Un compromiso en peligro. Lucy King
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Kate cerró los ojos y se apoyó en él, besándole a su vez. Theo le puso las manos en la cintura, y en aquel instante, la química que Kate no había sabido identificar antes por ignorancia se encendió. En cuanto sus lenguas se encontraron, Theo gimió y la besó más apasionadamente y con destreza. Un líquido caliente le recorrió las venas y se le asentó entre las piernas. Kate movió instintivamente las manos por su espalda y él movió las caderas. Entonces sintió la dureza de su erección presionándole el abdomen, y de pronto deseó sentirlo en su interior con un deseo desgarrador.
Todo pensamiento racional se evaporó de su mente, y sus sentidos se apoderaron de la situación con asombrosa ferocidad. No era consciente de nada más que de Theo, la solidez de su ancho pecho contra su piel, su masculino aroma y el embriagador sabor de su boca.
Kate exhaló un ligero gemido y él la apretó de pronto contra la puerta, atrapándola con su grande y duro cuerpo.
Pero ella no se quejaba. ¿Por qué iba a hacerlo si se sentía viva y en llamas y por primera vez en su vida sentía que alguien la deseaba? Por eso cuando Theo retiró las manos de su rostro y se las volvió a poner en la cintura, Kate le garantizó mejor acceso arqueando ligeramente la espalda y rodeándole el cuello con los brazos. En respuesta, Theo le subió la falda con una mano. Ella sintió una poderosa oleada de deseo y se apretó instintivamente contra su cuerpo para aliviar la creciente tensión. Entonces él le deslizó la mano bajo la blusa, cubriéndole un pecho y deslizando el pulgar por su tirante pezón.
Era como si el encaje del sujetador no estuviera allí, porque Kate sintió el calor de su mano como una marca de fuego. La fricción resultaba casi insoportable y, sin embargo, Kate quería más. Así que apretó las caderas un poco más, y las chispas de electricidad que le recorrieron el cuerpo le resultaron tan exquisitas y poderosas que se puso tensa instintivamente y jadeó…
Y el hechizo que aquel deseo salvaje y desesperado había creado alrededor de ellos se disipó.
Theo se quedó instantáneamente paralizado, como si le hubieran arrojado por encima un cubo de agua helada. Apartó las manos de ella y dio un paso atrás soltando una palabrota. Parecía asombrado. Tenía la mirada oscurecida y respiraba con dificultad.
–Esto no tenía que haber pasado –murmuró pasándose las manos por el pelo, claramente tan impactado por la fuerza de la química entre ellos como Kate.
No, estaba claro que no, pensó atusándose la ropa con manos temblorosas, inmensamente agradecida de tener la puerta detrás para apoyarse en ella.
–Lo siento.
Theo la miró fijamente antes de alzar las cejas.
–¿Qué? No –gruñó frotándose la cara con las manos mientras negaba con la cabeza–. No, no tienes nada que sentir. Soy yo quien ha cruzado la línea. Te pido disculpas.
–Creí que no había líneas.
–Sí, hay una –los ojos de Theo brillaron y Kate se estremeció–. Y deberías irte.
–¿Y si no qué? –lo retó ella respondiendo al tono de advertencia que había en su voz
Theo dejó escapar una carcajada rápida y sin asomo de humor.
–No quieres saberlo.
–Sí quiero.
–Muy bien –le espetó él– Si no te vas, cruzaremos esa línea juntos y tu virginidad será historia.
Sus palabras se quedaron durante unos instantes flotando en el espacio entre ellos, cargando el aire de electricidad y tensión, y luego Kate tragó saliva. Dios, ¿qué estaba diciendo?
–¿Hablas en serio? –preguntó con voz ronca–. ¿Quieres tener sexo conmigo?
Él la miró a los ojos mientras metía las manos en los bolsillos.
–Sí –afirmó dando un paso atrás–. Así que por tu propio bien, te sugiero que te vayas, Kate. Ahora.
Era un consejo excelente. De eso no cabía duda. La tarde había dado un giro inesperado. Kate se sentía como si no hiciera pie y corriera el peligro de ahogarse. Pero no quería irse. No quería sentirse segura. Quería más besos salvajes como los de antes, más oscuridad magnética y pasión arrebatadora. Y lo quería con una urgencia que le resultaba asombrosa.
La fuerza de sus sensaciones tendría que haberla hecho sentirse recelosa. Pero se sentía llena de vida. Hacía años que quería liberarse de su virginidad. Por muy increíble que pareciera, Theo parecía estar a punto de quitársela, y deseaba desesperadamente que lo hiciera. Así que al diablo con las consecuencias. ¿Y qué si Theo y ella vivían en mundos completamente distintos? Ni que fueran a encontrarse de nuevo. Además, los últimos acontecimientos le habían enseñado que la vida era corta y, sinceramente, prefería arrepentirse de lo que había hecho que de lo que no había hecho.
Aspiró con fuerza el aire, se humedeció los labios, que sentía repentinamente secos, y abrió la boca para hablar.
–Piénsatelo bien, Kate –murmuró Theo como si le hubiera leído el pensamiento–. No voy a hacerte ninguna promesa.
–No las necesito. Con una vez es suficiente.
Theo dio un paso hacia ella con la mirada clavada en la suya, y todo el cuerpo de Kate empezó a temblar de deseo y anticipación.
–Es tu última oportunidad, Kate –dijo él con voz grave.
–No voy a ir a ninguna parte.
Y fue en aquel preciso momento cuando a Theo se le acabó la paciencia. Había intentado varias veces darle una oportunidad para que se fuera. Si elegía quedarse, entonces que se enfrentara a las consecuencias.
–Sí, vas a ir a alguna parte –murmuró agarrándola de la mano y saliendo por la puerta con decisión.
–¿No va a ser aquí? –preguntó Kate con cierta sorpresa.
¿Contra una puerta? ¿Su primera vez? Ni hablar.
–No, aquí no. Será en mi cama –dijo llevándola hacia la puerta empotrada en la pared y que estaba oculta en la librería.
–¿Qué? –Kate se retiró un poco, resistiéndose a la idea de atravesar una pared.
Pero Theo la abrió.
–Oh, vaya –murmuró Kate mirando la habitación blanca bañada por la suave luz del atardecer–. Tienes una suite.
Theo cerró la puerta, le soltó la mano y pasó por delante de ella hacia la cama.
–Sí. Es conveniente –afirmó aflojándose el nudo de la corbata para quitársela.
–¿Para seducir a las vírgenes raras que aparezcan en tu despacho?
Theo la miró.
–Eres