Alberto, tenemos un problema. Victoria Giarrizzo

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Alberto, tenemos un problema - Victoria Giarrizzo

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en mejoras en la calidad de vida.

      No siempre ocurre así. Para que el crecimiento derrame bienestar, dependerá de qué es lo que lo impulsa y en qué condiciones. La economía puede crecer fuerte y sostenidamente, pero con el crecimiento concentrado en pocos sectores que no sean empleo intensivo, o que sean extractivos, sin que la población perciba las mejoras. O puede crecer con grandes flujos inmigratorios para los cuales el país no está preparado a dar respuestas, generándose problemas de equidad. O generando otros desequilibrios, como crecimiento con pérdida de poder adquisitivo en determinados sectores. Eso es lo que sucedió en la Argentina en buena parte de los últimos 15 años.

      “¿Cómo evalúa el nivel de bienestar económico de su hogar?” Esa pregunta se la hacemos semestralmente desde CERX, a un panel de 1000 personas en Capital Federal y Gran Buenos Aires desde el año 2005. En la medición realizada en abril de 2020, ya con un mes de cuarentena encima, solo el 8,0% contestó “bueno” o “muy bueno”, el 42,6% respondió “regular” y 41,4% “malo” o “muy malo”. Con respecto a abril del año pasado, esa percepción empeoró 13,5% 3.

      En esa misma medición se le solicitó a la gente que ranquee su percepción de bienestar en una escala de 0 a 10, donde 0 es “muy malo” y 10 “muy bueno”, y que la compare con el valor que tenía antes de la cuarentena. Resultados: 3,5 puntos de bienestar en medio de la cuarentena y 5,4 puntos antes de la cuarentena. ¿Cuánto era ese valor por ejemplo en 2016? 6,3 puntos. ¿Por qué niveles tan bajos de bienestar incluso pre-cuarentena? Porque el crecimiento argentino no fue constante ni lo suficientemente productivo y equitativo.

      Entre 2005 y 2019, el país acumuló un crecimiento económico de 74,3%, lo que objetivamente y en la visión cuantitativa tradicional, interpretaríamos como una mejora en el bienestar. Sin embargo, las percepciones de bienestar de la población en ese tiempo cayeron 5,6%. Para entenderlo mejor, se puede dividir ese periodo en cinco etapas:

      Etapa 1. 2005-2007: Crecimiento con mejoras de bienestar: la economía creció 34,2% y el bienestar mejoró 38,8%. Los altos precios agrícolas se derramaban en todos los sectores de la economía, impulsando bienestar.

      Etapa 2. Año 2008: Crecimiento económico con destrucción de bienestar. La economía creció 4,1% ese año y el bienestar bajó 7,2%. Fue el inicio de la crisis financiera internacional y el conflicto político en el campo.

      Etapa 3. Año 2009: Baja el PBI y cae el bienestar. La economía cayó 5,9% con el impacto a pleno de la crisis financiera internacional, y el bienestar bajó 9,2%.

      Etapa 4. 2010-2011. Crecimiento con impacto muy suave recuperación en el bienestar. El PBI creció 16,7% y el bienestar se recuperó apenas 3,6%.

      Etapa 5. 2012-2019. Crecimiento serrucho. La economía acumuló una caída de 2,6% esos años y el bienestar se retrajo 21%. bien

      estar se retrajo 21.

       3 Para medir la percepción de Bienestar Económico se elaboró un indicador cualitativo con la siguiente fórmula: (respuestas positivas – respuestas negativas + 1)*50. Sobre eso se elaboró el indicador de Bienestar Económico Subjetivo (IBES)

crecimiento-sin-calidad

      Fuente: CERX

      ¿Por qué el crecimiento no se tradujo en bienestar en el caso argentino? Varias son las razones, pero una extendida fue que una parte del crecimiento desde 2007 fue impulsado por consumo financiado con crédito caro, y otra, por el malestar que comenzó a generar la inflación especialmente desde fines de ese año, que además obligaba a los hogares a compensar ingresos con ocupaciones alternativas.

      Si bien la preocupación por el bienestar poblacional es muy alta para la mayoría de los gobiernos, y pocos dudarían en que el objetivo final de las políticas económicas es mejorar la calidad de vida de la gente, hay dos problemas. Por un lado, sabemos que crecer no siempre mejora la calidad de vida. Y por otro, pocos gobiernos miden el bienestar subjetivamente, indagando entre la misma gente como lo percibe. Por lo tanto, poco se conoce sobre ese estado.

      Argentina tiene mediciones privadas, como la que hacemos desde CERX, pero jamás tendrán el alcance que podría lograr el INDEC. Claro que con mediciones subjetivas solamente tendríamos una foto incompleta. Porque podría suceder lo inverso: la gente percibe bienestar sin mejoras concretas en la economía. Las dos mediciones son complementarias para entender el impacto de las políticas que se aplican. Otra deuda pendiente. Aunque también la tienen naciones desarrolladas, como nuestro potente Israel.

      Cuando el viejo burro de un campesino cayó en un pozo, su dueño pensó “burro viejo, pozo seco”, para que esforzarme en sacarlo si igual no sirve y morirá. Más fácil, reunió a sus vecinos para que lo ayudaran a tapar el pozo con tierra y sacrificarlo adentro. Viendo lo que estaba sucediendo, el burro en el fondo del hoyo rebuznaba desconsolado, hasta darse cuenta de que nadie lo rescataría, y rendirse. Pasaron algunos minutos, el burro abrió los ojos y sonrió. Se incorporó pausadamente y sacudió la tierra que cubría su lomo y su cabeza. A medida que iba cayendo la tierra, la fue usando para dar pasos hacia arriba que lo acercaban a la salida. Cuando el pozo estuvo casi cubierto, los vecinos vieron sorprendidos cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando con más fuerza que cuando era joven.

      Las que llamamos crisis a ciegas, suelen tener nombres y apellidos (los responsables también). Empresas y familias que alcanzadas por esos eventos caen en la bolsa de afectados que conforman en conjunto el concepto macroeconómico de “crisis”. Las historias individuales se multiplican en cada crisis. Contar una es solo un pedacito de tantas vidas, que, en algunos casos como el burro, lograron salir del pozo para volver a empezar y en otros, quedaron atrapados en la tierra que les cayó encima.

      El caso de “La Delfina” es un ejemplo de crisis y recuperación. Carina Pag es la dueña de un tradicional restaurante en el interior de la provincia de Entre Ríos, que, bajo ese nombre, hace honor a la mujer que luchó junto al caudillo de la zona, Pancho Ramírez. “La Delfina” nació en 1971 de la mano de su padre, “Baby”, oriundo de la colonia alemana de Santa Anita. Negocio próspero, fue creciendo con el esfuerzo familiar. Para fines de los 90, tenían 15 empleados, y rentaban un local grande en pleno centro de la ciudad. Asomaba el año 2000 cuando el locador les triplicó el alquiler porque tenía una mejor propuesta: la instalación de un casino.

      Los Pag eran dueños de una parrilla enfrente al restaurante, con inmueble propio, “Parrilla La Delfina”. Una opción era mudarse ahí, pero significaba despedir personal. Idea va, idea viene, para Baby el “cómo” crear empleo siempre había sido el motivador de sus negocios. Descartó esa posibilidad y sin locales para alquilar, compraron una vieja casona céntrica. Financiaron una parte con un crédito bancario y otra con un crédito en escribanía contra la hipoteca del inmueble de la parrilla. Sus ahorros los invirtieron en equipar el lugar, dejando un espacio gastronómico de primer nivel. Ni sospecharon que pronto vendría una crisis de dimensiones desconocidas, la crisis de 2001-2002.

      Ya en 2001 la gente gastaba poco, la recesión se sentía, y la clientela había mermado. Pero el restaurante funcionaba y los créditos se pagaban. El 7 de enero de 2002 Argentina devaluó su moneda después de 10 años de convertibilidad. El dólar pasó de $1 a $3, y la deuda en dólares se triplicó en pesos. Imposibilitados de hacer frente a los pasivos, levantaron el restaurante y vendieron la casona por debajo del precio de compra para saldar la deuda con el banco. Faltaba la escribanía. Los meses transcurrían sin llegar a un acuerdo sobre la pesificación de esa

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