Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
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Yo era el único no político en el programa, y como llegué un poco antes de hora, escuché a algunos de los oradores que me precedían. Uno tras otro dijeron a los asistentes que ellos tenían razón y que sus oponentes se equivocaban. Cuando subí al escenario, el público ya estaba caldeado. Mi discurso trataba de cómo ve la gente hoy a los conservadores y a los progresistas en los Estados Unidos. Hice hincapié en que los progresistas suelen considerarse compasivos y empáticos, y que los conservadores deberían esforzarse por adquirir la misma reputación.
Después del discurso, una mujer del público se me acercó, visiblemente disconforme con mis comentarios. Pensé que criticaría mi afirmación de que los conservadores no son tan compasivos como los progresistas, pero lo que me dijo fue que yo era demasiado amable con los progresistas: «No son compasivos y empáticos –dijo–, sino estúpidos y malvados». Sostenía que, como personaje público que soy, yo estaba obligado a dejarlo muy claro porque «Es la verdad».
En ese momento, mis pensamientos volaron a… Seattle, que es donde crecí. Mientras que políticamente tiendo hacia el centroderecha, Seattle podría decirse que es el lugar más progresista políticamente de Estados Unidos. Mi padre era profesor universitario; mi madre, artista. Profesores y artistas de Seattle… ¿Qué ideas políticas creéis que tenían?
Por eso, cuando la mujer del acto de Nuevo Hampshire dijo que los progresistas son estúpidos y malvados, no se refería a mí, sino a mi familia. Sin quererlo, me estaba obligando a elegir entre mis seres queridos y mi ideología. O reconozco que las personas con quienes no estoy de acuerdo políticamente –incluidas las que amo– son estúpidas y malvadas, o renuncio a mis ideas y a mi credibilidad como personaje público. Amor o ideología: elige.
¿Te han planteado alguna vez una elección parecida? ¿Te ha dicho un experto del periódico, un político, un profesor universitario o un presentador de televisión que tus amigos, parientes y vecinos del otro bando son granujas e imbéciles, lo que implica que, si eres honrado, tienes que enfrentarte a ellos o darles la espalda? ¿Que la gente con puntos de vista distintos odia a nuestro país y debe ser completamente aniquilada? ¿Que si no estás indignado es que no te das cuenta de lo que pasa? ¿Que la bondad hacia los adversarios ideológicos es una muestra de debilidad?
Tanto si políticamente te sitúas a la izquierda como si eres de derechas o de centro, lo más probable es que hayas pasado por ello, y puede que eso afecte tu vida. Por ejemplo, una encuesta de Reuters/Ipsos de enero de 2017 revelaba que uno de cada seis estadounidenses había dejado de hablar con un familiar o amigo íntimo a causa de las elecciones de 2016.2 En los últimos años, el porcentaje de la población que organiza su vida social en función de criterios ideológicos ha ido en aumento: evitan los lugares en los que la gente esté en desacuerdo con ellos, filtran las noticias y medios de comunicación social para eliminar los puntos de vista contrarios a los suyos y buscan espacios –desde los campus universitarios hasta los lugares de trabajo– en los que encuentren a personas ideológicamente afines.
Nos están separando, que es lo último que necesitamos en un momento tan frágil para nuestro país. Estados Unidos no se encuentra en pleno colapso económico como en 2008, pero en la última década hemos tenido que hacer frente a grandes desafíos económicos, sociales y geopolíticos. Diez años después de la Gran Recesión, millones de personas se sienten traumatizadas por las transformaciones políticas, los cambios culturales y las incertidumbres de un mundo moderno y globalizado.
Esto se refleja en el profundo pesimismo que se percibe a lo largo y ancho del país, a pesar de la recuperación económica. En una economía que se fortalece de un modo espectacular, más de cuatro de cada diez estadounidenses afirman que, a su parecer, los mejores años de la nación han quedado atrás.3 Las cifras de desempleo son las más bajas desde hace décadas y, sin embargo, tres cuartas partes de los estadounidenses todavía dicen que o bien «la clase media no se siente necesaria o útil en su labor y en su cometido», o bien que «la clase media considera que lo que hace es importante… pero no lo valoran las élites y las instituciones de la nación».4
Necesitamos que el país restañe heridas tanto como que prospere la economía. En vez de esto, ¿qué es lo que nos transmiten muchos de nuestros líderes de los medios de comunicación, la política, el espectáculo y la intelectualidad? En todo el espectro político, las personas en puestos de poder e influencia nos enfrentan unos a otros. Nos dicen que los compatriotas que no están políticamente de acuerdo con nosotros están arruinando el país; que las diferencias ideológicas no son una cuestión de opiniones plurales, sino que reflejan su vileza moral, que nuestro bando tiene que derrotar por completo al otro, aun a costa de privar de voz a nuestros semejantes.
En el preciso momento en que Estados Unidos necesita unidad nacional –en las primeras décadas de lo que, por el bien del mundo, tendría que ser un nuevo siglo estadounidense– nos desgarran irreflexiva e innecesariamente. Vivimos en la cultura del desprecio.
Tenemos que contraatacar. Pero ¿cómo?
«Estábamos listos para luchar.»
El 16 de septiembre de 2017, Hawk Newsome y un grupo de manifestantes de Black Lives Matter (‘Las Vidas de los Negros Son Importantes’) del área metropolitana de Nueva York llegó a la Explanada Nacional de Washington para enfrentarse a un grupo de partidarios de Trump que se había reunido para lo que llamaban la «Madre de Todos los Mítines». Hawk, activista vecinal del Bronx sur, había estado recientemente en primera línea de las protestas en Charlottesville (Virginia) contra una manifestación de supremacistas blancos que había sido noticia en todo el país. Aún no se le habían curado las heridas de la contramanifestación, durante la cual le lanzaron una piedra a la cara.
Cuando Hawk llegó con su grupo a la Explanada Nacional, estaba mentalizado para otro enfrentamiento y tal vez nuevas heridas. Suponía que los manifestantes pro-Trump no serían muy diferentes de los supremacistas blancos a los que se había enfrentado en Charlottesville. Hawk sentía un desprecio absoluto por ellos, y los manifestantes parecían corresponder a sus sentimientos, con gritos de: «¡USA! ¡USA! Si no te gusta, lárgate ya» e «¡Ignóralos! ¡No existen!». Ambos bandos empezaron a intercambiarse insultos, y la situación se volvió cada vez más tensa. Los transeúntes sacaron de inmediato sus iPhones para convertirse en reporteros improvisados, listos para grabar el choque y difundirlo en las redes sociales. Era evidente que estaba a punto de estallar otro de esos horribles enfrentamientos que todos hemos temido.
Pero entonces, justo cuando los insultos parecían a punto de dar paso a los golpes, sucedió algo del todo inesperado. Tommy Hodges, el organizador del mitin pro-Trump, invitó a Hawk Newsome a subir al escenario.
–Vamos a daros dos minutos sobre el escenario para que difundáis vuestro mensaje –le dijo Tommy a Hawk–. Que estén de acuerdo o no con el mensaje es irrelevante. De lo que se trata es de que tengáis derecho a exponerlo.
Hawk estaba listo para luchar, no para pronunciar un discurso, pero aceptó. Cuando empuñó el micrófono, recordó un momento en Charlottesville en el que estaba a punto de agarrar una piedra para lanzarla. «Y entonces una viejecita blanca, que no sé de dónde había salido, me dijo: “Tu boca es el arma más poderosa. Es lo único que necesitas”.» Y en ese momento Hawk tenía la oportunidad de usarla. Cristiano practicante, entonó una plegaria, y al hacerlo, oyó una voz en su corazón que le decía: «Que sepan quién eres». Respiró hondo y se dirigió a la multitud hostil con pasión y total sinceridad:
–Me llamo Hawk Newsome. Soy el presidente de Black Lives Matter Nueva York. Soy americano. –Había captado