.
—¿Entonces por qué asistes a clases?
—Creo que eso no es de tu incumbencia. ¿Y tú por qué lo haces?
—Porque necesito ganar el concurso.
—Ya te lo dije —dijo Beverly—, no habrá ningún concurso. No si yo puedo evitarlo. Tengo todo tipo de habilidades para el sabotaje. Justo ahora estoy leyendo un libro sobre cómo abrir cajas de seguridad, escrito por un criminal llamado J. Frederick Murphy. ¿Has escuchado sobre él?
Raymie negó con la cabeza.
—Eso pensé —dijo Beverly—. Mi papá me dio el libro. Él conoce todas las costumbres criminales. Estoy aprendiendo a abrir una caja fuerte.
—¿Tu papá no es policía? —preguntó Raymie.
—Sí —dijo Beverly—. Lo es. ¿Cuál es tu punto? Ya sé abrir cerraduras. ¿Alguna vez has abierto una?
—No —dijo Raymie.
—Eso pensé —dijo Beverly de nuevo.
Lanzó el bastón al aire y lo atrapó con su mano mugrosa. Hacía que girar el bastón pareciera fácil e imposible al mismo tiempo.
Era terrible observarla.
De pronto, todo parecía no tener sentido.
Después de todo, el plan de Raymie de traer a su padre de vuelta a casa no era un gran plan. ¿Qué estaba haciendo? No lo sabía. Estaba sola, perdida, a la deriva.
Lamento haberte traicionado.
Fffffttttt.
Sabotaje.
—¿No temes que te atrapen? —le preguntó Raymie a Beverly.
—Ya te dije —dijo Beverly—. No le temo a nada.
—¿Nada? —preguntó Raymie.
—Nada —dijo Beverly. Miró a Raymie con tanta intensidad que su rostro cambió. Sus ojos brillaban.
—Dime un secreto —murmuró Beverly.
—¿Qué? —preguntó Raymie.
Beverly desvió la vista de Raymie. Se encogió de hombros. Lanzó el bastón al aire y lo atrapó y luego lo lanzó de nuevo. Y mientras el bastón estaba suspendido entre el cielo y la gravilla, Beverly dijo:
—Te dije que me cuentes un secreto.
Beverly atrapó el bastón. Miró a Raymie.
Y quién sabe por qué.
Raymie se lo dijo.
—Mi padre huyó con la asistente del dentista. Se fue a la mitad de la noche.
No era necesariamente un secreto, pero las palabras eran terribles y verdaderas y le dolía pronunciarlas.
—La gente hace ese tipo de cosas patéticas todo el tiempo —dijo Beverly—. Arrastrándose por pasillos en la oscuridad con los zapatos en la mano, parten sin decir adiós a nadie.
Raymie no sabía