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En la cresta de la ola - Группа авторов Pùblicamemoria

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a la vez, de incitar a la investigación histórica francesa a enfrentarse a lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era hacer realmente historia y no periodismo (Bédarida, 1998: 20.)

      Es claro que la historia del tiempo presente no sólo emergió como una crítica política, ni como la mera necesidad por explicar la catástrofe más reciente; se configuró como campo disciplinario en un contexto de crisis epistémica, así como política y social, durante la década de los años setenta.

      Caracterizada como un periodo de convulsión global (Ferguson, Manela, Sargent y Maier, 2011), no sólo por la internacionalización e interdependencia de las crisis, sino también por su alcance en diversos ámbitos de la vida social, en la década de los setenta del siglo XX se decantaron descontentos acumulados de variada índole, y no siempre con las mismas fuentes, que afectaron la concepción de la historia y las formas de su escritura. Mientras en Europa se vivía la emergencia de procesos sociales que rompían con el dogmatismo marxista, los movimientos de liberación nacional o las protestas estudiantiles, dirigidas principalmente contra la comodidad y el conformismo político de la democracia liberal de posguerra, del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el descontento fue generado por las largas décadas de silenciamiento y represión contra los sectores de izquierda, social o intelectual; la cacería de brujas de los años cincuenta, la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam, el desacuerdo juvenil con el american way of life y otras tantas manifestaciones de rechazo al estado de cosas. En América Latina convergieron la emergencia de los movimientos de liberación nacional, con la Revolución cubana como punta de lanza, y el descontento social, expresado muchas veces por los nuevos sujetos, junto con el surgimiento de nuevos autoritarismos, procesos que abarcaron las décadas de 1960 hasta 1980. Cabe señalar que, en América Latina, en uno de los primeros esfuerzos colectivos por afrontar el estudio histórico del presente, se dibujaron con mucha claridad las características político-epistémicas de la historia del tiempo presente. Pablo González Casanova, coordinador de la obra colectiva América Latina: historia de medio siglo, así lo apuntó:

      La obra que hoy publicamos parte de la necesidad de conocer la historia de cada país para actuar en cada país. Y une a todos los países en un esfuerzo conjunto con la certeza de que en medio de las diferencias más significativas nuestros pueblos encontrarán los rasgos comunes que les permitan actuar en forma cada vez más unitaria. Como trabajo pionero sobre la historia actual, la obra contribuirá a alentar nuevos estudios históricos contemporáneos, nuevas monografías y síntesis acerca de las luchas de liberación. […] Los colaboradores de la obra tienen formaciones y posiciones ideológicas distintas. Algunos de ellos son historiadores, otros son politólogos y sociólogos. Todos han logrado escribir la primera historia de la América Latina actual que realiza un grupo de estudiosos. Por lo común los historiadores no se ocupan de la historia inmediata. Los sociólogos y politólogos tampoco. Unos se quedan en el pasado más lejano. Otros consideran que su tarea no es la del historiador. El vacío ha quedado en parte cubierto. Y será cubierto cada vez más en los próximos años (González Casanova, 1977: vii).

      En ese contexto convulso, la historiografía cobró otros impulsos, descubrió nuevos caminos y elaboró propuestas metodológicas: se consolidó la historia desde abajo, como cuestionamiento a la vieja historia política centrada en las élites, abriendo espacio al estudio de los márgenes, lo subalterno y lo común. Por su parte, los giros lingüísticos abrieron la compresión histórica del mundo desde los conceptos. De manera relevante, estos movimientos historiográficos abrieron también nuevas temporalidades y espacialidades, el estudio de lo breve o lo micro, y cambiaron la práctica de la historia. En Francia se levantaron críticas hacia la escuela inaugurada por Bloch y Fevbre, heredada y acrecentada por Braudel. Estas críticas se sintetizaron en la obra coordinada por Jacques Le Goff y Pierre Nora, Faire de l’histoire (1974), de tres volúmenes, en donde se dedicó espacio a reflexionar sobre las nuevas formas de hacer la historia: nuevos problemas, nuevas aproximaciones y nuevos objetos. En el primer volumen destaca el ensayo de Pierre Nora, “El retorno del acontecimiento” (publicado dos años antes con el sugerente título “L’événement monstre”), en donde se distancia de ese cierto repudio de los fundadores de Annales por lo evénémentiel. El acontecimiento no será más lo opuesto a la estructura y la larga duración, se concebirá como su desvelamiento. Esta rehabilitación y deconstrucción del acontecimiento será la punta de lanza de la historia del tiempo presente. En esos mismos años, otra obra importante fue la compilación de ensayos filosóficos, teóricos y metodológicos del alemán Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, publicado en 1979, en donde propuso una historia de los conceptos, de su semántica y de sus transformaciones en el tiempo. Propuso, sobre todo, una nueva categorización del tiempo histórico, que no se reduce a la secuencia pasado-presente-futuro, sino que busca las densidades y complejidades de la relación entre esos tres modos de tiempo, de manera especial en la tensión producida entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa. La historia del tiempo presente también será deudora de esta nueva perspectiva teórica.

      En ese mismo proceso de crisis, crítica y renovación historiográfica, la propuesta de una historia del tiempo presente tiene su lugar. Esta historia integra el presente al tiempo histórico, no pospone su análisis y valoración para generaciones futuras, ni desplaza su responsabilidad a otras áreas de las ciencias sociales. Asumirá como suyo el acontecimiento, pero no se ocupa del acontecimiento actual, como epifenómeno, sino del despliegue de realidad en donde tuvo las condiciones para aparecer. No sólo es una narrativa del acontecimiento, sino una analítica y arqueología de su estructura, del presente.

      Una característica central de la genealogía de la historia del tiempo presente es la demanda social a la que está sometida, que se presenta en forma de cuestionamientos sobre ciertos acontecimientos que han afectado las formas de convivencia y el tejido social, estructuras o instituciones sociales como el Estado, o han puesto en riesgo la existencia misma de grupos sociales amplios dentro de una sociedad concreta en un momento dado. Es indudable que en Alemania la emergencia de la historia del tiempo presente estuvo vinculada a la exigencia de saber y explicar el fenómeno del nacionalsocialismo y el genocidio llevado contra grupos étnicos o políticos. En Francia jugó un papel similar el interés por dilucidar las vicisitudes del gobierno colaboracionista de Vichy. En España fue el caso tanto de la guerra civil y la resistencia como del largo periodo del franquismo y la transición política. En América Latina, los gobiernos autoritarios y dictatoriales, así como las graves violaciones a los derechos humanos, fueron los detonantes de los estudios de la historia reciente. Estas temáticas han sido abordadas por investigadores e investigadoras no sólo por una decisión exclusivamente personal, sino porque han sido impelidos a hacerlo: por la gravedad de lo sucedido y sus consecuencias o porque son procesos y eventos que siguen aconteciendo, ya sea por la demanda de grupos específicos, como las víctimas o familiares de víctimas, o por la demanda del Estado, que busca aclarar, explicar a la sociedad, y llevar a cabo algún tipo de justicia.

      La rehabilitación del acontecimiento, la introducción del presente como parte del tiempo histórico y el quiebre de la secuencia lógica de la temporalidad entre pasado y futuro, no sólo por cierta crítica posmoderna que cuestionaba la historia como advenimiento de sentido, sino por la presencia de pasados que irrumpían en el presente, haciéndose presentes, ya sea por la demanda social de justicia o las prácticas memoriales, provocaron que aquello que se había considerado como historia contemporánea, definida en gran medida por la sincronía de la experiencia de lo temporal, dentro de la secuencia lógica pasado-presente-futuro, resultara inadecuado, pues en la historia contemporánea el presente aún se consideraba fuera del alcance del análisis histórico. Por esto, la historia del tiempo presente no es otro nombre para la historia contemporánea.

      Surgida como práctica en un contexto de crisis, la historia del tiempo presente no pretende superarla por la vía del desplazamiento, sino integrarla como método. De ahí que una de las características centrales de este campo historiográfico sea el cuestionamiento permanente

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