Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
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Uno de los principales es Matthew Lieberman, psicólogo social de la Universidad de California-Los Ángeles. Lieberman ha pasado décadas explorando las bases neurocientíficas de las relaciones humanas. Según él, sentimos un deseo innato de establecer relaciones sociales positivas y nuestros cerebros experimentan un profundo placer cuando las logramos.
Analicémoslo en términos monetarios. En su libro Social: Why Our Brains Are Wired to Connect (‘Sociales: por qué nuestros cerebros están organizados para conectar’), Lieberman observa que el simple hecho de tener un amigo al que ves la mayoría de los días te da una inyección de felicidad equivalente a ganar cien mil dólares adicionales cada año.37 Ver a tus vecinos de forma regular te aporta tanta felicidad como sesenta mil dólares más de ingresos. En cambio, la experiencia de romper un vínculo social crítico, como con un miembro de la familia, equivale a experimentar una gran disminución de ingresos.38 Supongo que, en el caso del congresista que he mencionado antes (al que denunciaron sus seis hermanos), fue como sufrir una bancarrota.
En un estudio similar, psicólogos de la Universidad Brigham Young examinaron los hábitos y las relaciones sociales de más de trescientos mil participantes, y descubrieron que la falta de relaciones estrechas aumenta el riesgo de muerte prematura por cualquier causa en un 50 por ciento.39 Una publicación de la Universidad de Harvard señala que esta falta de comunión a través de las relaciones sociales es más o menos equivalente, en cuanto a efectos sobre la salud, a fumar quince cigarrillos al día.40
Lo que todos estos hechos y cifras significan para ti y para mí es que todos queremos ganar mucho más, y nadie quiere perder ingresos. Eso es algo que no siempre podemos controlar, pero podemos incidir en algo igual de valioso para nuestro bienestar: nuestras relaciones con los demás. ¿Renunciarías a cien mil dólares de tu sueldo, o a años de vida saludable, por desavenencias políticas? Probablemente no. Así que no sacrifiques una amistad o relación familiar por eso, y no dejes pasar una posible nueva amistad sólo por la política.
Varios estudios recientes que se preguntaban por qué anhelamos el contacto con los demás han encontrado respuestas fisiológicas. Como han descubierto los neurocientíficos de la Universidad de Emory, la cooperación social activa las partes de nuestro cerebro que están vinculadas al procesamiento de recompensas.41 Las imágenes de escáneres cerebrales demuestran que, cuando experimentamos el placer de relacionarnos con los demás, se activan estos circuitos de recompensa, lo que demuestra que «la cooperación social es intrínsecamente gratificante para el cerebro humano».42 En cambio, cuando experimentamos exclusión o rechazo, se activan los centros del dolor del cerebro. De hecho, el cerebro procesa el rechazo relacional de la misma manera en que procesa el dolor físico. Como Lieberman ha descubierto en sus investigaciones, en muchos aspectos, un corazón roto causa la misma sensación que una pierna rota.43
Una vez más, pregúntate si estarías dispuesto a romperte un hueso a cambio de tener «razón» en política.
Seguramente no necesitamos escáneres cerebrales que nos digan que establecer relaciones es mucho mejor que las consecuencias del desprecio y la división. Al fin y al cabo, los grandes pensadores y religiones del mundo llevan predicando el sabio consejo de la unidad desde hace miles de años.
En la República de Platón, el gran filósofo escribe: «¿Tenemos, pues, mal mayor para una ciudad que aquello que la disgregue y haga de ella muchas en vez de una sola? ¿O bien mayor que aquello que la agrupe y aúne?».44 Aristóteles opinaba igual. Si rompiera los lazos unificadores de la amistad, escribió en su Ética a Nicómaco, «nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes».45
Es un tema común a todos los textos sagrados de todas las religiones del mundo. El salmo 133 proclama: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos».46 En el Evangelio de Mateo, Jesús advierte: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie».47 Y el Bhagavad Gita, uno de los antiguos libros sagrados del hinduismo, enseña que el conocimiento «mediante el cual se puede ver que todas las cosas están mantenidas por la misma Esencia Única» es sáttvico, es decir, puro, bueno y virtuoso.48
Los padres de la patria estadounidenses sabían que la armonía social tenía que ser el eje vertebrador de los Estados Unidos. En su célebre opúsculo Common Sense (‘Sentido común’), Thomas Paine sostenía: «No es en los números, sino en la unidad donde reside nuestra gran fuerza».49 James Madison, en su decimocuarto Federalist Paper, advirtió: «La más alarmante de todas las novedades, el más loco de todos los proyectos, el más imprudente de todos los intentos, es el de despedazarnos con el fin de preservar nuestras libertades y promover nuestra felicidad».50 John Adams creía que el cáncer del faccionalismo en los Estados Unidos debía ser «temido como el mayor de los males políticos, según nuestra Constitución».51 En su discurso de despedida, George Washington advirtió sobre los «efectos nefastos» de la enemistad política.52
Tratamos de conjugar ambas cosas, por supuesto: amor por nuestros amigos y desprecio por nuestros enemigos. De hecho, a veces incluso intentamos construir unidad en torno a los lazos comunes de desprecio por «el otro». Pero no funciona, igual que un alcohólico no puede tomar «sólo un traguito» para relajarse. La embriaguez desplaza a la sobriedad. El desprecio desplaza al amor porque se convierte en el centro de todo. Si los desprecias a «ellos», más y más gente se convertirá en «ellos». Los Monty Python lo expusieron de manera hilarante en la película La vida de Brian, donde los enemigos más acérrimos son dos grupos disidentes judíos rivales: el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.
Tanto los filósofos de la antigua Grecia como las grandes religiones del mundo, pasando por los padres de la patria y los psicólogos de la era moderna, nos exhortan a optar por lo que nuestro corazón desea en el fondo: el amor y la bondad. Todos advierten sin medias tintas que la división, si se permite que arraigue permanentemente, provocará nuestra desgracia y caída.
Hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, unidad no es necesariamente sinónimo de acuerdo. Dedicaré un capítulo entero más adelante en este libro a la importancia de la discrepancia respetuosa. Segundo, la unidad es siempre una aspiración; nunca estaremos unidos por completo. Ni siquiera en tiempos de guerra, nuestra nación ha remado de forma unánime en la misma dirección. Sin embargo, aunque no sea del todo alcanzable, el objetivo de estar más unidos sigue siendo ideal para conseguir más de lo que queremos como personas.
Queremos amor. Pero ¿cómo lo conseguimos? Tenemos que empezar diciendo que es, en efecto, lo que queremos de veras. Esto es más fácil de decir que de hacer. Un famoso episodio bíblico lo ilustra:
Y al salir él [Jesús] con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». […] Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».53
A primera vista, parece una tontería. Un ciego, Bartimeo, quiere un milagro de Jesús. Éste le pregunta: «¿Qué quieres?». Como dirían mis hijos: «Tío, quiere ver». Y, de hecho, eso es más o menos lo que el ciego responde.
La historia es profunda porque, aunque la