Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

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Amad a vuestros enemigos - Arthur C. Brooks

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      Piensa en una discusión que hayas tenido con un amigo íntimo, un hermano o tu pareja. Si estabas molesto y te enojaste, ¿fue porque pretendías expulsar a esa persona de tu vida? ¿Creíste que esa persona actuaba motivada por el odio hacia ti? Por supuesto que no. Dejando a un lado que la ira sea la estrategia más adecuada, nos enojamos porque reconocemos que las cosas no son como deberían ser, queremos corregirlas y creemos que podemos lograrlo.

      La asimetría en la atribución de motivos no conduce a la ira, porque no hace que desees arreglar la relación. Creer que tu enemigo actúa motivado por el odio provoca algo mucho peor: el desprecio. Mientras que la ira pretende atraer a alguien al redil, el desprecio pretende expulsarlo. Procura burlarse del otro, avergonzarlo y excluirlo permanentemente de toda relación mediante el menosprecio, la humillación y el ninguneo. Así que mientras la ira dice: «Esto me importa», el desprecio dice: «Me das asco. No mereces que me preocupe por ti».

      Una vez le pregunté a un amigo psicólogo sobre la raíz de los conflictos violentos. Me dijo que era «el desprecio mal disimulado». Lo que te hace violento es la percepción de que te desprecian, algo que desgarra familias, comunidades y naciones enteras. Si quieres ganarte un enemigo de por vida, demuéstrale desprecio.

      El poder destructivo del desprecio está bien documentado en las obras del famoso psicólogo social y experto en relaciones John Gottman. Es profesor desde hace mucho tiempo de la Universidad de Washington en Seattle y cofundador junto con su esposa, Julie Schwartz Gottman, del Instituto Gottman, que se dedica a mejorar las relaciones. A lo largo de su carrera, Gottman ha estudiado a miles de parejas casadas. Suele pedir a cada pareja que cuente su historia –cómo se conocieron y cortejaron, sus altibajos como pareja y cómo ha cambiado su matrimonio con los años– antes de que discutan asuntos polémicos.

      «¿Qué tiene que ver todo esto con la política estadounidense?», le pregunté, a lo que Gottman –una persona alegre y feliz– respondió en tono pesimista:

      En este país se ha denigrado el respeto en el diálogo. Siempre es «nosotros contra ellos». […] Vemos que los republicanos piensan que son mejores que los demócratas, los demócratas piensan que son mejores que los republicanos, la gente de la costa piensa que es mejor que la gente del interior. Suma y sigue, y creo que eso nos está haciendo mucho daño. Este «nosotros contra ellos» hace que nuestra corteza prefrontal medial –la parte del cerebro situada entre los ojos– no reaccione con comprensión y compasión. Y eso no es algo propio de nuestro país.

      La pandemia del desprecio en asuntos políticos impide a las personas con opiniones opuestas trabajar juntas. Ve a YouTube y mira los debates presidenciales de 2016: son obras maestras del desdén, el sarcasmo y el escarnio. O, ya puestos, fíjate en cómo hablan los políticos de todos los niveles acerca de sus rivales en las elecciones, o de los miembros del otro partido. Describen cada vez más a menudo a personas indignas de cualquier tipo de consideración, sin ideas u opiniones legítimas. ¿Y las redes sociales? En cualquier tema polémico, estas plataformas son generadores de desprecio.

      Desde luego, todo esto es contraproducente en una nación en la que los rivales políticos también deben ser colaboradores. ¿Acaso es probable que quieras cooperar con alguien que te ha calificado en público de tonto o de delincuente? ¿Llegarías a acuerdos con alguien que dijera públicamente que eres un corrupto? ¿Y te harías amigo de alguien que dijese que tus opiniones son estúpidas? ¿Por qué deberías estar dispuesto a pactar con una persona así? Puedes solucionar tus problemas con alguien con quien no estés de acuerdo, aunque dicho desacuerdo se manifieste de forma airada, pero no puedes llegar a una solución con alguien que te desprecie o por quien tú sientas desprecio.

      El desprecio no es práctico y es malo para un país que depende de que la gente colabore en la política, las comunidades y la economía. A menos que esperemos convertirnos en un Estado de partido único, no podemos permitirnos despreciar a nuestros compatriotas estadounidenses que sencillamente no estén de acuerdo con nosotros.

      El desprecio tampoco está moralmente justificado. La gran mayoría de los estadounidenses situados al otro lado de la frontera ideológica no son terroristas o criminales. Son personas como nosotros que da la casualidad de que ven de manera distinta ciertos temas polémicos. Cuando tratamos a nuestros compatriotas como enemigos, perdemos amistades y, por lo tanto, amor y felicidad. Eso es exactamente lo que está pasando. Ya he citado una encuesta que muestra que una sexta parte de los estadounidenses ha dejado de hablarse con un pariente o amigo íntimo por culpa de las elecciones de 2016. La gente ha cortado relaciones estrechas, que son nuestra fuente más importante de felicidad, por culpa de la política.

      Igual de importante: el desprecio no sólo es perjudicial para la persona maltratada, sino que también lo es para quien desprecia, porque tratar a los demás con desprecio nos hace segregar dos hormonas del estrés, el cortisol y la adrenalina. Las consecuencias de segregar constantemente estas hormonas –el equivalente a vivir bajo un estrés significativo y constante– son tremendas. Gottman señala que las personas que viven en pareja que se pelean constantemente mueren veinte años antes, por término medio, que las que buscan constantemente la comprensión mutua. Nuestro desprecio es indiscutiblemente desastroso para nosotros, por no hablar de las personas a las que tratamos con desprecio.

      En

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