Después de la venganza. Tara Pammi
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–Especialmente si me he prometido conservarlo en mi vida –concluyó con voz ronca.
Una súbita inhalación, un entreabrirse de los labios, un tenue rubor sirvieron para que Vincenzo supiera que Alessandra estaba tan perdida como él por la magia que habían experimentado juntos, por la increíble conexión que le había impulsado a dar aquel paso y tratar de explicarse aun después de que ella se hubiera ido sin una palabra de despedida.
–¿Crees que BFI te pertenece? –preguntó Alessandra.
–Sí, puesto que fue Silvio Brunetti quien sedujo a mi madre, la dejó embarazada y luego se deshizo de ella. Más tarde, la mujer a la que consideras tu madre adoptiva, nos acusó a ella y a mí de mentirosos y mendigos. Los Brunetti me negaron los privilegios que me correspondían y no me daré por satisfecho hasta apoderarme de sus empresas y verlos salir humillados de esta casa.
–Eso es… –Alessandra lo miraba con los ojos desencajados. Cuando Vincenzo dio un paso adelante, ella retrocedió con una mueca de horror–. Greta nunca haría algo así. A mí me recibió con los brazos abiertos cuando vine a vivir aquí con mi padre, su segundo marido. Ella me ha amado más que…
La defensa que iba a hacer Alessandra de Greta se diluyó en sus labios al mirar a la mujer madura y atisbar en sus ojos el brillo de la verdad, el rastro de un encuentro en el que Greta probablemente no había vuelto a pensar, pero que se había convertido en el motor de la vida de Vincenzo.
Todas las miradas se volvieron hacia Greta con distintos grados de recriminación, excepto la de Alessandra. Aun con la culpabilidad grabada en el rostro de su madrastra, Alessandra se mantenía incrédula, como si fuera ella quien hubiera recibido el peor golpe, algo que Vincenzo no había calculado y por lo que se reprendió.
Incluso los hermanos Brunetti parecían horrorizados mientras alternaban sus miradas entre Greta y Vincenzo. Massimo dejó escapar una retahíla de maldiciones, mientras que Leo se quedó mudo de estupor.
–Podemos hacer una prueba de ADN para legitimar mis derechos –dijo Vincenzo con desdén–. Pero preferiría conservar el apellido de mi madre. Habría cierta justicia universal en encabezar la prestigiosa BFI con su nombre.
–Tendremos que creer en tu palabra, Cavalli –dijo Massimo impasible.
–Eso te honra, sobre todo teniendo en cuenta que tu padre y tu abuela negaron ese gesto de decencia a mi madre.
–¿Y dónde me deja eso a mí, V? –preguntó Alessandra con voz temblorosa.
Vincenzo sintió un frío interior al darse cuenta de que en aquel momento no tenía la respuesta apropiada, al menos la que lograría borrar el dolor que reflejaban sus ojos.
Alessandra asintió como si se diera por respondida, como si su silencio fuera una admisión de su culpa, y salió corriendo de la habitación.
Alex contuvo el llanto tomando aire profundamente. Ya había llorado bastante por Vincenzo en la última semana.
Miró hacía el jardín que bordeaba la villa, el invernadero que Leo había restaurado, la antigua bodega que Massimo había transformado en un laboratorio de alta tecnología. El orgullo y la herencia histórica de aquel lugar corrían por su sangre; eran su legado y su lugar en el mundo. Y uno y otro le habían sido negados a Vincenzo.
Ella no había olvidado la sensación de desasosiego e impotencia que la había embargado al saber que el marido de su madre, Steve, a quien siempre había creído su padre, no lo era; y cómo había experimentado una desesperada necesidad de encontrar un lugar propio, de sentirse aceptada.
Podía imaginar bien el dolor y la angustia de un niño al verse rechazado por su familia, las cicatrices que eso podría dejar en el hombre. Pero destruir a Leonardo y a Massimo después de tantos años… Eso no podía aprobarlo.
–Tienes que dejar de huir de mí, cara mia.
La voz grave y ronca le llegó desde el exterior, poniéndole la piel de gallina. No giró la cabeza porque se sabía débil y necesitaba protegerse con una coraza antes de mirarlo. Pero había llegado el momento de tomar una decisión.
–No me has dejado otra opción –contestó.
Incluso tras saber la verdad había deseado con todas sus fuerzas que hubiera algún error, que el hombre del que se había enamorado y con el que se había casado en secreto no fuera el mismo que pretendía destruir a aquellos a quienes ella amaba.
–Si me hubiera quedado en Bali, habríamos hecho el combate de boxeo que me pedías y te habría machacado, igual que tú has hecho con mi cerebro –añadió.
La risa de Vincenzo la envolvió. Se cuadró de hombros, pero nada que pudiera hacer la protegía del efecto que aquella voz tenía en ella. La química explosiva entre ellos había sido instantánea, abrasadora. Y no parecía que fuera a remitir aun cuando su corazón se retorciera en su dolorido pecho y su mente se rebelara.
–Será que me lo merecía.
–¿Crees que es así de simple? –dijo Alex, volviéndose–. ¿Que basta con que te grite o te dé una paliza para resolver las cosas?
Sus miradas se encontraron y el sosiego que Alex encontraba fascinante en la de él volvió a envolverla. Vincenzo le hacía pensar en una pantera con la energía y la violencia contenida, lista para atacar. Y aun así, al mirarlo, no cabía duda de lo que su alocado corazón y lo que su codicioso cuerpo anhelaban.
Carraspeó, avergonzándose de ser tan débil.
–Natalie ha pasado horas, arriesgándose a enfurecer a Greta, a Leo, e incluso a Massimo, para convencerme de que no eres un monstruo, que en el pasado tú fuiste la única persona que la protegió y ayudó cuando ella no podía darte nada a cambio.
–¿No te dijo lo que finalmente le pedí a cambio de todo lo que había hecho por ella?
–Te extraña que te defendiera. ¿Eres tan mala persona como dicen?
–No sabría decir si soy malo, princesa. Pero sí sé que no soy un héroe –dijo él, entrando en la amplia habitación.
Greta había hecho un gran esfuerzo cuando Alex llegó por crear un ambiente acogedor para ella. Cada milímetro de aquel dormitorio había sido el paraíso para la niña cuya madre le había roto el corazón en numerosas ocasiones.
–Creía que Massimo se había quedado los derechos de la lealtad de Natalie –dijo Vincenzo, tan bajo que Alex tuvo que esforzarse para entender lo que decía.
–Que lo que se siente por alguien pudiera anular lo que se siente por otra persona, simplificaría mucho las cosas; pero me temo que no funciona así.
Vincenzo alzó la cabeza y Alex supo que había mellado su armadura.
–He de admitir que no tengo demasiada experiencia ni con los sentimientos ni con las complejidades y dramas familiares. Así que, no, no sé cómo funciona. Pero si la lealtad de Natalie hacia mí te ha hecho dudar sobre mi reputación, tendré que agradecérselo. Aun así, no