Colombia, mi abuelo y yo. Pilar Lozano

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Colombia, mi abuelo y yo - Pilar Lozano страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
Colombia, mi abuelo y yo - Pilar Lozano

Скачать книгу

Para él resulta arrogante creer que estamos solos en el universo. Y da sus razones: cientos de miles de estrellas tienen un planeta más o menos del tamaño de la Tierra y una temperatura similar a la nuestra, lo que hace viable la existencia de agua y de la química de la vida tal como la conocemos.

      Pero otros siguen sosteniendo una tesis: es difícil encontrar un lugar distinto a la Tierra donde se den las condiciones que permitieron nuestra existencia. Resulta casi imposible repetir la serie de casualidades, astronómicas y geológicas, que la hicieron posible.

      Sí, debo a mi abuelo el haberme encarretado con la astronomía. Aún guardo en la memoria la primera lección que me dio sobre el sistema solar: “Es como una gran familia formada por los planetas que dan vueltas alrededor del Sol; por las lunas, que giran en torno a los planetas, y por el cinturón de asteroides que se interpone entre los planetas internos, que son rocosos, y los externos, bolas gigantes de gas. El Sol, semejando un benevolente padre, les reparte a todos luz y calor. Como Venus está tan cerca de él, recibe mucho calor; si colocáramos un soldadito de plomo en su superficie, se derretiría muy pronto. Como Plutón se halla tan lejos, su superficie es muy fría: allí los helados se harían en un instante”.

      Una obsesión del viejo fue hacerme entender que el universo está prácticamente vacío. Esto, a pesar de estar habitado por millones y millones de galaxias. Un día me sentó a su lado y me dijo algo que sonó muy importante:

      —Escucha muy bien. El Sol es gigante: la Tierra cabría en él un millón trecientas mil veces. Si jugamos a que el Sol es un balón de un metro de ancho, la Tierra sería como una arveja. La distancia del Sol a la Tierra es de 150 millones de kilómetros. ¡No me cabe en la cabeza esa distancia inmensa! —agregó, mientras alzaba sus brazos para darles fuerza a sus palabras. Y añadió: —Si el Sol fuera ese balón y la Tierra la arveja, la distancia entre uno y otro sería como de una cuadra.

      Así, mi abuelo me fue haciendo comprender los tamaños y las distancias de todos los planetas. Cerré los ojos y traté de crear un sistema solar en mi mente. Imposible. Salí entonces con el viejo al parque del barrio, uno de esos que ocupan una manzana. Allí me invitó a fabricar un sistema solar. En una esquina colocamos el balón.

      —Este será el Sol —indicó. En la otra esquina pusimos una arveja: la Tierra. Luego los planetas que están entre el Sol y la Tierra: Mercurio, tan pequeñito como una cabeza de alfiler, y Venus, representado por otra arveja.

      En el parque ya no podíamos ubicar más planetas. Pero ¡estaba casi vacío! No jugamos más. Para colocar a Neptuno en nuestro diminuto sistema solar, nos hubiera tocado caminar muy lejos. ¡Más de cincuenta cuadras! Y Neptuno sería apenas un limón… Sí, Papá Sesé tenía razón: ¡El universo permanece prácticamente vacío!

      Ese día —y me ocurre siempre que pienso en esto— temblé al imaginar lo fácil que es perderse en el espacio. ¡La distancia entre uno y otro objeto cósmico es muy, pero muy grande!

      Para ir a la Luna, que parece cercana, ¡tardaríamos, más o menos, 16 días con sus noches volando en un avión veloz!

      Regresamos a casa mientras el viejo me contaba curiosidades de la vida de las estrellas: nacen y mueren como los humanos; cambian de color de acuerdo con la edad. Son entre azules y moradas cuando jóvenes; entre amarillas y naranja al empezar a madurar; rojas al llegar a la vejez y comenzar a morir… Por fortuna se necesitan muchos siglos para que esto ocurra, pues viven millones y millones de años. ¡Hasta quince mil millones!

image

      Esa noche soñé con ellas. Unas eran niñas, otras jóvenes, otras como mamás y otras viejitas como abuelas.

      Lo que más me emociona es saber que todo lo que existe —incluidos nosotros, los humanos— está hecho de material de estrellas ¡Somos polvo de estrellas!

      Otra de las alegrías gigantes de Papá Sesé fue ver pasar, en 1986, el cometa Halley. “Parece una estrella arrastrando una cola de luz”, decía. Se quejaba, eso sí, porque pasó muy lejos; apenas parecía una mancha caminando en el cielo.

      Los antiguos describieron los cometas como cabelleras humanas arrastradas por el viento. Los astrónomos modernos dicen que estos “visitantes del reino de las estrellas” son bolas de roca, hielo y gases; andan errantes por el espacio cósmico.

      El Halley es uno de los más grandes. Se acerca a la Tierra cada 76 años. En 1910 se arrimó tanto, y se vio tan imponente, que la gente se asustó. ¡Creyeron que llegaría el fin del mundo!

      —¡Tú podrás ver esta roca viajera del espacio en el 2062! —me decía. Y de solo fantasear con esa posibilidad se le iluminaban los ojos. image

       image

image

      —Los terrícolas somos habitantes de una nave espacial —repetía Papá Sesé.

      A veces dibujaba la Tierra repleta de niños vestidos de astronautas y me dejaba bien claro que nuestra astronave nunca se detiene.

      —El universo es como una feria de juegos mecánicos donde todo está en permanente movimiento. La Tierra gira sobre sí misma, gira alrededor del Sol, gira con el sistema solar dentro de la galaxia, y viaja con la galaxia por el universo. Somos viajeros espaciales —concluía.

      A mí me costaba mucho trabajo imaginar cómo se dan todos estos movimientos a un mismo tiempo. Mi abuelo buscó entonces un ejemplo que me ayudara a entender mejor.

      —Pequeño —me dijo con cariño—, imagina que la galaxia es como un platillo volador que se mueve a gran velocidad dando volteretas. Ahora imagina un trompo bailando en una esquina de él: es la Tierra. Los terrícolas viajamos siempre en el trompo y, a la vez, en el platillo volador. ¡El universo es el escenario de una gran danza que nunca se detiene!

      —Menos mal que no sentimos tanta voltereta —comenté con un suspiro de alivio—. ¡Viviríamos siempre mareados!

      Mi abuelo se rio con ganas de mi ocurrencia. Me dio una palmadita en la espalda que yo interpreté como un “comprendiste”.

      Y añadió más datos: alrededor de sí misma, la Tierra da una vuelta cada 24 horas. ¡Demora un día completo!

      Como la Tierra es redonda, y gira y gira, los terrícolas nos turnamos el día y la noche. Siempre hay media Tierra de cara al Sol, con luz, y otra media en tinieblas. Cuando los niños están almorzando en Bogotá, al otro lado del planeta, en Singapur, están con piyama y en la cama en plena medianoche.

image

      Alrededor del Sol, la Tierra avanza rapidísimo: 30 kilómetros en un segundo. Cada vuelta completa dura un año: ¡12 meses!

      A mí me gusta ser un terrícola. Aquí tenemos la luz y el calor necesarios para que existan las flores, los perros, los gatos, las personas…

      Bueno, confieso que envidio algunas cosas de los otros planetas. A Saturno, sus anillos: ¡son hermosos! Y a Júpiter, sus lunas:

Скачать книгу