Posontológico, posfundacional, posjurídico. Óscar Mejía Quintana

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relegando las posiciones mítico-religiosas y poético-estéticas tanto o más relevantes –ya lo sugería Lukács– para la representación del ser. En ese sentido, la dimensión cotidiana del mundo de la vida, como diría Habermas, no ha logrado ser recogida por la ontología, que la ha reducido a términos cuantificables del positivismo. Por ello, se requiere que dichas dimensiones no sean consideradas como res extensa, sino, por el contrario, como perspectivas legítimas de análisis de la realidad.

      La posontología se enmarca así, en esa dirección, de manera análoga y sin estar estructuralmente comprometida con ella, con la crítica posmoderna a la modernidad. Es la contrastación radical de la ontología tradicional que ha reducido el ser a lo “noético-instrumental-teleológico” (Janke, 1988). De ahí su crítica al positivismo, pero también al nihilismo, en la medida en que la ontología ha quedado cercada ya por el discurso racional instrumental ya por su reverso, el nihilismo, que ha renunciado a plantear cualquier alternativa.

      La praecisio mundi desterró de la ontología el mito, el arte, la ética, la religión, y es allí donde reside la posibilidad de superación de la ontología. De ahí la reivindicación de Hölderlin y su preocupación por el futuro, por la remitologización del mundo que permita repoetizar al ser y, desde ahí, desentrañar su significado original. Esa es la tarea de la posontología que se plantea Janke: asumir el mundo como totalidad, no solo como cosa medible y cuantificable, escudriñar de qué manera en la poesía, en el arte, en la lengua podemos rescatar, reinventar de nuevo la verdad de la existencia, el sentido perdido del ser.

      Ahora, dentro de los elementos categoriales de la posontología, se tiene que el lenguaje debe ser liberado de la razón instrumental, para poder explorar los límites de la existencia misma del hombre como ser-expuestoen-el-mundo, que al aventurarse y experimentar situaciones límite halla nuevas verdades desde las que puede vislumbrar la realidad del ser, más allá de la razón apofántica. La fragilidad de la existencia humana que sentimos en esas situaciones límite permite evidenciar la finitud de la existencia y exaltar el carácter indeterminado e inestable del destino, y en esos intersticios podemos ir más allá de la ontología positivizada y descubrir la dimensión encubierta de la posontología en la incertidumbre, el dolor, la angustia, pero también la sorpresa de la vida.

      En ese punto, por supuesto, el tiempo donde nos movemos en esa tensión entre finito e infinito es el ambiente natural e insalvable en que debemos resolver esta encrucijada. Ahí es donde el ser expuesto que somos tiene que asumir su nueva perspectiva en pos de superar las limitaciones que la ontología como res extensa le ha impuesto y proyectarse en lo míticopoético-estético en búsqueda de los nuevos horizontes del ser (Janke, 1988, p, 63).

      El ámbito de lo pospolítico

      Ontologías políticas: más allá de la política

      La pregunta por la ontología política

      Emmanuel Biset (2011) se pregunta por la posibilidad de definir la filosofía política. Para ello parte de la distinción entre filosofía como orden de verdad, y política como ámbito en el que confluyen multiplicidad de definiciones. En todo caso, dicha relación puede ser planteada desde el interrogante por cómo estructurar el pensamiento político, para lo cual surgen tres preguntas adicionales: primero, qué es pensamiento; segundo, qué es política, y tercero, la relación entre el pensamiento y la política.

      Para resolver el interrogante principal Biset parte de la cuestión de la representación, esto es, cómo un pensamiento particular se representaría en la política, bajo el marco en el cual un sujeto se representa un objeto. Esta relación supone que la política, como exterioridad del objeto, se pueda representar en el sujeto, el pensamiento. Así pues, existirían dos formas de representación: por un lado, la que confina a la política como una subdisciplina de la filosofía y, por otro, la representación entendida en los términos heideggerianos: sujeto-objeto.

      En el primer caso, la política no sería más que un campo del saber dentro-fuera de la filosofía. Es decir, dentro en la medida en que la política estaría determinada por los principios fundamentales de la filosofía, y fuera porque en sentido estricto no está clasificada específicamente dentro de la filosofía.

      Por otro lado, en el marco de la representación sujeto-objeto un ente se convierte en objeto por la representación que el sujeto realiza. Así, “el objeto es tal porque se sitúa ante el sujeto, y es este situar ante sí lo que se denomina representación. Traer ante sí lo ente para referirlo a sí mismo y por tal fijar su normatividad” (Biset, 2011, p. 124). Los objetos, en consecuencia, son representaciones del sujeto y autorreferentes a él.

      El sujeto construye el objeto, lo entiende a partir de las categorías de entendimiento que él mismo crea. Por tanto, el sujeto se representa en el objeto. Entonces, cuando se habla de la ciencia política como objeto de estudio, esta será la representación que el sujeto tiene de ella. Es una representación del sujeto, pero no su mero reflejo. El sujeto (ciencia) por su interacción con el objeto (política) lo constituye y lo determina al punto de que su definición es certera en la medida que es una representación de la realidad.

      Para analizar el pensamiento político se acude a la dimensión ontológica. En consecuencia, por ontología se entenderá la copertenencia entre lenguaje y ser, teniendo presente el lenguaje por medio del cual se comunican las realidades preconstituidas. Entonces, el pensamiento político transita de un estatuto teórico a uno ontológico. La pregunta por el lenguaje político remite a la apertura de los distintos modos del lenguaje, recurriendo a una dimensión inventiva y no histórica, en tanto en cuanto se pretende estudiar constituciones no existentes.

      En tal sentido, el lenguaje, en su relación con el ser,

      […] es performativo, justamente, porque constituye una dimensión dada, esto es, un performativo no solo es un enunciado que hace algo con las palabras adecuándose a determinadas reglas contextuales, sino que ese hacer del lenguaje es también la conformación de un mundo con determinadas reglas”. (Biset, 2011, p. 130)

      Entonces con el lenguaje no se explican dimensiones teóricas o históricas del modo de constitución del ser, sino que se crean novedosas dimensiones de entendimiento partiendo del ser mismo.

      Aunado a lo anterior, para Biset también hay tantos modos de pensamiento político como modos de lenguaje político. Estos lenguajes políticos deben ser pensados en una triple dimensión. Primero, la existencia de un mundo político conformado por instituciones, discursos y acciones políticas. Segundo, la posibilidad de un lenguaje político que reúne una serie de conceptos y principios organizativos. Por último, el mundo político y el lenguaje político no configuran una relación simétrica ni un esquema causa-efecto.

      En conclusión, el autor pone en evidencia la necesidad de repensar la relación entre pensamiento y política desde el giro ontológico (apartándose en su acercamiento del esquema sujeto/objeto), que implica analizar dicha relación partiendo de lenguaje como mecanismo de indagación para plantear la pregunta sobre cómo lo que es, en ese caso el pensamiento político, ha llegado a ser constituido como tal, lo que a su vez acarrea apartarse del estatuto teórico centralizado en lo ya dado como mera existencia inmanente.

      Castro-Gómez: ontología del poder

      Santiago Castro-Gómez (2015) se propone plantear una alternativa a las

      […] “revoluciones sin sujeto” que son la consecuencia inevitable de la teoría de Žižek, basada en la ontología de la incompletud y la dimensión universal de la política, para plantear en su lugar, un tipo de ontología política, que propone el olvido del sujeto trascendental y opta por el poder como una “una condición irrenunciable de la experiencia”.

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