La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri
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Luego de la primera vino la Segunda Guerra Mundial, que acabó de organizar el sistema-mundo-occidental-moderno-eurocentrista. Resultado de esa nueva organización, la unicidad de pensamientos, las categorías universales de sujeto, objeto, desarrollo, progreso, dominio del mundo, ahora se expandían al universo; el Hombre en su vuelo hacia el conocimiento universal tendría como objetivo final, durante el siglo xx, el dominio del universo. Las guerras ahora serían entre planetas, sistemas solares y galaxias. La nasa y Hollywood, juntos en la misión más importante emprendida por la humanidad (el hombre: noroccidental moderno y blanco): el descubrimiento, control y dominio del universo se confunden. Cada una podría estar financiada por la otra, para que la ficción del Sujeto Universal se convierta en fantástica realidad.
La espectacularización de la vida comenzó a formar parte de un proceso aún más doloroso: su mercantilización. Gracias a la tecnología, el sentir –mirar, tocar, degustar, escuchar– se expandió estéticamente. Nuevos dispositivos hicieron posible esta expansión. Ícaro volaba fáusticamente cerca del sol. Mientras sus alas se derretían, el arte se escindió de la tierra, alcanzando a Ícaro; al verlo retornar, el arte asumió la postura de Dédalo: mantuvo un vuelo sereno; no olvidó que había emergido de la tierra, que era la manera de hacer de la naturaleza creadora, que era la única posibilidad de retornar a casa y que la experiencia vivida era una experiencia eterna y fugaz. La eternidad en un instante, como lo afirmara William Blake, sólo es posible habitando poéticamente esta tierra.
El mundo de la vida se convierte en escenario donde la actriz principal: la vida, se reduce a un documental, una secuencia de fotografías revisadas, corregidas, técnicamente casi perfectas, para que pensemos en la belleza como algo inherente a los objetos, y no a la vida misma. La vida-arte entra en el circuito del entretenimiento.
Mientras esto acontecía en el noroccidente como red de símbolos, en otras geografías del mismo noroccidente, del sur, de oriente y de otros lugares, donde no existen estas diferenciaciones geográficas, comenzaron a hablar sobre la urgencia de lo que Nietzsche en Zaratustra, insiste: “¡…permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no” (Nietzsche, tomo 2, 2000: 490).
El pensamiento ambiental concibe la vida fuera de la lógica occidental moderna, fuera de la lógica positivista y nepositivista, fuera incluso de las lógicas occidentalocentristas; el pensamiento ambiental subvierte el orden establecido por en sistema-mundo europeo. Por ello son Hölderlin y Nietzsche quienes permiten poéticamente esta ruptura, o por lo menos la sospecha del sujeto y del objeto. Es Hölderlin quien llama al hombre a superarse; a ser uno con todo lo viviente, a permanecer en la tierra, como artista y amando la naturaleza como obra de arte.
“…y, ¿para qué poetas en tiempo menesteroso?
7
Pero ¡amigo! Llegamos demasiado tarde. Cierto es que viven los dioses,/ pero sobre nuestras cabezas, allá arriba, en otro mundo./ Sin fin, actúan allí y poco parecen preocuparse de si vivimos;/ así nos cuidan los inmortales!/ Pues no siempre una débil vasija fue capaz de contenerlos;/ sólo en algunos tiempos soporta el hombre la plenitud divina./ Sueño de ellos es después la vida. Pero el errar/ ayuda como el sueño, y la necesidad y la noche fortalecen,/ hasta que hayan crecido bastantes héroes en las cunas broncíneas,/ y los corazones sean semejantes en fuerza a los celestiales, como antaño./ Tronando vienen entonces. Mientras, a menudo me parece,/ mejor dormir que estar así, sin compañeros,/ esperar así: y qué hacer, mientras y qué decir/ no sé; y ¿para qué poetas en tiempo menesteroso?/ Pero ellos son, dices tú, como los sacerdotes del dios del vino/ que pasaban de tierra en tierra en la noche sagrada.
En profunda resonancia con la estrofa 7 del poema “Pan y Vino”, escrito a finales del siglo xviii, en el verso “…¿y para qué poetas en tiempo menesteroso?” (2014: 165), Hölderlin se refiere a estos tiempos huérfanos de poesía y, por tanto dolorosos, el Pensamiento Ambiental le pregunta a esta “ingrata y taimada raza” que “cree saber la hora” (Hölderlin en Janke, 1988: 48), ¿…para qué poetas en tiempos de devastación?
La pregunta del poeta, en los albores del siglo xix, interrogaba aquello que apenas comenzaba. Cómo serían los tiempos en los cuales ya los dioses no estarían entre los hombres, sino más bien, estaría entre ellos el cálculo del mundo, el develamiento de los misterios de la tierra, el olvido de la tierra como natal? En el ocaso del siglo xx y en el amanecer del siglo xxi, el tiempo de penuria, es el tiempo que se dirige hacia el borde del abismo.
Abismo significa primitivamente el terreno y el fondo sobre el cual, que era lo más bajo, se apoyaba algo a lo largo de la cuesta. pero en lo que decimos a continuación entendemos en “Ab” como ausencia total de fondo. El fondo es el terreno para un arraigar y estar. La edad del mundo que carece de fondo pende en el abismo. Suponiendo que aún le esté reservado un cambio a esta época de penuria, sólo podrá producirse un día, si el mundo se levanta desde el fondo, es decir –ahora ya no ofrece la menor duda–, si se aparta del abismo. En la Edad del mundo de la noche del mundo es preciso enterarse de la noche del mundo y soportarlo. Más para ello es necesario que haya quienes bajen hasta el fondo del abismo (Heidegger, 1960: 224-225).
Ante la pérdida de la tierra como lo que permanece, el poema de Hölderlin “Pero lo que queda lo instauran los poetas” (Hölderlin en Heidegger, 2006: 106). Un signo de interrogación en la época del desarrollo: la luz de la razón, iluminando al hombre para explotar la tierra, nos hace estremecer. Cómo podemos siquiera pensar, que la tierra pueda permanecer como fundamento poético de toda permanencia, si el signo inconfundible del presente es precisamente el cálculo de una tierra expuesta a la avidez del capital? ¿Cómo ha sido posible que podamos pensar en la permanencia de la tierra, no del hombre sobre la tierra, sino de la tierra misma y en ella, hecho de ella, amado por ella, creado por ella, humus de ella, el humano… la cultura?
Sebastião Salgado, fotógrafo brasileño, habita en medio del acontecimiento supremo del siglo xx: la guerra de todos contra todos y de todos contra todo. En sus investigaciones fotográficas logra reunir el cielo con la tierra y los mortales con los divinos. A veces, esta reunión hace la obra de arte de Salgado, un infierno en el paraíso como la serie de fotografías tomadas en Kuwait en 1991; el fotógrafo nacido en 1944 registra, atónito, la conflagración de la tierra. El concepto de humanidad, costruido por la Ilustración