Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
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Eso es exactamente lo que Tim Dixon, cofundador de la organización More in Common (‘Más en Común’), llama la «mayoría agotada»: estadounidenses que están hartos del conflicto constante e inquietos por el futuro del país. En un estudio pionero sobre las actitudes políticas en los Estados Unidos, Dixon descubrió que el 93 por ciento de los estadounidenses se declaraban cansados de lo divididos que estamos como país; el 71 por ciento estaba «muy de acuerdo» con esta afirmación. La gran mayoría dice en privado que cree en la importancia del compromiso, rechaza el radicalismo de los sectores extremistas de ambos partidos y no les mueve la lealtad a un partido.24
Existen muchas más pruebas que corroboran la afirmación de Dixon de que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta la cultura del desprecio. Una encuesta de 2017 realizada por el Washington Post y la Universidad de Maryland preguntaba: «¿Cree que los problemas en la política de los Estados Unidos en este momento son similares a la mayoría de los períodos de desacuerdo partidista o cree que los problemas han llegado a un extremo peligroso?». El 71 por ciento de los encuestados eligió esta última opción.25 Casi dos tercios de los estadounidenses dicen que el futuro del país es una fuente de estrés muy o bastante importante, una cifra mayor que el porcentaje que dice sentirse estresado por motivos económicos o por el trabajo.26 Aún más desconcertante es que el 60 por ciento de los estadounidenses considerase que nuestro momento político actual es el punto más bajo de la historia de los Estados Unidos que ellos recuerden; una cifra, señala la Asociación Estadounidense de Psicólogos, que se da «en todas las generaciones, incluidas las que vivieron la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos y los ataques terroristas del 11 de septiembre».27 Más del 70 por ciento de los estadounidenses cree que el país sufrirá graves daños si los partidos rivales no colaboran.28
Esto desafía la creencia de que los Estados Unidos están divididos entre dos grandes grupos hiperpartidistas que pretenden derrotar a los del otro bando. Al contrario, la mayoría de los encuestados presentan opiniones bastante matizadas que no encajan claramente en un campo ideológico concreto. Por no citar más que un ejemplo, la «mayoría agotada» de Dixon se muestra significativamente más propensa que la minoría altamente partidista a creer que el discurso del odio en los Estados Unidos es un problema, pero que el lenguaje políticamente correcto también lo es. En otras palabras, esta mayoría quiere que nuestro país se ocupe de lo primero, pero no recurriendo a lo segundo.
Quizás creas que, llegados a este punto, sea pertinente que te dé algunas explicaciones. Por un lado, afirmo que nuestra cultura, sobre todo nuestra cultura política, rezuma desprecio. Por el otro, sostengo que eso no es lo que deseamos una gran mayoría. Pero, en una democracia y un mercado libre, ¿acaso no obtenemos lo que deseamos?
Sí y no. En muchos casos, la gente demanda algo que detesta. ¿Conoces a alguien que tenga problemas con la bebida? Cada mañana se reprende por su falta de autocontrol y decide que esa noche no beberá. Pero llegado el momento, ansioso y sediento, dice: «Mañana lo dejo». De forma parecida, la mayoría de los fumadores dicen que no desean fumar, pero continúan voluntariamente, malgastando dinero y destrozándose la salud.
¿Qué ocurre? La respuesta, claro, es la adicción, que nubla nuestra capacidad de tomar decisiones en beneficio propio a largo plazo. Personalmente, soy muy goloso. Sé perfectamente que debería eliminar el azúcar refinado de mi dieta. Quiero dejar los dulces, pero también sé que esta noche, alrededor de las ocho, me rendiré y me zamparé unas Oreo. (La culpa es de mi mujer, por comprarlas.) Es probable que tengas alguna debilidad, algo que te proporciona satisfacción inmediata aunque luego no lo desees a largo plazo. Puede que sea una relación que eres incapaz de cortar, o que seas aficionado al juego que te compres ropa demasiado cara.
Los economistas han situado la demanda de cosas adictivas en una categoría especial. Constatan que tomamos decisiones que distan mucho de ser óptimas a largo plazo porque romper el hábito nos resulta demasiado doloroso a corto plazo. Por lo tanto, aunque en realidad no queramos beber, aplazamos la incomodidad de dejarlo un día tras otro.
Los Estados Unidos son adictos al desprecio político. Mientras que la mayoría de nosotros odiamos lo que el desprecio le está haciendo a nuestro país y nos preocupa cómo erosiona nuestra cultura a largo plazo, muchos seguimos consumiendo compulsivamente el equivalente ideológico de las metanfetaminas que nos proporcionan cargos electos, académicos, artistas y algunos medios de comunicación. Millones de personas se entregan activamente a su adicción participando en el ciclo de desprecio con su forma de tratar a los demás, sobre todo en las redes sociales. Nos gustaría que nuestros debates nacionales fueran vigorizantes y sustanciosos, pero tenemos un afán insaciable de insultar a los del otro bando. Por mucho que sepamos que debemos ignorar al desagradable columnista, apagar la tele cuando sale un bocazas y dejar de revisar nuestros feeds de Twitter, cedemos a nuestro impulso culpable de escuchar a los que confirman nuestros prejuicios de que los otros no sólo se equivocan, sino que son estúpidos y malvados.
Somos responsables de nuestra adicción al desprecio, por supuesto, al igual que los adictos a las metanfetaminas son responsables en última instancia de su adicción, pero también están nuestros camellos, los traficantes de metanfetamina política. Conocedores de nuestra debilidad, los líderes de izquierda y derecha buscan el poder y la fama enfrentando a estadounidenses contra estadounidenses, hermano contra hermano, compatriota contra compatriota. Estos líderes afirman que debemos elegir un bando, y luego argumentan que el otro bando es malvado –indigno de consideración–, en lugar de retarnos a que escuchemos a los demás con amabilidad y respeto. Fomentan una cultura de desprecio.
Hay un «complejo industrial de la indignación» en los medios estadounidenses de hoy que se beneficia generosamente de nuestra adicción al desprecio. Todo empieza por atender a un solo sector del espectro ideológico. Líderes y medios de comunicación de izquierda y derecha mantienen a sus audiencias enganchadas al desprecio diciéndoles lo que quieren oír, vendiendo un relato de enfrentamiento y pintando burdas caricaturas del bando opuesto. Nos reafirman en nuestras creencias y a la vez confirman nuestros peores prejuicios acerca de quienes discrepan de nosotros, a saber, que son estúpidos, malvados y que no se merecen que les demos ni los buenos días.
En la batalla por la atención pública, las élites de la derecha y de la izquierda describen cada vez más nuestros desacuerdos políticos como una lucha apocalíptica entre el bien y el mal, comparando al otro bando con animales y utilizando metáforas propias del terrorismo. Abre tu periódico favorito o zapea por la televisión por cable en horario de máxima audiencia y encontrarás un ejemplo tras otro de esta tendencia. ¿Cuál es el resultado de que la retórica exagerada se convierta en algo habitual? Una cultura del desprecio cada vez más arraigada, una amenaza creciente de violencia real y, por supuesto, beneficios de récord. Veías Breaking Bad, ¿no? También la metanfetamina es de lo más rentable.
Las redes sociales intensifican nuestra adicción al permitirnos filtrar las noticias y opiniones con las que no estamos de acuerdo, destilando así la droga del desprecio. Según la Institución Brookings, el usuario medio de Facebook tiene cinco amigos políticamente afines por cada amigo del otro lado del espectro político.29 Investigadores de la Universidad de Georgia han demostrado que es poco probable que los usuarios de Twitter estén expuestos a contenidos ideológicos cruzados porque los usuarios a los que siguen son políticamente homogéneos.30 Incluso en el mundo de las app de contactos, los académicos han descubierto que la gente se autoclasifica en función de su ideología política.31 Estas empresas nos ofrecen plataformas para crear circuitos de retroalimentación en los que sólo estamos expuestos a quienes piensan de forma parecida, y en los que la gente puede esconderse bajo la capa del anonimato para verter comentarios odiosos y vitriólicos.