Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

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Amad a vuestros enemigos - Arthur C. Brooks

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de septiembre de 2017, https://www.youtube.com/watch?v=9PFhZMvuBHo.

      7. Warren D. TenHouten, Emotion and Reason: Mind, Brain y the Social Domains of Work and Love, Nueva York, Routledge, 2013, p. 18.

      8. Arthur Schopenhauer, The Horrors and Absurdities of Religion: Mankind Is Growing Out of Religion as Out of Its Childhood Clothes, trad. de R.J. Hollingdale, Nueva York, Penguin, 1970, «On Religion: A Dialogue», n.° 11.

      9. «Contempt», Encyclopedia of World Problems and Human Potential, 17 de junio de 2018, http://encyclopedia.uia.org/en/problem/139329.

      10. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, cuestión 26, artículo 4. Suele traducirse por «Amar es querer el bien para alguien».

      11. Michael Novak, «Caritas and Economics», First Things, 6 de julio de 2009, https://www.firstthings.com/web-exclusives/2009/07/caritas-and-economics.

       1

       La cultura del desprecio

      Corría el año 2006. Yo era profesor en la Universidad de Syracuse y acababa de publicar mi primer libro comercial, Who Really Cares (‘A quién le importa de veras’), que trataba el tema de los donativos, de las personas que más dan a obras de caridad en Estados Unidos, desglosadas por categorías, como la política y la religión.

      Parece un libro de esos que te mantienen en vilo, ¿no? Francamente, no esperaba que llamara mucho la atención. Me habría conformado con vender dos mil ejemplares. ¿Por qué? Mis publicaciones anteriores habían sido sobre todo artículos densos en revistas académicas con títulos tan apasionantes como «Genetic Algorithms and Public Economics» (‘Algoritmos genéticos y economía pública) y «Contingent Valuation and the Winner’s Curse in Internet Art Auctions» (‘La valoración contingente y la maldición del ganador en las subastas de arte en Internet’). Who Really Cares era algo más interesante, pero no mucho. Publiqué el libro y esperé a que no sonara el teléfono.

      Pero sonó. Y volvió a sonar. Como sucede a veces con los libros académicos, sintonizó de manera perfecta con el ambiente del momento. Por la razón que sea, que algunas personas donaran mucho dinero para obras benéficas y otras no era una bomba informativa, y mi libro parecía explicar el porqué. Unas cuantas personas famosas hablaron de él, y antes de que me diera cuenta, salí en la televisión y empezaron a venderse cientos de ejemplares de mi libro al día.

      Lo que me resultó más extraño fue que empezaran a abordarme perfectos desconocidos. Pronto me acostumbré a los correos electrónicos de personas que no conocía de nada, que me contaban detalles íntimos de sus vidas, porque, como pude comprobar, cuando la gente lee un libro que has escrito, cree que te conoce. Más aún: si no les gusta el libro, no les gustas tú.

      Una tarde, al cabo de un par de semanas de la publicación del libro, recibí un correo electrónico de un señor de Texas que decía: «Querido profesor Brooks: Es usted un farsante». Empezaba fuerte, pero mi corresponsal texano no se detenía ahí. Su correo electrónico, de unas cinco mil palabras de extensión, criticaba en detalle todos los capítulos del libro y me informaba de mis numerosos fallos como investigador y como persona. Tardé veinte minutos en leer de cabo a rabo su diatriba.

      Vale, ahora ponte en mi lugar. Llegado a este punto, ¿tú qué harías? Tienes tres opciones:

      Opción 1. Ignorarlo. Es un tipo de tantos, ¿no? ¿Por qué voy a perder mi precioso tiempo con él, aunque él haya desperdiciado el suyo despotricando contra mi libro, del derecho y del revés?

      Opción 2. Insultarlo. Decirle: «Anda y piérdete, tío. ¿No tienes nada mejor que hacer que meterte con un desconocido?».

      Opción 3. Machacarlo. Elegir tres o cuatro de sus errores más evidentes y estúpidos y echárselos en cara, añadiendo: «Oye, atontado, si no sabes de economía, mejor no hagas el ridículo delante de un economista profesional».

      Cada vez más, estas tres alternativas (o una combinación de ellas) son las únicas que creemos tener a nuestra disposición en los conflictos ideológicos actuales. Pocas opciones adicionales nos vienen a la mente cuando nos enfrentamos a un desacuerdo. Y fíjate que todas parten de un denominador común: el desprecio. Todas ellas expresan la idea de que mi interlocutor no merece consideración.

      Cada una de estas opciones provocará una respuesta distinta, pero lo que todas tienen en común es que excluyen la posibilidad de una discusión productiva. En el fondo, lo que garantizan es una enemistad permanente. Puede que digas: «Ha empezado él». Cierto, aunque también podrías decir que empecé yo cuando escribí el libro. Sea como sea, al igual que la respuesta «ha empezado él» siempre me fue indiferente cuando mis hijos eran pequeños y se peleaban en el asiento trasero del coche, tampoco tiene fuerza moral en este caso, cuando nuestro objetivo es destruir la cultura del desprecio.

      Más tarde, te diré cuál de las tres opciones –ignorarlo, insultarlo o machacarlo– elegí al responder a mi corresponsal texano. Pero antes, tenemos que hacer un viaje a través de la ciencia y la filosofía del desprecio.

      Los investigadores descubrieron que la mayoría de los republicanos y demócratas sufren hoy en día de un nivel de asimetría en la atribución de motivos comparable al de palestinos e israelíes. En ambos casos, las dos partes piensan que las impulsa la benevolencia, mientras que la parte contraria es malvada y actúa motivada por el odio. Por eso ninguna de las partes está dispuesta a negociar o transigir. Los autores del estudio concluyeron que «el conflicto político entre los demócratas y republicanos estadounidenses y el conflicto etnorreligioso entre israelíes y palestinos parecen insolubles, pese a la existencia de soluciones de compromiso razonables en ambos casos».

      Piensa en lo que esto significa: hemos llegado al punto de que lograr un acuerdo bipartito, en temas que van desde la inmigración hasta las armas, pasando por la confirmación del nombramiento de un juez del Tribunal Supremo, es tan difícil como alcanzar la paz en Oriente Medio. Puede que no ejerzamos la violencia a diario entre nosotros, pero no podemos progresar como sociedad cuando ambas partes creen que actúan motivadas por el amor, mientras que la parte contraria actúa motivada por el odio.

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