E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl
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La adolescente que estaba reponiendo la papilla para bebés en la estantería correspondiente alzó la vista cuando Molly pasó a su lado. Estaba claro que el encargado de la tienda ya no era Moe Franklin. Él regía el lugar con mano de hierro y una voz atemorizante, y odiaba a los adolescentes con saña. Todos eran punkies y ladrones, según el bueno de Moe.
Así que las cosas habían cambiado por Tumble Creek, pero estaba bien. Molly también había cambiado durante aquellos diez últimos años. Había dejado un magnífico loft en Denver, una buena vida social y, ojalá, un caso grave de bloqueo de autor. Por no mencionar la causa de aquel bloqueo: el desgraciado que le estaba quitando la felicidad a su vida, Cameron Kasten, un exnovio acosador.
Cameron estaba a cuatro horas en un día sin tráfico, y ella iba a empezar desde cero. Ya no necesitaba mirar hacia atrás por encima del hombro ni examinar visualmente una tienda si quería entrar en ella. No tenía que dejar de ir a la fiesta de un amigo porque supiera que él iba a estar allí. Era raro que cosas tan sencillas tuvieran el poder de alegrarla.
Y otro motivo de alegría era la posibilidad de volver a tener relaciones sexuales en algún momento de su joven vida. No porque mudarse a una localidad de mil quinientos habitantes ofreciera muchas posibilidades al respecto, sino porque ella tenía a alguien concreto en mente…
Hacía años que no lo veía, pero Ben Lawson había sido tan amable como para aparecérsele en la imaginación casi todos los días, normalmente desnudo y deseando pasarlo bien.
Sonrió ante la puerta del refrigerador, pero la sonrisa se le borró de los labios al ver la escasa oferta. No era precisamente lo mismo que un hipermercado WalMart, otro defecto para una mujer como Molly. En Tumble Creek solo había una cafetería, y ella no podía comer allí todos los días.
Ya echaba de menos su restaurante tailandés favorito. Se le hizo la boca agua al recordar los fideos especiados, pero tuvo que echar mano de un paquete de macarrones con queso congelados.
—¿Eso es todo, Jefe? —preguntó una chica. Pese al tono de aburrimiento con que habían sido pronunciadas, aquellas palabras hicieron que Molly se irguiera de hombros. Empujó el carrito rápidamente por el pasillo hacia la caja registradora y se detuvo al ver algo deslumbrante.
Era una vista verdaderamente deslumbrante, maravillosa, increíble.
Era él. Y no estaba en su imaginación.
Ben Lawson era en lo que primero había pensado al enterarse de la herencia de su tía y saber que iba a mudarse a Tumble Creek. Sin embargo, no había previsto cómo le iba a afectar el hecho de verlo.
Era perfecto. Estaba más musculoso y más alto que la última vez que lo había visto, lo cual se adaptaba perfectamente a sus gustos de adulta. Además, estaba vestido, lo cual era un cambio radical desde su último encuentro. Sin embargo, su ropa también era perfecta; llevaba unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa marrón oscura de uniforme. Llevaba las mangas subidas, y en sus antebrazos había un vello dorado y suave.
Él asintió y le entregó el dinero a la cajera. Sus ojos serios seguían siendo del mismo color chocolate que ella había visto en muchas de sus fantasías nocturnas. Su pelo también era castaño oscuro. Aquella combinación siempre la había fascinado. Aquellos ojos se alzaron de repente, y se encontraron con los de ella.
Les separaban unos seis metros, pero Molly notó el asombro de Ben. Él abrió unos ojos como platos y se quedó helado, con un billete de un dólar parado a mitad de camino. La cajera miró hacia Molly, y eso sacó a Ben de su abstracción. Molly lo vio decir «gracias» mientras tomaba una pequeña bolsa de plástico y se alejaba del mostrador. Y de la entrada. Iba hacia ella.
Se acordaba de ella, por supuesto, y a Molly le resultó tan gratificante que se horrorizó. «Ya no tienes diecisiete años», se dijo.
—¿Molly?
—¡Ben! ¡Hola! Cuánto tiempo, ¿eh?
Vaya. No había elegido bien las palabras, porque él se quedó atontado de nuevo, y se ruborizó.
Sí, había pasado mucho tiempo. Diez años. Y había un motivo para eso. Él estaba pensando en la última vez que ella lo había visto, y ahora, ella también estaba pensando en la última vez que lo había visto. Al hacerlo, Molly se ruborizó también.
Ben carraspeó.
—Yo… eh… —titubeó él. Sin embargo, consiguió reaccionar y dijo—: Siento mucho lo de tu tía Gertie. Era una mujer muy enérgica.
Desde luego. Más bien era una persona dogmática.
—Mi madre siempre decía que la tía Gertie era demasiado terca como para morirse, pero de todos modos, no era algo inesperado.
Él ladeó la cabeza.
—He oído decir que te dejó su casa, pero nadie esperaba que vinieras desde Denver. ¿Has venido para venderla?
—No.
—Ah. ¿La vas a cerrar para el invierno?
—No, no. En realidad, voy a venir a vivir aquí.
—A vivir aquí —repitió él.
—Sí. Me llegan mis cosas más o menos dentro de una hora.
—¿Vas a mudarte al pueblo? —preguntó él, y miró a Molly de pies a cabeza. Entonces, ella recordó que no iba vestida precisamente para impresionar.
Llevaba unos pantalones de algodón de color caqui, y una camiseta muy vieja. Se había recogido el pelo rubio en una coleta. Gracias a Dios, no llevaba pantalones cortos, porque hacía más de una semana que no se afeitaba las piernas, aduciendo que en octubre, en las montañas, hacía mucho frío, y que le vendría bien la capa de aislamiento extra.
Molly también miró a Ben de pies a cabeza. Con frío o sin frío, iba a afeitarse las piernas.
—Pero tú tenías trabajo en Denver, ¿no? —le preguntó él, por fin.
Ben había puesto cara de inocencia, pero no consiguió engañarla. Era el mejor amigo de su hermano, y tenía que estar familiarizado con el asunto Molly Jennings.
Ella sonrió y le guiñó el ojo.
—Buen intento, Jefe —dijo. Él arqueó ambas cejas, protestando silenciosamente, pero ella no se dejó impresionar—. Hablando de trabajo, te doy la enhorabuena por haber llegado tan rápidamente a Jefe de Policía.
—Nadie más quería el trabajo.
—Vaya, qué modesto.
Ben volvió a ruborizarse, y ella también se ruborizó, porque sabía exactamente en qué estaba pensando él.
—Bueno —dijo Ben. Le tendió la mano de un modo profesional, y ella se la estrechó—. Bienvenida al pueblo, Molly. Nos veremos por ahí —añadió.
Y antes de que ella pudiera responder, él se había ido. La puerta del mercado se cerró tras él, ofreciéndole a Molly una vista excelente.
Molly Jennings. Dios Santo.
Ben