Un compromiso en peligro. Lucy King
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–Tú no tienes nada de anormal –afirmó Theo deslizando la mirada por su cuerpo y encendiéndole la piel.
–No todo el mundo piensa eso –contestó Kate, decidida a ignorarlo–. En cualquier caso, fue una época difícil. Mis padres acababan de morir y mi hermana de doce años estaba en el hospital luchando por sobrevivir. La vida tal y como la había conocido quedó hecha pedazos.
Theo apretó las mandíbulas de modo casi imperceptible.
–Tardé un tiempo en superar la pérdida de mis padres, la nueva realidad de mi hermana y la culpa porque mi hermano tuviera que dejar la universidad para cuidar de mí. Y cuando estuve mejor, me di cuenta de que los hombres adultos también se sentían intimidados por mi altura. Al parecer resulta intimidante.
–Eso es patético –gruñó Theo.
Kate se encogió de hombros, como si los años de rechazo que habían mutilado su autoestima no tuvieran importancia.
–Bueno, las cosas fueron como fueron. Así que durante la época que mis compañeros de universidad salían con otras personas, yo estudiaba. Saqué las mejores notas posibles y ahora tengo un trabajo que me encanta.
–A mí tu altura no me resulta intimidante –afirmó Theo sin apartar los ojos de los suyos ni un instante.
–Normal –respondió ella sintiendo un escalofrío en la espina dorsal–. Eres un hombre de negocios de gran éxito con el mundo a su alcance. Dudo que te dejes intimidar por nada.
–Te sorprendería.
Los labios de Theo se curvaron en una media sonrisa, y Kate se dio cuenta de que le costaba trabajo respirar. Se sentía atrapada en su mirada. En llamas.
–En cualquier caso –continuó ella, sorprendida por aquel repentino deseo–, tu experiencia con la altura es seguramente muy distinta a la mía. ¿A que a ti nadie te ha preguntado cómo es el tiempo en las alturas, ni te ha sugerido que te dedicaras al baloncesto?
–No.
–Me lo imaginaba. El problema es que te abracen –afirmó Kate asintiendo con la cabeza.
Aunque no sería un problema si fuera Theo quien la abrazara, ¿verdad? Podría perfectamente esconder la cabeza en su cuello. El cuerpo se le ajustaría perfectamente al suyo. Y podría saber con exactitud lo duro y musculoso que estaba…
Pero, ¿qué le ocurría? Tenía que salir de allí cuanto antes. Si se quedaba allí, quién sabe qué más podría desvelar. Ya se había humillado suficiente. No se había callado desde que empezó a hablar.
–Bueno, pues ahí lo tienes –dijo esbozando una sonrisa débil–. La razón por la que sigo siendo virgen. Básicamente, nadie me desea. Y ahora debería irme, seguro que tienes mucho trabajo y ya te he robado bastante tiempo. Así que siento lo de la página web en el trabajo, y, eh, gracias por todo… Sí, será mejor que me vaya. A menos, por supuesto, que quieras algo más…
Capítulo 3
ALGO más?
Dios.
Pasaban tantas cosas por la cabeza de Theo que no sabía cómo desenredarlas. No entendía cómo era capaz de controlar la situación. Si hubiera sido consciente del caos que iba a desencadenar Kate, no le habría preguntado nada.
Cuando le contó todo lo que había pasado, se le revolvió todo el cuerpo. Cuando mencionó a la gente que le había rechazado durante años, apretó los puños y sintió el deseo de golpear algo por primera vez en catorce años, seis meses y diez días. Y luego estaba el deseo, el anhelo profundamente inapropiado de querer demostrarle a Kate lo que su propio cuerpo era capaz de sentir. De lo que serían capaces de hacer juntos.
La fuerza de su reacción hacia ella no tenía sentido. No era en absoluto la mujer más hermosa que había conocido, y Theo siempre había preferido la sofisticación de la experiencia antes que la ingenuidad. No tenía ninguna razón para sentirse así cerca de ella. Era demasiado visceral, demasiado dramático y completamente inaceptable.
Nunca había sentido nada así con anterioridad, pensó con amargura mientras Kate cruzaba sus piernas imposiblemente largas y colocaba las manos en los brazos del asiento. Y por supuesto, Theo no quería sentir nada así. Se había pasado la mayor parte de su vida adulta tratando de evitar precisamente algo así. Ya había vivido suficiente error, confusión e incertidumbre cuando era niño, y ahora le gustaba tener su vida controlada, ordenada y estéril.
El modo en que respondía a Kate ponía en peligro todo aquello. Le hacía añicos el cerebro y se burlaba de todo lo que consideraba primordial. Así que tenía que dejar que se fuera y ya. Ni siquiera se lo estaba poniendo difícil. Al ponerse de pie, atusarse la ropa y girar la cabeza hacia la puerta, tomando claramente el silencio de Theo como asentimiento, le estaba facilitando la mejor conclusión que podía esperar para la tarde.
Y, sin embargo, no era la conclusión que él quería. Ni por asomo. Quería tenerla tumbada en horizontal debajo de su cuerpo. Quería pasarse la noche recorriendo con las manos cada centímetro de aquel cuerpo glorioso para ver si era tan suave como parecía. Quería descubrir qué sonidos haría cuando alcanzaba el orgasmo, y con un instinto primitivo que nunca imaginó poseer, quería ser el primer hombre que la llevara a hacer aquellos sonidos.
Estaba perdiendo la batalla por el control. Cuando Kate llegó a la puerta, a un segundo de salir de su vida para siempre, Theo pensó que no debería dejarla salir de allí con la autoestima baja sin ninguna necesidad, pensando que nadie la deseaba cuando había alguien que sin duda sí lo hacía.
Él.
–Espera –dijo bruscamente levantándose sin saber muy bien qué estaba haciendo.
Kate se quedó quieta con la mano en el picaporte y se dio la vuelta con expresión confundida.
–¿Qué pasa?
Theo se paró delante de ella, lo bastante cerca como para poder tocarla. Pero se metió las manos en los bolsillos para no hacerlo.
–Hay una cosa más. Estás equivocada sobre lo de ser deseable. Eres muy, muy deseable.
Theo vio cómo el pulso se le aceleraba en la base del cuello–. Y te lo puedo demostrar.
–¿Ah, sí? –preguntó ella alzando la barbilla y arqueando una ceja–. ¿Y cómo?
Kate tenía los inocentes ojos abiertos de par en par, y entonces Theo se dio cuenta de que respiraba casi jadeando y que estaba mirándole los labios.
–Así –murmuro dando un paso adelante, tomándole el rostro entre las manos y apoyando la boca con fuerza en la suya.
Theo se movió con tal rapidez, de un modo tan inesperado, que durante una décima de segundo, Kate no supo qué estaba pasando. Estaba demasiado ocupada intentando procesar el seísmo que la había atravesado cuando le pidió que esperara y se lanzó hacia ella con la trayectoria