La interpretación de los sueños. Sigmund Freud

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La interpretación de los sueños - Sigmund Freud biblioteca iberica

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ataque es injustificada; pero como es natural, dada la personalidad del atacante, M. ha quedado totalmente hundido, y se lamenta amargamente de la injusticia sufrida ante varias personas, reunidas alrededor de una mesa. Sin embargo, no ha disminuido su veneración por Goethe. Intento aclarar las circunstancias de tiempo, que me parecen inverosímiles. Goethe murió en 1832. Dado que su ataque contra M. tuvo que tener lugar antes de esa fecha, M. debía de ser entonces muy joven. Me parece probable que tuviera unos dieciocho años. Mas no sé con seguridad el año en que nos hallamos actualmente, y de este modo, todo mi cálculo se hunde en las tinieblas. El ataque a M. se halla contenido en el ensayo de Goethe titulado Naturaleza.

      La falta de sentido de este sueño aparece aún con mayor precisión sabiendo que M. es un hombre de negocios muy apartado de todo interés poético o literario. Mas al penetrar en el análisis puede demostrarse cuánto método se oculta detrás de tal falta de sentido. El sueño extrae su material de tres fuentes:

      1ª. M., al que conocí en una comida, me pidió un día que reconociera a su hermano mayor, que presentaba señales de perturbación mental. En mi diálogo con el enfermo tuvo lugar una penosa escena, en la cual me reveló, sin que yo diese motivo ni ocasión para ello, las faltas de su hermano, aludiendo a su disipada juventud. En este reconocimiento hube de preguntar al paciente la fecha de su nacimiento (año de la muerte en el sueño), haciéndole verificar diversos cálculos, con objeto de investigar el grado de debilidad de su memoria.

      2ª. Una revista médica, en la que figuraba yo como colaborador, había publicado una abrumadora crítica, obra de un joven redactor, sobre un libro de mi amigo F., de Berlín. Habiendo reprochado yo al autor del artículo su encarnizamiento, me expresó su pesar por haberme disgustado, pero no pudo prometerme poner remedio alguno a lo hecho. A consecuencia de esto rompí mis relaciones con la revista y expresé en la carta en que notificaba mi separación la esperanza de que lo sucedido no influiría para nada en nuestras relaciones personales. Esta es la verdadera fuente del sueño. La despreciativa crítica del libro de mi amigo me había causado una profunda impresión, pues a mi juicio contenía su obra un descubrimiento biológico fundamental, que comienza ahora -pasados muchos años- a ser aceptado por sus colegas.

      3ª. Una paciente me había contado hacía poco tiempo la historia de la enfermedad de su hermano, el cual había sido atacado de locura frenética, sumiéndose en ella con el grito de iNaturaleza, naturaleza! Los médicos habían opinado que tal exclamación provenía de la lectura del citado ensayo de Goethe y constituía una indicación del exceso de trabajo que había pesado sobre el enfermo en sus estudios. Por mi parte, había yo observado que me parecía más plausible dar a la exclamación ¡Naturaleza! aquel otro sentido sexual, conocido por todos los hombres, hasta por los de menor cultura. El hecho de que el infeliz paciente se mutilara después los genitales pareció darme la razón. Cuando sufrió el ataque inicial tenía este individuo dieciocho años.

      En el contenido del sueño se oculta primeramente detrás del yo el amigo mío tan maltratado por la crítica. Intento aclarar un poco las circunstancias de tiempo. El libro de mi amigo trata precisamente de las circunstancias temporales de la vida y cita repetidamente a Goethe en relación con determinadas opiniones sobre biología.

      Mas este yo es comparado a un paralítico: («No sé con seguridad el año en que nos hallamos.») Por tanto, el sueño representa que mi amigo se conduce como un paralítico y flota en el absurdo. Mas los pensamientos del sueño expresan irónicamente: «Es natural. El es un loco, y vosotros sois unos genios, y sabéis mucho más de estas cosas. No será más bien todo lo contrario?» Esta inversión se halla representada ampliamente en el contenido del sueño: Goethe ha atacado a un hombre, actualmente joven, lo cual es absurdo; al paso que es muy fácil que cualquier joven literato actual critique duramente al gran Goethe.

      Podemos casi seguramente afirmar que ningún sueño es producido por sentimientos distintos de los egoístas. El yo del sueño no representa tan sólo a mi amigo, sino que también me representa a mí mismo. Yo me identifico con él por el hecho de que la suerte corrida por su descubrimiento me muestra cómo han de ser acogidas quizá los míos propios. Cuando yo haga pública mi teoría sobre la significación etiológica de la sexualidad en las perturbaciones psiconeuróticas (véase la alusión al enfermo de dieciocho años): «¡Naturaleza, naturaleza!», hallaré críticas idénticas, y de las que desde ahora me burlo con la misma ironía.

      Persiguiendo las ideas latentes encuentro siempre burla y desprecio como correlación a los absurdos del sueño. El hallazgo de un cráneo de oveja en el Lido veneciano inspiró a Goethe la primera idea de la constitución vertebral del cráneo. Mi amigo se jacta de haber desencadenado, siendo estudiante, una protesta contra un anciano profesor, que muy competente en años anteriores (sobre todo en esta parte de la anatomía comparada), había llegado a ser, a causa de su ancianidad, totalmente inepto para continuar dando su clase. La agitación promovida por este caso puso remedio a la equivocación que supone el hecho de no existir en Alemania limitación alguna de edad para el ejercicio de la actividad académica. La edad no protege contra la tontería. En el hospital de Viena tuve el honor de prestar mis servicios durante muchos años bajo las órdenes de un director fosilizado que, notoriamente chocho hacía varios decenios, seguía ejerciendo un cargo lleno de responsabilidades. Una característica correspondiente al hallazgo del Lido acude a mi pensamiento en este punto. Con referencia a este individuo, compusieron mis jóvenes colegas del hospital una variante de unos chistosos versos, populares por entonces. «Eso no lo ha escrito ningún Goethe ni lo ha compuesto ningún Schiller...»

      No hemos terminado aún con el estudio de la elaboración del sueño. Nos vemos obligados a incluir en ella, además de la condensación, del desplazamiento y de la disposición visual del material psíquico, otra actividad cuya actuación no es reconocible en todos los sueños. No trataré aquí en detalle esta parte de la elaboración del sueño, y me limitaré a observar que como más rápidamente podemos formarnos una idea de su esencia es aceptando por lo pronto la hipótesis, probablemente inexacta, de que actúa a posteriori sobre el contenido del sueño ya formado. Su función es entonces la de ordenar los componentes del sueño de manera que se reúnan aproximadamente para formar una totalidad, una composición onírica. El sueño recibe así una especie de fachada, que de todos modos no cubre por completo el contenido, y sufre al mismo tiempo una primera interpretación provisional que es apoyada por intercalaciones y ligeras variantes. Esta elaboración del contenido del sueño deja subsistir todos sus enigmas y arbitrariedades y no proporciona más que una equivocada inteligencia de las ideas latentes, siendo necesario prescindir de esta tentativa de interpretación al emprender el análisis.

      Esta parte de la elaboración del sueño deja transparentarse mejor que ninguna otra su motivación, que es el intento de que el sueño resulte comprensible. El descubrimiento de esta motivación nos revela la procedencia de la actividad a que la misma da origen, la cual se conduce con el contenido del sueño dado como nuestra actividad psíquica normal con cualquier contenido de una percepción que se sitúe ante ella. Nuestra actividad psíquica acoge dicho contenido empleando determinadas representaciones previas y lo ordena ya, al percibirlo, entre las hipótesis comprensibles. Mas, al hacerlo así, corre peligro de falsearlo, y cae, efectivamente, en los más singulares errores, cuando no puede situarlo al lado de algo ya conocido. Sabido es que no podemos contemplar una serie de signos extraños, ni oír una serie de palabras desconocidas, sin falsear primero su percepción, situándolos al lado de algo que nos es conocido, impulsados por la preocupación de la comprensibilidad.

      Aquellos sueños que han experimentado esta elaboración por parte de una actividad psíquica totalmente análoga al pensamiento despierto pueden denominarse bien compuestos. En otros sueños falta por completo tal actividad; no se ha intentado siquiera establecer en ellos un orden ni una interpretación, y al despertar, sintiéndonos identificados con esta parte de la elaboración onírica, juzgamos que nuestro sueño ha sido «confuso y embrollado». Mas para el análisis tienen

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