Luna azul. Lee Child
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Ninguno de ellos tenía aspecto de usurero. Quizás el barman era el que hacía el negocio. Un agente, o un mediador, o un intermediario. Reacher se acercó y le pidió café. El tipo dijo que no tenía, lo cual fue una decepción, pero no una sorpresa. El tono del tipo fue amable, pero Reacher tuvo la sensación de que podría no haber sido el caso si el hombre no hubiera estado hablando con un forastero desconocido de la talla de Reacher y apariencia implacable. Alguien común y corriente podría haber recibido una respuesta sarcástica.
En lugar de café Reacher recibió una botella de cerveza nacional, fría y húmeda y resbaladiza, con un volcán de espuma haciendo erupción por arriba. Dejó sobre la barra un dólar del cambio, y fue hasta la mesa para cuatro vacía más cercana, que resultó estar en la esquina de atrás a mano derecha, lo cual estaba bien, porque significaba que se podía sentar con la espalda hacia el ángulo, y ver toda la sala a la vez.
—Ahí no —dijo el barman en voz alta.
—¿Por qué no? —respondió Reacher.
—Reservado.
Los otros cuatro clientes miraron hacia allí, y después miraron hacia otro lado.
Reacher volvió y quitó su dólar de la barra. Ningún por favor, ningún gracias, ninguna propina. Cruzó en diagonal hasta la mesa de enfrente justo al otro lado, debajo de la ventana mugrienta. Misma geometría, pero al revés. Tenía una esquina detrás de sí, y podía ver todo el salón. Le dio un trago a la cerveza, que fue mayormente espuma, y entonces entró Shevick, renqueando. Miró hacia delante a la mesa vacía en la esquina del otro lado a mano derecha, y se detuvo sorprendido. Miró alrededor de toda la sala. Al barman, a los cuatro clientes solitarios, a Reacher, y después otra vez a la mesa de la esquina. Seguía vacía.
Shevick empezó a avanzar cojeando hacia allí, pero se detuvo a mitad de camino. Cambió de dirección. Renqueó en cambio hacia la barra. Habló con el barman. Reacher estaba demasiado lejos como para oír lo que decía, pero supuso que era una pregunta. Podía haber sido ¿dónde está tal y tal? Definitivamente incluyó una mirada a la mesa para cuatro vacía en la esquina de atrás. Pareció recibir una respuesta sarcástica. Podía haber sido ¿qué soy yo, adivino? Shevick se retiró de allí y dio un paso en tierra de nadie. Donde podría pensar en qué hacer a continuación.
El reloj de la cabeza de Reacher daba las doce menos cuarto.
Shevick renqueó hasta la mesa vacía, y se quedó quieto un momento, indeciso. Después se sentó, enfrente de la esquina, como en la silla de visitas frente a un escritorio, no en la silla ejecutiva detrás del escritorio. Se posó en el borde del asiento, con la espalda bien recta, medio girado, mirando a la puerta, como preparado para ponerse de pie de inmediato educadamente no bien entrara el tipo con el que se tenía que encontrar.
No entró nadie. El bar siguió en silencio. Tragos agradecidos, respiraciones húmedas, el chillido del trapo del barman sobre un cristal. Shevick miraba fijamente a la puerta. El tiempo pasaba.
Reacher se puso de pie y anduvo hasta la barra. Hasta la parte más próxima a la mesa de Shevick. Apoyó los codos y se mostró expectante, como alguien con un nuevo pedido. El barman le dio la espalda y de repente se quedó ocupado con una tarea urgente al fondo en el rincón del otro lado. Como diciendo si no hay propina no te atiendo. Lo cual Reacher había predicho. Y querido. Para tener cierto grado de privacidad.
—¿Qué? —susurró.
—No está aquí —susurró Shevick en respuesta.
—¿Generalmente está?
—Siempre —susurró Shevick—. Está todo el día sentado en esta mesa.
—¿Cuántas veces has hecho esto?
—Tres.
El barman seguía ocupado, lejos y al fondo.
—Dentro de cinco minutos les voy a deber veintitrés quinientos, no veintidós quinientos —susurró Shevick.
—¿Los intereses por demora son mil dólares?
—Por día.
—No es tu culpa —susurró Reacher—. No si el tipo no aparece.
—Esta no es gente razonable.
Shevick miraba fijamente la puerta. El barman terminó con su tarea imaginaria y recorrió la distancia diagonal desde la parte de atrás del bar hasta el frente, con el mentón en alto, hostil, como posiblemente dispuesto a considerar un pedido, pero con muy pocas probabilidades de satisfacerlo.
Se detuvo a un metro de Reacher y esperó.
—¿Qué? —dijo Reacher.
—¿Quieres algo? —dijo el tipo.
—Ya no. Quería hacerte andar hasta allá ida y vuelta. Me dio la impresión de que te podía venir bien hacer ejercicio. Pero ahora ya lo has hecho, así que estoy bien. Gracias de todos modos.
El tipo se le quedó mirando. Analizando su situación. Que no era genial. Quizás tenía un bate o un arma debajo del mostrador, pero nunca iba a llegar hasta ahí. Reacher estaba a tan solo un brazo de distancia. Su respuesta iba a tener que ser verbal. Lo cual iba a ser un desafío. Eso estaba claro. Al final le salvó su teléfono de pared. Sonó a sus espaldas. Una campanilla anticuada. Un repiqueteo largo y apagado y triste, y después otro.
El barman se alejó hacia allí y atendió la llamada. El teléfono era de diseño clásico, con un auricular grande de plástico y un cable enrollado tan estirado que llegaba hasta el suelo. El barman escuchó y colgó. Apuntó con la barbilla en dirección a Shevick, haciendo todo el trayecto hasta la mesa de la esquina de atrás.
—Regresa esta noche a la seis en punto —dijo en voz alta.
—¿Qué? —dijo Shevick.
—Ya me has oído.
El barman se alejó andando, hacia otra tarea imaginaria.
Reacher se sentó en la mesa de Shevick.
—¿A qué se refiere con que vuelva a las seis en punto? —dijo Shevick.
—Supongo que el tipo al que estás esperando se ha retrasado. Ha llamado, para que sepas en qué situación te encuentras.
—Pero no lo sé —dijo Shevick—. ¿Qué pasa con mi plazo de las doce en punto?
—No es tu culpa —volvió a decir Reacher—. Fue el tipo el que no vino, no tú.
—Va a decir que les debo mil más.
—No si no apareció. Lo cual todos saben que fue así. El barman le atendió por teléfono. Es un testigo. Tú estabas aquí y el otro tipo no.
—No puedo conseguir otros mil dólares —dijo Shevick—.