Hermanas. Natalia Rivera

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Hermanas - Natalia Rivera страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Hermanas - Natalia Rivera

Скачать книгу

principio, Mardoqueo le pidió a Ester que ocultara su identidad étnica de los demás. De esto colegimos que ella podía adaptarse bien a las costumbres persas. Ester era una mujer mestiza en medio de dos mundos.1 Ella calzaba en la cultura dominante de la época y Dios le otorgó Su favor en una situación compleja y opresiva.

      El hecho de que no me hacía escuchar cuando la mayoría cultural de mi comunidad atacaba mi grupo étnico, era una señal de que me había adaptado a la cultura dominante a mi alrededor. Como mujer mestiza y bicultural que vivía en dos mundos diferentes, yo también entendía cómo adaptarme a la cultura mayoritaria mientras crecía en una familia mexicana-estadounidense. Las personas no se daban cuenta de inmediato que yo pertenecía a una minoría, como también sucedía con Ester. Si yo no revelaba la información pertinente, mi piel clara y mi español pobre hacían que las personas asumieran mi identidad y mi situación de vida.

      Por otro lado, en mi familia latina, mi complexión clara y mi español deficiente me enajenaban. Cuando visitaba a mis parientes en México, me veían como una extranjera. Sin embargo, en Estados Unidos tampoco encajaba del todo, aunque superficialmente pareciera que me acoplaba a la cultura general de este país. A pesar de que estaba cómoda y me identificaba con ambos contextos, no me sentía como en casa en ninguno de los dos. Vivir en ese punto intermedio puede ser difícil. Sin embargo, así como Ester, yo descubrí que me abrió nuevas puertas.

      Al ser una recién convertida en una comunidad cristiana de mayoría blanca, me solían preguntar: «¿Y tú eres mexicana, blanca o ambos?». Aunque yo lucía como ellos físicamente, podían notar que mi apellido era distinto. Con el propósito de categorizarme, me sometían a preguntas incómodas como esa. Sin embargo, la respuesta era sencilla: sí, soy latina, pues mis padres son latinos.

      Es probable que haya heredado el color de mi piel de mi familia materna. Ya de adulta, le pregunté a mi madre en una ocasión por qué su piel era más clara que las de sus hermanos. Ella respondió que mi abuela le decía que su piel era más clara porque cuando la tenía en el vientre consumió muchas sales de Epsom. Si bien esta historia parecía un relato inofensivo de una mujer anciana, fue devastador descubrir que ese era el método que les recomendaban a las mujeres latinas pobres para que abortaran a un hijo no deseado. Fue por historias como esta que mi madre no conoció mucho sobre su propio linaje, excepto que mis abuelos trabajaban en una granja con dueños blancos y que jamás aprendieron a hablar inglés. Mi madre relataba con cariño historias de su niñez, pero yo sabía que existían ciertas experiencias atroces que ella guardaba en su corazón. Nunca más pregunté por el color de mi piel.

      Esa historia revela un pecado terrible perpetrado contra mi madre. Fue el acto cruel de comunicarle que no era valiosa ni querida. Esto fue un daño hacia la imagen de Dios en ella desde pequeña. La historia de Ester también versa sobre los daños internos y el pecado que la rodeaba. Ella vivía en una sociedad que consideraba inferiores y remplazables a las mujeres. No obstante, Dios, en medio de aquella injusticia, le abrió las puertas a Ester.

      A pesar de que la historia detrás de mi color de piel estaba marcada de dolor, aún era parte de mí. Así, cuando mis amigos blancos me hacían sus preguntas inquisitivas, yo respondía de manera ambigua y cambiaba de conversación, ansiosa por ocultar que, en efecto, yo era de muchas formas diferente a ellos. Al igual que Ester, yo quería mantenerlo en secreto.

       LA SOLIDARIDAD, UNA OPCIÓN RIESGOSA

      Puesto que Dios le otorgó gracia a Ester ante las personas del palacio real, ella logró conseguir el afecto del rey y ser coronada reina de Persia. Ella mantuvo su identidad étnica en secreto como le había instruido Mardoqueo. Todo marchó en orden hasta que Amán, uno de los aliados de confianza del rey Jerjes, decidió que la destrucción de todos los judíos era la venganza perfecta contra su enemigo Mardoqueo, al cual odiaba porque jamás se inclinaba ante él como lo hacían los demás. Mardoqueo solo se inclinaba ante Dios y por eso Amán convenció al rey de aniquilar a los judíos, pues, según él, no eran súbditos leales.

      Cuando Mardoqueo descubrió la treta, decidió acudir a la prima que había criado como a una hija y que ahora vivía con el rey. Tanto su primo como los demás judíos requerían que Ester ya no ocultara su origen, sino que lo aceptara por el bien de su pueblo, incluso si ello suponía un gran riesgo para ella. Ester sabía que eso le costaría todo lo que había alcanzado. Sin embargo, Mardoqueo le habló de este modo: «¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como este!» (Est. 4:14). Quizás ese fue el motivo de que Dios le otorgara tanto favor. ¿Puede ser que todo esto ocurriera con el propósito de rescatar al pueblo del Señor? La respuesta parece ser afirmativa cuando examinamos las acciones y los riesgos que tomó Ester para salvar a los judíos.

      El erudito bíblico Walter Kaiser afirma que si el Antiguo Testamento tuviera un versículo donde se exprese la gran comisión, ese sería Génesis 12:3: «¡Por medio de ti [Abram] serán bendecidas todas las familias de la tierra!». Kaiser percibe en este versículo «la primera articulación del propósito y el plan de Dios de ver que el mensaje de Su gracia y Su bendición alcanzara a todas las personas de la tierra».2 El papel de Ester en esta comisión del Antiguo Testamento no fue pequeño. Dios usó a Su reina de Persia mestiza en un momento crítico de Su plan redentor y ella aceptó la responsabilidad con dignidad.

      Tras convertirme a Cristo, seguí viviendo en el mundo al que me había adaptado. Cuando me mudé fuera del país junto a mi esposo Eric, el Señor me recordó mi identidad étnica y cultural. Al inicio de mi matrimonio, nos fuimos a vivir al mundo árabe para servir en un ministerio paraeclesiástico junto a otros creyentes locales en el norte de África. Algo en la cultura árabe me recordaba a mi familia en el sur de Texas. El amor leal con que las personas se relacionaban con sus familiares y amigos y los valores que determinaban cómo ellos interactuaban con el mundo me recordaron el contexto donde crecí. Esto me permitió rápidamente entablar amistades profundas con mis vecinos árabes. Sin duda fue un regalo de parte de Dios.

      Entonces, por primera vez tras aceptar a Jesús, me cuestioné si mi cultura era una carga que debía abandonar a los pies de la cruz. Quizás Dios me había hecho latina por una razón. ¿Sería en beneficio de Su gloria y Sus propósitos para el mundo? Esta revelación me llevó a ejercer el ministerio entre latinos universitarios cuando regresé a Estados Unidos después de un año. Quizás era tiempo de aceptar la totalidad de mi identidad por el bien de la misión de Dios.

      Cuando adquirí esta nueva perspectiva, me comprometí con la comunidad latina e inicié mi progreso hacia la compleción de mi identidad étnica. Fue una etapa de mi vida importante y de mucha sanidad. Sin embargo, el contexto en Estados Unidos empeoró cuando la situación con la comunidad latina cambió y los problemas de inmigración alcanzaron nuestro ministerio.

      Yo ejercía el ministerio con estudiantes latinos en una universidad conservadora y había presenciado cómo el Señor hizo crecer el ministerio de 10 a 150 personas en solo tres años. Al profundizar más en mi propia comunidad, las dificultades de nuestros estudiantes indocumentados suscitaron tensión y dolor. El 10 % del liderazgo de nuestro ministerio eran personas indocumentadas. Estos eran hombres y mujeres que amaban a Dios y les apasionaba trabajar para Él. No obstante, se estaba aceptando una legislación en nuestro estado que les dificultaba la vida a ellos y a sus familias. La actitud en el campus también sufrió cambios y los estudiantes latinos se convirtieron en el blanco de mucha de la frustración y la ansiedad presentes en la sociedad en general. Recuerdo que una vez varios de nuestros líderes latinos participaron en una «sentada» en el campus y ciertos estudiantes blancos pasaban y gritaban obscenidades raciales. Uno de ellos gritó: «Son todos unos cerdos y deberíamos fusilarlos».

      Uno no podía mirar a nuestros amigos y descifrar su estado migratorio. Estos insultos de odio e instinto asesino

Скачать книгу