Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

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      Arthur C. Brooks

       Amad a vuestros enemigos

       Cómo las personas decentes pueden salvarnos de la cultura del desprecio

      Traducción de

      Jordi Ainaud i Escudero

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      Todos los derechos reservados. Ninguna parte

      de esta publicación puede ser reproducida, almacenada

      o transmitida en manera alguna ni por ningún medio,

      ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación

      o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

      Título original: Love Your Enemies

      © American Enterprise Institute, 2019

      © de la traducción, Jordi Ainaud i Escudero, 2020

      Diseño de la cubierta:

      RPS Grafic

      ©Editorial Elba, S.L., 2020

      Avenida Diagonal, 579

      08014 Barcelona

      Tel.: 93 415 89 54

       [email protected]

       En recuerdo del padre Arne Panula

      No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión los haya tensado, no debe romper nuestros lazos de afecto. Los acordes místicos de la memoria, que unen cada campo de batalla y cada tumba de un patriota con los corazones vivos y los hogares a lo largo y ancho de este país, se sumarán al coro de la Unión cuando vuelvan a tocarlos, como sin duda así será, los mejores ángeles de nuestra naturaleza.

      ABRAHAM LINCOLN,

      Primer discurso de investidura

      ÍNDICE

       Introducción. ¿Aún no estás harto de pelear?

       1. La cultura del desprecio

       2. ¿Puedes permitirte el lujo de ser buena persona?

       3. Lecciones de amor para líderes

       4. ¿Cómo puedo amar a mis enemigos si son inmorales?

       5. El poder y el peligro de la identidad

       6. Cuéntame una historia

       7. ¿Nuestro problema es la competencia?

       8. Por favor, discrepa de mí

       Conclusión. Cinco reglas para subvertir la cultura del desprecio

       Agradecimientos

       Acerca del autor

       Introducción ¿Aún no estás harto de pelear?

      Lo confieso sin tapujos: estoy harto de la guerra. Su gloria no es más que un espejismo.

      General WILLIAM TECUMSEH SHERMAN, 1865

      Vivo y trabajo en Washington, pero no soy adicto a la política. Para mí, la política es como el tiempo: siempre está cambiando, la gente habla de ella sin cesar y la idea de lo que es «bueno» en la materia es totalmente subjetiva. A mí me gusta el invierno, a ti el verano; tú eres progresista, yo soy conservador. Además, las opiniones políticas son como la nariz: no hay dos iguales, pero todo el mundo tiene una. Tengo la nariz grande, pero su existencia es un hecho tan intrascendente como mis opiniones políticas.

      Lo mío son las ideas, especialmente las ideas sobre políticas públicas. La política es como el tiempo, pero las ideas son como el clima. El clima tiene una gran influencia sobre el tiempo, pero no es lo mismo, y de forma parecida podemos decir que las ideas afectan a la política, pero no son lo mismo.

      Cuando se hace bien, el análisis de políticas públicas, como la climatología, va que ni pintado a las ratas de biblioteca con doctorados. Y ése soy yo. Soy doctor en análisis de políticas públicas; para mi tesis doctoral, estudié microeconomía aplicada y modelos matemáticos. Enseñé políticas públicas en la universidad durante diez años antes de convertirme en presidente de un grupo de expertos en políticas públicas de Washington, cargo que he desempeñado durante una década. (Antes de cursar el doctorado, me gané la vida durante doce años como músico, pero nada guay: tocaba la trompa en una orquesta sinfónica. Así que, en efecto: rata de biblioteca con todas las de la ley.)

      El hecho de estar un poco alejado de la política ha provocado que, incluso en el corazón de Washington, por lo general no me tome las batallas políticas demasiado en serio. En la precampaña de las elecciones presidenciales de 2012, mi esposa y yo hicimos una pegatina para el Volvo –VEGANOS A FAVOR DE ROMNEY– sólo para ver la reacción de los demás conductores de la ciudad.

      Por mucho que lo deseemos, no podemos rehuir el problema. La única cosa divertida de verdad que he visto en nuestra lamentable cultura política fue una pegatina en la recta final de las presidenciales de 2016 que decía: METEORITO GIGANTE 2016, es decir, que una catástrofe que acabara con la humanidad sería mejor que las opciones políticas que se le planteaban al elector. Como diría mi hija: «Qué chungo, tío».

      Me acuerdo de cuando me di cuenta por primera vez de la fuerza de este huracán, dos años y medio antes de las elecciones de 2016. Estaba hablando con un nutrido grupo de activistas

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