Operaciones para la instalación de jardines y zonas verdes. AGAO0208. Juan Manuel Ruiz Cobos
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De la catequesis de diferentes religiones extraemos que la convergencia filosófica entre “jardín” y “paraíso” tanto en su dimensión natural como en su concepción de premio espiritual, es ancestral.
Si para el Pueblo musulmán el jardín supone el adelanto del paraíso prometido en el Corán, el Jardín del Edén Bíblico es, de igual forma, sitio de gozos naturales para el ámbito cristiano. Ambas culturas al igual que otras, sitúan en el jardín una dimensión emocional en la que se deja patente el deseo expreso de dominio sobre la naturaleza, a la que se intenta dirigir y someter hacia un orden premeditado y artificial. Así, el jardín como noción proyecta cómo ubicar en determinado espacio, las preciosidades que la naturaleza de forma original únicamente puede ofrecer de forma ocasional o en su caso de un modo fugaz e imprevisible, plasmando en su trazado las influencias y evocaciones de modelos que previamente habían manifestado otras sociedades y culturas en su relación con la naturaleza. Por todo ello, el jardín es y será sobre todo un símbolo, una imagen ideal del mundo y, de igual forma una recuperación del primer jardín: EL PARAÍSO.
Sabía que...
El jardín, “al-janna” para el pueblo islámico es la morada de los justos. Recompensa de quienes obran y profesaron la fe musulmana.
Sabía que...
Proviene del Paradeisos griego y a su vez de Pairi-daeza persa.
El jardín paraíso tratado por distintos textos religiosos suele tener de coincidente testimonio la presencia de cuatro ríos caudalosos que confluyen o parten hacia un axial que es el distintivo de la divinidad, la Fuente del Alcanfor coránica o El árbol de la vida edénico. Esta planta cuatripartita según la confesión que la promueva, mantiene un rigor geométrico que se ha practicado hasta nuestros días de forma ininterrumpida con o sin motivaciones simbólico-religiosas, y con ella y de mayor importancia aún es, el hecho de que este primer jardín si es que fue así, no fue dispuesto al azar territorialmente. “Edén” que procede del término sumerio edinnu, significa campiña o llanura, y de esta forma esta palabra tan usada e importante en el Génesis, nos viene a significar que este primer cultivo fue erigido en un espacio llano. Cualidad por tanto coligada a la estampa del jardín perfecto y convirtiéndose por amplificación en el tiempo, en la escena topográfica ideal. De ello, el territorio considerado como perfecto sería siempre el llano. Las irregularidades geodésicas o los lugares salvajes se relacionarán metódicamente con la barbarie, identificándose con el caos primordial, y siendo por lo tanto sinónimo de residencia del demonio.
La arqueología y otro tipo de pruebas científicas nos sitúan los primeros jardines en el desierto. Afirmación que puede causar sorpresa pero que no escatima lógica, pues en un clima como el que reina en estos arenales, es prácticamente imposible subsistir si no creamos ámbitos climáticos donde desarrollar la vida. Así, encontramos en Egipto y Mesopotamia las primeras muestras jardineras. Si bien es cierto que serán los egipcios, los que con más antigüedad y perfección, siembren más influencias sobre culturas posteriores.
Esta imagen que conserva el British Museum sobre el jardín de Nebamún, nos muestra con total claridad la estructura del jardín con un estanque rectangular con peces y avifauna y vegetación superior del gusto egipcio como las palmas datileras, mandrágoras y sicomoros.
De 1400 años a. C. procede el grabado jardinero aparecido y más conocido de la sociedad egipcia, este que aparece en la tumba del noble Nebamún, un alto responsable del gobierno del Emperador Amenofis III, sitúa al jardín en Tebas, postrado al Nilo. Su excelsa geometría, frescos estanques y amplios doseles arbolados acompañando a los caminos, estructuraban perfectamente un espacio de interior sujeto a las viviendas de solaz, orden y concierto, y que tenía por límite el alto muro perimetral tras el que se anunciaba el desorden y el peligro. Estos caracteres se consolidaron hasta la conquista por el pueblo Persa en el año 525 a. C. A partir de aquí el jardín geométrico egipcio es refrescado con las naturalizadas estampas persas, formando ambos un ejercicio más suelto.
Recuerde
La geometría condicionó desde su nacimiento al jardín egipcio, acentuando en su trazado el valor ritual del numero cuatro.
De Jenofonte (430-355 a.c.) como cronista del jardín persa, llegamos a saber de la naturaleza y razón de un jardín que el describía como “lleno de todas las cosas buenas y bellas que la tierra puede ofrecer”. Y es que el pueblo persa como gran amante de la naturaleza, necesitaba además mantener un vínculo muy estrecho con ella, magnificando su mimo y codiciando su cercanía hasta el punto de vivir en su seno mediante la construcción de pequeños cobertizos que les permitiesen apreciar su existencia vegetal. De igual forma y como fruto de ese amor vegetal, la poda o toda técnica de cultivo que supusiese infringir cortes o algún tipo de daño a la vegetación, estaba fuera totalmente de sus hábitos hortícolas y por lo tanto no intervenían artificialmente las estructuras vegetales de sus árboles y arbustos. Y en este sentido, sería la arquitectura la que pusiese el contrapunto al “desconcierto” vegetal, pero siempre sin llegar a integrar a ambos. Mantuvieron un ingente vergel de especies que utilizaban de forma muy rígida en el diseño de figuras geométricas que no encontraban inspiración en el rico paisaje circundante, que contrastaba totalmente con el del desierto egipcio. Los jardines eran cuatripartitos y en asociación a palacios o casas, eran siempre rodeados de un alto muro perimetral. Muros adentro, estructuraban una red de canales y acequias que daban sentido al modelo oficial y en función del poder económico y la superficie de la hacienda, el trazado se podía hacer más complejo sin abandonar el ámbito cruciforme que marcaban los cuatro ríos míticos del edén. En el centro de los ejes ubicaban el pabellón que vestían de cerámica vidriada de color azul que contrastaba con los verdes de la altas copas de los árboles y cipreses que custodiaban los canales y ofrecían sombra.
Recuerde
Su amor hacia la naturaleza los llevaba a obviar el tratamiento de la estructuras vegetales mediante operaciones que supusieran realizar daño alguno a los vegetales.
Del importante espacio que ocupa el jardín babilonio en la historia de la jardinería, se debe en mucho a la carga histórica que asumen los llamados “jardines colgantes de babilonia”. Obra que aún a día de hoy, sigue siendo fascinante muy a pesar del grado de desconocimiento que aún aglutinan y que incluso con el descubrimiento de las ruinas y de numerosas referencias intelectuales, no terminan de definirse. La primera encrucijada es la que supone su autoría, atribuida según las fuentes a la reina Semiramis o al rey Nabucodonosor. En ambos casos, poco ofrecen las fuentes en lo relativo a la realidad del trazo de los jardines y en todo argumento se nos remite a un recinto ajardinado primoroso sobre una arquitectura descomunal y maquiavélica. Sin embargo, la realidad sobre las imágenes de la época que existen en bajorrelieves y demás documentos históricos, nos presentan unos ejercicios jardineros mucho más sencillos y que sin pertenecer a entornos urbanos nos demuestran