Gesta de lobos. Thomas Harris
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El éxtasis de un cuello
Para que un cuello sepa que su carótida es un clítoris
Que lleva directo a las orgías de su corazón, Lobo,
Y palpite con la redención del orgasmo que le infligirán tus colmillos
Por donde sus certezas caerán
Como castillos de arena
En la costa donde han varado todas las carabelas de antaño,
Debes seguir los preceptos de mi libro de horas.
Para la redención de un cuello,
Un mantra que reitere el silencio,
Que haga aparecer el silencio.
Para la redención de un cuello,
Tus garras que han destrozado piel y cartílagos,
Tus garras que guardan la memoria de las heridas,
Tus garras surcadas de carreteras perdidas
Que inventan destinos, carreteras hacia Yoknapatawpa,
Sobre sus pechos dormidos bajo el culo del súcubo,
En la penumbra azul del amanecer
Que siempre te desgarra el alma lupina.
Para la redención de un cuello,
Una cuenta regresiva eterna porque los números son infinitos
E infinito debe ser el camino hacia el cuello.
Para la redención de un cuello,
La trompeta de Miles, el fantasma de Miles soplando:
Prince of Darkness, Any where out of the world***. Para la redención de un cuello, La lengua de Lobo lamiendo la zona exacta De su cuerpo, la zona que Lobo ha de buscar en el silencio De su cama, tenue, para no despertar su abandono de niña, Una zona que ha quedado fuera de las sábanas azules Que caen en desorden sobre el piso. Para la redención de un cuello, Leer en un susurro que no perturbe el silencio Una cicatriz en arameo con un verso de Rimbaud (Rouler aux blessaures par l’air lassant et le mer) Que lo adorna como un collar de diamante púrpura. Para la redención de un cuello, El humo de un cigarrillo que impregne su piel, El humo de un cigarrillo de tabaco negro Que no termina de apagarse en la boca del asesino De un filme noir de Tinto Brass, nunca filmado. Para la redención de un cuello, Un vaso de corazón de cristal, rojo, y los témpanos de hielo Deshaciéndose en el vodka estepario con el que embriagarás A la víctima, en un original de Francis Bacon, Donde los cuerpos terminarán como charcos De carne y sangre indistintos, Terciopelo orgánico en lugar de piel, Una pústula de terciopelo pálido, Que será el capullo de tu loba asesinada Por los Cazadores del Deseo, Que volverá redivivo y en celo Tras el estupro sagrado. Entonces, Lobo, desgarras, tragas, te apaciguas Y aguardas. Esas con las condiciones para la redención Del cuello de la víctima necesaria, Pero, también, Lobo, el peligro para tus fauces.
*** Baudelaire.
Receta para devorar a una muchacha en el bosque
Arrullarla con gemidos de agua tibia en los oídos,
Hasta que se duerma pálida,
Para así, indefensa, preparar tu mejor receta, Lobo,
Que ella no debe conocer
Hasta que su sabor y aroma la impregne.
Ya dormida por los vapores de tus fauces,
Quitarle el pelambre gris, para que reluzca
Como una luciérnaga en carne viva, alba,
Y espolvorearle los pezones con oro
Bien cernido entre tus garras desgarradoras.
Y untarla de aceite de oliva grueso,
Más amarillo que la orina y la miel y la abeja,
Y fumar junto a su cuerpo indefenso
Una pipa de kief aromática a oriente para darle
El fasto del romanticismo más decadente:
Y no olvidar el clavo de olor,
La nuez moscada,
La canela,
Y la negra pimienta
Molida con esmero de orfebre.
Píntale los labios con rouge color sangre, Para que después cuando pruebes los sabores Indicados parezca, aún dormida, ruborizada Por las especies de la receta, que quemarás Antes de acercar la llama roja a la sábana azul, Donde reposa como en una fruta marina. Después despiértala con gruñidos asesinos Y ofrécele tu sexo desnudo y erecto, Y que sea tu columna dórica que aún no prueba, De rodillas, ante la mesa, La primera visión que tenga Antes de caminar descalza por el comedor Hacia tus fauces húmedas a profundidades abisales. Y esa gotita de semen que cayó sobre su ombligo Puede que sea un descuido en la receta, Pero así también unirás tu sabor a su sabor desnudo.
Lobo y Tiresias, Auguste Dupin de la tragedia
Yo soy el viejo Tiresias, Lobo, y no miento:
Si quieres traer al bosque umbrío de tus dominios a la loba muerta,
No bastan sacrificios ni letanías, menos himnos y canciones.
Te lo digo yo, el viejo o la vieja Tiresias
Al que un genial poeta, pero muy sobrado de sí mismo,
Como lo son estos llamados bardos
(El muy hijo de puta envió a su mujer al manicomio),
Dijo que mis tetas arrugadas caían como las de una vieja bruja.
Pero, ya se sabe, a los oráculos
Como yo, los poetas modernos, incrédulos
Sólo les queda calumniar o insultar.
Cierto, ahora en estos burgos post-medievales me quemarían
Como a vil hechicero estos burócratas del Santo Oficio,
Del Santo Ofidio diría yo,
O para darle más exactitud a la expresión,
Del puto oficio del poder.
Pero no perdamos el tiempo en disquisiciones teológicas
Y vamos al meollo del asunto.