Un compromiso en peligro. Lucy King
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–Supongo que necesitas el dinero –dijo bruscamente.
Por supuesto que necesitaba el dinero, pensó ella tirando de la falda hacia abajo con dedos temblorosos como si el recordatorio de su precaria situación financiera hubiera eliminado la sensación de vértigo y hubiera vuelto a centrar la atención.
–Así es.
–¿Cuánto?
–Cien mil, además de unas cinco mil al mes durante los próximos sesenta, tal vez setenta años.
Theo alzó las cejas.
–Eso es mucho dinero.
–Soy consciente de ello –afirmó Kate con frialdad.
–Es una preocupación. Para mí –aclaró Theo–. Eres contable en mi empresa. Estás a punto de finalizar tu periodo de prácticas, y en ese momento tendrás acceso a ciertos niveles de las cuentas de banco de la empresa. Hay riesgo de fraude.
Kate parpadeó sin dar crédito a lo que oía. ¿Estaba hablando en serio?
–¿Estás sugiriendo que podría cometer un delito para pagar mis deudas?
–Es una posibilidad.
–¡No lo es, porque no soy una delincuente! –afirmó Kate acaloradamente.
–¿Para qué necesitas el dinero?
Kate aspiró con fuerza el aire para calmar la sensación de ultraje que la atravesaba.
–Tengo una hermana pequeña –dijo–. Milly. Ella estaba en el accidente de coche que mató a mis padres hace diez años –tragó saliva para poder continuar–. Sobrevivió, pero sufrió daños cerebrales graves. No puede vivir sola. Necesita cuidados las veinticuatro horas. El seguro solo paga las prestaciones básicas, y eso no es suficiente.
Theo no dijo nada durante un largo instante. Luego frunció el ceño y después asintió con la cabeza, como si algo hubiera cobrado sentido en su mente.
–Tu hermano pagaba el resto.
Ah, así que sabía quién era. Bien.
–Sí –murmuró Kate–. Y quedaba algo de dinero suyo, pero ya se acabó. Su apartamento era alquilado, y unos meses antes de su muerte lo dejó y se vino a vivir conmigo.
–¿Seguro de vida?
–No tenía. Créeme, si hubiera dinero en algún sitio lo habría encontrado. Cuando murió descubrí que había estado solicitando créditos a un interés altísimo. Y tenía que haberlos pagado así como ayer.
–Entiendo.
Kate se preguntó si sería verdad y tragó saliva para pasar la dura bola de emoción que se le había alojado en la garganta. Lo dudaba mucho. La combinación de desesperación, culpa, rabia, dolor y miedo que había sentido cuando supo lo que había hecho Mike resultó explosiva. Además, ¿había necesitado Theo dinero alguna vez tan desesperadamente como para hacer cualquier cosa con tal de conseguirlo? Lo dudaba mucho. Había conseguido su primer millón a los diecisiete años, y su fortuna no había hecho más que crecer desde entonces.
–Lo tendrás.
Ella se lo quedó mirando asombrada. ¿A qué se refería? ¿Tener qué?
–¿Disculpa?
–Dame tus datos bancarios y yo pagaré la deuda y estableceré un fondo de fideicomiso para pagar todo lo que tu hermana necesite durante todo el tiempo que sea necesario.
¿Cómo? Aquello era imposible.
–¿Estás hablando en serio? –preguntó sin dar crédito.
–Sí.
–¿Por qué harías algo así?
Los ojos de Theo se nublaron y Kate distinguió un destello de lo que parecía… ¿qué? ¿Culpabilidad? ¿Angustia? ¿Remordimiento? Aunque seguramente se trataría solo de irritación porque Kate hubiera interrumpido su ocupada agenda con lo que él percibía como un problema.
–Porque puedo hacerlo –dijo Theo finalmente.
Eso era una verdad innegable. Era uno de los diez hombres más ricos del mundo, según un artículo del periódico que había leído. Pero en cualquier caso, ¿qué hombre de negocios con reputación de implacable haría algo así?
–¿De verdad esperas que me crea que eres así de altruista? –preguntó Kate, incapaz de contener el escepticismo.
–No me importa demasiado lo que creas.
Qué amable.
–Bueno, pues muchas gracias , pero no puedo aceptarlo –afirmó ella con rotundidad–. Es demasiado.
–¿Y de dónde vas a sacar el dinero?
–Ya se me ocurrirá algo.
–Más te vale que sea pronto.
Sí, esa era la cuestión. Se estaba quedando sin tiempo. Y se sentía agotada por la preocupación del dinero.
–Solo por curiosidad, ¿qué querrías a cambio? –preguntó. No porque se lo estuviera planteando, que no, sino porque sin duda semejante cantidad de dinero tendría un precio.
–Nada.
Ella se lo quedó mirando fijamente.
–¿Nada? ¿Y por qué no?
–¿Necesito una razón?
–Yo sí. Tú estás en el mundo de los tratos. Nadie consigue nada gratis. Hasta yo sé eso.
–Tienes mi palabra.
–No sé cuánto vale tu palabra –¿y si, en el hipotético caso de que Kate aceptara, Theo decidiera de pronto que su dinero le daba derecho a decidir sobre el futuro de Milly? ¿Y si en algún momento decidía dejar de pagar?
–Haré que mis abogados redacten un contrato –dijo él. Estaba claro que había leído el escepticismo en su rostro–. Tú puedes poner la condiciones. No las cambiaré.
–Las cosas que parecen demasiado buenas para ser verdad, generalmente lo son.
Theo apretó las mandíbulas.
–Acepta mi oferta, Kate. Es la única sobre la mesa.
Cierto. Pero…
–Nunca podré devolvértelo.