Un zulo propio. Itziar Ziga

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Un zulo propio - Itziar Ziga UHF

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cruzas y le miras a los ojos para conocer sus intenciones. Fiarte de un pálpito interior que te dice «sal corriendo» y saberte menos indefensa.

      Y dejar de creer que los palos pueden venirte sólo de un ser con rabo. Reconocer que entre nosotras también hay violencia, que una mujer puede ser una exquisita maltratadora o una chantajista profesional o una persona indeseable. Aunque sea feminista, o lesbiana, o tu mejor amiga.

      De los hombres envidio muchas cosas, y no precisamente el pene. Yo puedo elegir el color, material, diseño, tamaño y velocidades del mío, tener varios, me lo quito y me lo pongo... Hay que ver que escaso de recursos era el pobre Freud, y luego iba de perverso. Deseo contagiarme de la calma emocional de muchos hombres, que cuando saco las uñas la llamo inactividad o sequía. De su seguridad o ausencia de autocrítica. De su estilo directo o la sinceridad a toda costa. De su iniciativa o arrogancia.

      Claro que también conozco mujeres seguras, francas y con la autoestima a prueba de bombas y a hombres tímidos, diplomáticos y neuróticos. De todas formas, el feminismo me ha abierto puertas para conocerme más y juzgarme menos, para aliarme con otras mujeres y no competir con ellas. Pero también me ha ayudado a entenderme mejor con los hombres, porque cuando tú sabes quién eres y dónde estás, pierdes el miedo al otro.

      A vueltas con la B(isexualidad)

      Eugeni Rodríguez me contó una noche que, en la siguiente reunión de la Comisión Unitaria del 28 de Junio, iba a plantearse la inclusión de la letra b de bisexual en las siglas que aglutinan los actos en torno a este día. Es decir, pasar de glt a glbt. Aunque como ex_dones estamos en la lista de colectivos que conforman dicha comisión, voy a ser honesta: sólo había acudido antes a una de estas reuniones. Pero no podía faltar el día en que iba a debatirse la dichosa bisexualidad desde la que se han empeñado tantas veces en comprenderme y con la que jamás me he identificado.

      Por esa época, unas redactoras del programa de la televisión catalana, Entre líneas, me habían localizado para que participara en un reportaje sobre personas bisexuales. Pensé: «Coño, sí que se ha puesto de moda el tema». Cual fue mi sorpresa cuando ellas me dijeron que habían solicitado a la comisión el permiso para acudir a la siguiente reunión, porque uno de los otros dos entrevistados iba a defender allí la inclusión de la b en el nombre del colectivo universitario Sin Vergüenza.

      Me puso bastante nerviosa la idea de que un debate interno, asambleario y político, fuera pasto de la telerrealidad. Pero la comisión decidió finalmente acceder a la entrada de las cámaras. No me esperaba el espectáculo a lo campaña electoralista de Hillary Clinton que íbamos a encontrarnos al llegar al Col.lectiu —sede de aquella reunión— Maro, Eugeni y yo aquel sábado 24 de febrero de 2007. Había unas doce personas ataviadas con camisetas azules que rezaban «bi happens» rodeando la mesa en la que se debatiría b sí, b no. ¡Qué emoción!

      Las chicas de la tele fueron respetuosas, sin duda, y el reportaje quedó bien a mi parecer. Sentí que habían entendido lo que deseaba trasmitirles y que habían sabido reflejarlo. Y no es tan fácil explicar ni comprender una vida sin la bipolaridad de género omnipresente.

      Mi madre, por su parte, me comentó irónica: «¿Para eso te he pagado la carrera de periodismo? ¿Para que salgas contando en la televisión catalana con todo el mundo que follas?».

      Ahora paso a detallar por qué no queríamos ni oír hablar de la b.

      En primer lugar, me ponen bastante nerviosa las palabras que empiezan por bi. Dos sexos, dos géneros: el determinismo dicotómico que nos ha hecho a todas, a todos, tanto daño, seamos maricas, bolleras, hetero-insumisas; trans o bio-mutaciones del mismo cuento tan limitado. En lo que se refiere estrictamente a definir la trayectoria del deseo, yo no me siento atraída por mujeres y por hombres solamente. En los últimos diez años de mi vida he follado y me he enamorado de infinitas mutaciones de género más.

      Pero el problema que le encuentro a la b no radica únicamente en que denote «me gustan los hombres y las mujeres», sino en que al aceptarla nos reduce a «somos hombres o mujeres». Y creo que estamos a una altura de la jugada en que, gracias al activismo transgénero, feminista, lésbico y gay de los últimos cuarenta años, hoy podemos soltar el ancla del género, aunque sea simbólicamente.

      Enunciarnos como ex_dones es una autoprovocación, un simulacro, un paso titubeante pero decisivo desde el feminismo, que lleva tantos años comprendiendo y denunciando qué coño significa que nos nombraran como mujeres al nacer, precisamente por el hecho de tener entre las piernas algo que el médico identificó como un coño.

      Entiendo el género como una violencia, como la violencia primigenia. Segregarnos como mujeres u hombres es imprescindible para articular todas las demás violencias que nos irán socializando después a lo largo de nuestra existencia. Sin la división patriarcal del trabajo no existiría el capitalismo, y habría que ver a qué Estado le salen las cuentas si el cuidado de las vidas humanas no fuera desarrollado gratis por las mujeres. Sin el determinismo de género no sería posible la heteronormatividad, ni la homofobia, y todas las que aparecemos en este libro dedicaríamos nuestro tiempo libre a otras cosas.

      Sin ese corte doloroso que pretende dividir la humanidad en dos, la maquinaria médica no intervendría con toda su saña en los cuerpos de bebes diagnosticados hoy intersexo. Cualquiera podría transitar de un lado al otro sin dar explicaciones a nadie y sin pasar por un calvario hospitalario y burocrático. Los géneros se multiplicarían hasta diluirse...

      Puede parecer una proyección utópica pero creo que todo esto, a nivel de lo que son nuestras vidas, de lo que es todo un entorno como el de aquí en Barcelona, ya existe. Como dice Judith Butler, mutaciones de género más allá del estrecho umbral mujer/hombre, «han existido desde hace mucho tiempo, pero no han sido admitidas entre los términos que gobiernan la realidad». Y, continuando con la Butler, que hace unos meses estuvo en la Bata de Boatiné —nuestro antro de encuentro y perdición, denominado «abrevadero queer» por su dueña, la Miquela, en carteles y flyers— la tarea de la política internacional glt «es nada menos que rehacer la realidad, reconstituir lo humano y negociar los términos de lo que se considera habitable y lo que no».

      Por eso creo —como mantuve en aquella reunión— que reivindicar la bisexualidad es negar esta rotura del orden bipolar que nosotras mismas estamos provocando. Es reduccionista, limitador, y contradice la política desgeneradora tan avanzada de una comisión que mantiene términos de radicalidad sexual en estos tiempos en que el Orgullo se vende finamente embotellado en los comercios de Chueca y el Gaiexample. Una comisión que no permite a los empresarios del euro rosa promocionarse en la manifestación del 28-J como si de un desfile se tratara, que habla de opción y no de orientación, de liberación y no de orgullo... Ay, me daba mucha pena descafeinar un discurso tan audaz incluyendo a una b para mí tonta.

      Bisexual es arcaico. Pertenece a una época en la que se hablaba de travestis, de mujeres que nacieron hombres, de hombres atrapados en cuerpos de mujeres. La b se come a la t de transgénero que viene después. No es que debiéramos incorporarla en Cataluña, sino que el resto de comunidades tendrían que replantearse qué sentido tiene mantenerla.

      Otro de los argumentos que desarrollé para oponerme a la inclusión de la b tiene que ver con las identidades políticas. Como practicante de sexo con todos los géneros conocidos y por conocer, considero que mi lucha está en defender mis deseos que desde la norma tratan de ser reprimidos, no aquellos que la norma me aplaude. Como polisexual, omnívora, perra, sólo soy reprimida cuando me visualizo como bollo, no cuando me visualizo como hetero. Por ello, me siento totalmente incluida en las siglas glt. Y la bisexualidad, demasiadas veces, es un armario intermedio en el que seguir escondiéndose. De hecho, en el entorno del fagc hay activistas heteros que no sienten desafiada su identidad al portar una pancarta gay o lesbiana, que

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