Después de la venganza. Tara Pammi
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–¿Y si te dijera que he hecho todo esto –Vincenzo hizo un gesto que incluía la villa– solo porque soy un hombre de negocios sin escrúpulos que quiere liderar el centro financiero de Milán, y que BFI es el objetivo más obvio?
La luz dorada del atardecer acariciaba el rostro de Vincenzo como dos manos acariciadoras. Alex contuvo el aliento al ver por primera vez similitudes que no había percibido antes. Los ojos tan parecidos a los de Massimo; el gesto desdeñoso de sus labios, exacto al de Leo cuando algo lo contrariaba. Una miríada de detalles le aceleraron el corazón, golpeando su conciencia con la noción de que Vincenzo pertenecía a aquel lugar, el mismo que ella llamaba su hogar. Y su enfadó disminuyó.
–Que pienses que puede llegar a ser así de sencillo es una prueba de lo diferentes que somos.
–Muy bien. ¿Y si intentamos olvidarnos por un momento de todos ellos?
–Tú eres quien me ha implicado en esto.
–Nuestro matrimonio puede permanecer al margen de los Brunetti, Alessandra.
–No te entiendo, V. Puede que uno actúe así cuando se ha acostumbrado a jugar con la gente como si fueran piezas de ajedrez. Pero no puedes pedir que te sea leal mientras tú destrozas a los Brunetti. No sé cómo podríamos seguir adelante… cuando me has mentido
–Yo no te he mentido nunca.
–Vale, pues me ocultaste la verdad. Estoy intentando comprender qué sentiste de niño, por qué elegiste el camino de la venganza. Cómo una crueldad pasajera de Greta pudo herirte hasta…
–Yo no llamaría una crueldad pasajera a llamar a mi madre ramera y cazafortunas –dijo Vincenzo con una sonrisa amarga–. Por su culpa, crecí en la miseria. Mi madre sufrió un colapso emocional del que nunca se recuperó. Acabamos viviendo en la calle y ella sufrió una demencia temprana.
El corazón de Alex le golpeó el pecho y la angustia que vio en los ojos de Vincenzo disolvió su enfado. Aun así, hizo un último intento.
–Eso no es culpa de Greta.
–¿No? Que mi madre no pudiera seguir un tratamiento, que no tuviera acceso a la medicación, es culpa suya. Que ahora necesite atención médica veinticuatro horas al día es culpa suya –dijo Vincenzo, haciendo pensar a Alex en un animal herido–. Que su enfermedad la afectara hasta el punto de que no me reconoce es culpa suya.
–¿No te reconoce? –musitó Alex sintiendo que el corazón se le rompía por él. Y por sí misma.
Porque veía la posibilidad de atravesar aquel dolor y aquella rabia para llegar a él, porque intuía que sería imposible desviarlo del camino de destrucción en el que se había embarcado, puesto que su odio tenía raíces en una espantosa infancia.
Y si permanecía con él a pesar de los planes que tenía para aquellos a los que ella amaba, ¿en qué lugar la dejaba eso?
Vincenzo negó con la cabeza.
–Cree que sigo teniendo diez años. Su mente quedó congelada en ese año.
–¿Por qué no me constaste nada de esto?
–Porque no quería ver en tus ojos la lástima que reflejan ahora mismo.
–Entonces ¿qué quieres de mí?
Alex observó entre fascinada y enfadada cómo Vincenzo conseguía dominarse, como si sus sentimientos los guardase bajo llave. Así era como había canalizado su dolor hacia la venganza.
–Los votos que hicimos, el futuro que nos prometimos. Eso es lo que quiero.
–Sigo sin creer que Greta hiciera algo tan…
–Porque estás condicionada por el agradecimiento que sientes hacia ellos. No los conoces de verdad; tú no estás corrompida por el privilegio y el poder que corre por sus venas.
–¿Piensas que eso impide que los ame con la misma intensidad? Cuando me enteré de que Carlos era mi padre biológico y vine a vivir con él, Greta ya estaba casada con él y no sabía nada de mi existencia. Pero me acogió, me dio un hogar, se convirtió en mi apoyo cuando él murió. Leo y Massimo me aceptaron y me trataron como a un miembro de su familia. ¡No tienes ni idea de lo que significan para mí!
–¿Y crees comprender la animosidad que yo siento hacia ellos?
Alex se esforzó por ver la situación desde su punto de vista. Tomó aire y buscó las palabras cuidadosamente.
–Tienes razón. Mentiría si dijera que comprendo por lo que pasaste. Pero… pero tú tampoco sabes lo que padecieron Leo y Massimo con tu padre, Silvio. Ellos son inocentes. No merecen que les destroces la vida. El verdadero culpable de todo es Silvio Brunetti, no ellos. Y él está muerto.
Vincenzo se encogió de hombros y la crueldad de su gesto, sin tan siquiera pararse a tener en cuenta sus palabras, hizo que a Alex se le encogiera el corazón.
–¿Es esto lo que quieres, V? ¿La guerra?
–Sí. La que he declarado hace mucho tiempo y a la que he dedicado toda mi energía. Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué. Y no pienso…
–Espera… –interrumpió Alex, sintiendo un escalofrío. Las piezas empezaban a encajar.
Alessandra Giovanni: modelo, icono de la moda, mujer de negocios, filántropa. Hija adoptiva de los poderosos Brunetti de Milán.
Acababa de recordar el titular del artículo publicado apenas unos días antes de que viajara a Bali. Donde había aparecido el misterioso y guapísimo hombre de negocios italiano.
El encuentro accidental cuando ella visitaba las ruinas de un templo…
La pasión compartida por la arquitectura antigua…
Las tres horas que él había esperado mientras ella terminaba la sesión fotográfica, devorándola con sus ojos grises.
La promesa de enseñarle lugares a los que no la llevaría ningún guía turístico…
Su primer beso…
Las preguntas sobre sus obras sociales, sobre los negocios que quería emprender, sobre todo aquello que le importaba… Cómo la había dejado expectante tras la primera noche de intimidad en el balcón de la villa… La súbita proposición de matrimonio y los votos que había recitado con aquella voz grave…
¿Habría sido algo de todo eso real?
–¿Viniste a Bali expresamente por mí, para comprobar si podías utilizarme en tu guerra contra ellos?
Vincenzo permaneció impasible, pero Alessandra podía identificar cualquier cambio en aquel hermoso rostro.
–Contesta, Vincenzo –gritó dolida.
–Sí, fui a buscarte, Alessandra…
–Porque el