Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

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Amad a vuestros enemigos - Arthur C. Brooks

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con mis propios ojos cómo el desprecio se transmutaba en amistad cuando se topaba con una expresión abierta de bondad y respeto. Además, vi que la bondad, la reconciliación y el contacto –en lugar del desprecio, la división y el aislamiento– son lo que desean en verdad nuestros corazones. Desde entonces he tratado de entender los fundamentos científicos de esta realidad, leyendo todos los estudios que he podido encontrar y contactando con todos los expertos en la materia.

      Uno de los principales es Matthew Lieberman, psicólogo social de la Universidad de California-Los Ángeles. Lieberman ha pasado décadas explorando las bases neurocientíficas de las relaciones humanas. Según él, sentimos un deseo innato de establecer relaciones sociales positivas y nuestros cerebros experimentan un profundo placer cuando las logramos.

      Lo que todos estos hechos y cifras significan para ti y para mí es que todos queremos ganar mucho más, y nadie quiere perder ingresos. Eso es algo que no siempre podemos controlar, pero podemos incidir en algo igual de valioso para nuestro bienestar: nuestras relaciones con los demás. ¿Renunciarías a cien mil dólares de tu sueldo, o a años de vida saludable, por desavenencias políticas? Probablemente no. Así que no sacrifiques una amistad o relación familiar por eso, y no dejes pasar una posible nueva amistad sólo por la política.

      Una vez más, pregúntate si estarías dispuesto a romperte un hueso a cambio de tener «razón» en política.

      Seguramente no necesitamos escáneres cerebrales que nos digan que establecer relaciones es mucho mejor que las consecuencias del desprecio y la división. Al fin y al cabo, los grandes pensadores y religiones del mundo llevan predicando el sabio consejo de la unidad desde hace miles de años.

      Tratamos de conjugar ambas cosas, por supuesto: amor por nuestros amigos y desprecio por nuestros enemigos. De hecho, a veces incluso intentamos construir unidad en torno a los lazos comunes de desprecio por «el otro». Pero no funciona, igual que un alcohólico no puede tomar «sólo un traguito» para relajarse. La embriaguez desplaza a la sobriedad. El desprecio desplaza al amor porque se convierte en el centro de todo. Si los desprecias a «ellos», más y más gente se convertirá en «ellos». Los Monty Python lo expusieron de manera hilarante en la película La vida de Brian, donde los enemigos más acérrimos son dos grupos disidentes judíos rivales: el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.

      Tanto los filósofos de la antigua Grecia como las grandes religiones del mundo, pasando por los padres de la patria y los psicólogos de la era moderna, nos exhortan a optar por lo que nuestro corazón desea en el fondo: el amor y la bondad. Todos advierten sin medias tintas que la división, si se permite que arraigue permanentemente, provocará nuestra desgracia y caída.

      Hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, unidad no es necesariamente sinónimo de acuerdo. Dedicaré un capítulo entero más adelante en este libro a la importancia de la discrepancia respetuosa. Segundo, la unidad es siempre una aspiración; nunca estaremos unidos por completo. Ni siquiera en tiempos de guerra, nuestra nación ha remado de forma unánime en la misma dirección. Sin embargo, aunque no sea del todo alcanzable, el objetivo de estar más unidos sigue siendo ideal para conseguir más de lo que queremos como personas.

      Queremos amor. Pero ¿cómo lo conseguimos? Tenemos que empezar diciendo que es, en efecto, lo que queremos de veras. Esto es más fácil de decir que de hacer. Un famoso episodio bíblico lo ilustra:

      A primera vista, parece una tontería. Un ciego, Bartimeo, quiere un milagro de Jesús. Éste le pregunta: «¿Qué quieres?». Como dirían mis hijos: «Tío, quiere ver». Y, de hecho, eso es más o menos lo que el ciego responde.

      La historia es profunda porque, aunque la

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