Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

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Amad a vuestros enemigos - Arthur C. Brooks

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pero seguiste luchando de todas formas. Tengo un amigo que no se habló con su hija durante veinte años y ni siquiera sabía cómo se llamaban sus nietos. Tenía unas ganas tremendas de reconciliarse, pero no se atrevía a hacerlo. Tal vez nunca has hecho algo tan radical, pero en un momento u otro, todos hemos experimentado el dolor de una fractura en nuestras relaciones que el orgullo nos impide arreglar.

      Una vez más, se trata de la adicción. Todos los adictos quieren liberarse de la adicción, y disponen de numerosas ayudas para ello. Todo lo que tienen que hacer es desprenderse de lo que odian y pedir lo que realmente quieren. Pero no lo hacen, a veces incluso hasta la sepultura. ¿Por qué no? La mayoría dice que el sufrimiento que causa a corto plazo dejar de fumar es demasiado grande, o que el alcohol u otras drogas, por muy terribles que sean, son lo único que les proporciona verdadera satisfacción en una existencia vacía.

      Padecemos una adicción cultural al desprecio –una adicción instigada por el complejo industrial de la indignación para obtener ganancias y poder– y nos está destrozando. Pero la mayoría de nosotros no queremos eso. Queremos amor, bondad y respeto. Sin embargo, tenemos que pedirlos, elegirlos. Es difícil; somos orgullosos, y el desprecio puede crear una sensación de propósito y satisfacción a corto plazo, como una bebida más. Nadie dijo nunca que acabar con una adicción fuera fácil. Pero no te confundas: al igual que Bartimeo, podemos elegir lo que realmente queremos, como individuos y como nación.

      ¿Cómo? No basta con dejarlo al azar, con la esperanza de que reaccionemos accidentalmente como yo con mi corresponsal tejano, o como Hawk Newsome y Tommy Hodges en la Explanada Nacional de Washington. ¿Qué podemos hacer a partir de hoy para rechazar el desprecio y abrazar el amor?

      En busca de una respuesta, consulté a dos expertos.

      El primero es John Gottman, a quien ya he presentado en este capítulo. Le pregunté cómo pensaba que podríamos usar sus ideas sobre la armonía en la pareja para mejorar nuestro discurso nacional. Si quieres una América más unida por los lazos del amor, ¿cómo deberías tratar a las personas con las que no estás de acuerdo políticamente?

      Gottman tardó un poco en contestar, porque nunca antes había respondido a esta pregunta. Los profesores siempre se muestran reacios a ir más allá de su información y su experiencia concreta. Pese a todo, me dijo que amaba a los Estados Unidos, que le partía el corazón el desprecio que se extendía por todo el país y que quería que volviéramos a estar juntos. Así que me dio cuatro reglas:

      1. Concéntrate en el malestar de los demás, y hazlo con empatía. Cuando los demás se muestren disgustados por motivos políticos, escúchalos con respeto. Trata de entender su punto de vista antes de ofrecer el tuyo. Nunca escuches sólo para rebatir.

      2. En tus interacciones con los demás, sobre todo en áreas de desacuerdo, adopta la «regla de cinco a uno», que Gottman propone a las parejas: asegúrate de formular cinco comentarios positivos por cada crítica negativa. En las redes sociales, son cinco mensajes positivos por cada uno que pueda considerarse negativo.

      3. Ningún desprecio está justificado, jamás, aunque, en un arrebato momentáneo, creas que alguien se lo merece. Suele ser injustificable más a menudo de lo que crees, es siempre malo para ti y nunca convencerá a nadie de que se equivoca.

      4. Ve donde haya gente que discrepe de ti y aprende de ellos. Eso significa que hagas nuevas amistades y busques opiniones con las que sabes que no estarás de acuerdo. ¿Cómo actuar en un lugar así? ¡Sigue las reglas de la 1 a la 3!

      Estas reglas son tan importantes que me extenderé sobre ellas (y otras) a lo largo de todo este libro. Si te parecen difíciles de seguir, ¡no te preocupes! Te enseñaré a hacerlo.

      La segunda persona a la que consulté sobre cómo luchar contra el desprecio es el hombre más sabio que conozco, y también uno de los expertos mundiales en unir a las personas mediante los lazos de la compasión y el amor: Su Santidad el dalái lama.

      El dalái lama es el líder espiritual de los budistas tibetanos y uno de los líderes más respetados del mundo actual. Hemos colaborado durante años, y aunque soy católico y no budista, yo lo considero un mentor y guía. Lo visité en su monasterio en Dharamshala (India), en las estribaciones del Himalaya, cuando empezaba a trabajar en este libro. «Santidad –le pregunté–, ¿qué debo hacer cuando sienta desprecio?» Como ya te he contado en la introducción, me respondió: «Practica el afecto».

      Para ser sincero, al principio pensé: «¿Sólo eso?». Parecía más un aforismo que un consejo útil. Pero cuando reflexioné sobre ello, vi que era realmente certero y práctico. No abogaba por ceder ante las ideas de las personas con las que no estuviéramos de acuerdo. Si creo que tengo razón, tengo el deber de atenerme a mis opiniones, pero también el de ser amable, justo y amigable con todos, incluso con aquellos de los que me separan grandes diferencias.

      Mi siguiente pregunta fue: «¿Cómo puedo hacerlo? Deme algunos consejos prácticos, Santidad», a lo que él contestó: «Piensa en una época de tu vida en la que respondiste al desprecio con afecto. Recuerda cómo te hizo sentir, y vuelve a hacerlo». Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el afecto es exactamente lo que transformó mi intercambio de correos electrónicos al principio de este capítulo. Respondí por casualidad al desprecio con afecto y vi cómo el desprecio se desvanecía en un instante.

      La bondad y el afecto son el antídoto contra el veneno del desprecio que corre por las venas de nuestro discurso político. Desprecio es lo que vimos cuando Tommy Hodges y Hawk Newsome –el organizador de la manifestación a favor de Trump y el activista de Black Lives que hemos visto al principio de este libro– llegaron a la Explanada Nacional. Al invitar a Hawk a subir al escenario, Tommy hizo algo más que darle a Hawk una plataforma para hablar: reconoció su dignidad como compatriota estadounidense. Fue como si hubiera dicho: «Puede que no esté de acuerdo con usted, pero lo que tiene que decir es importante». Esa simple demostración de respeto rompió el muro de desprecio mutuo que los separaba y transformó por completo su relación.

      Hawk, a su vez, reaccionó de la misma manera, dirigiéndose al público de forma positiva y afectuosa. Expresó una causa moral que compartía con sus oyentes –al declarar que era un estadounidense que amaba a su país y que quería hacer grande a América– a la vez que los retaba a pensar de manera diferente sobre la difícil situación de los afroamericanos. Su planteamiento fue profundamente unificador. Hizo un alegato moral a favor de la compasión y la justicia, y apeló a algo que todos tenían grabado en el corazón.

      Eso no significa que todos los asistentes al acto estuvieran de acuerdo con lo que dijo; no fue así. Sucedió algo más profundo que el mero acuerdo político: se estableció una conexión humana que permitió un debate de ideas respetuoso y productivo.

      Esto es exactamente lo que los Estados Unidos necesitan. Es lo que

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