Gesta de lobos. Thomas Harris
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Lobo toma posesión de las Indias Occidentales
Nuestra Stultifera Navis quedó al pairo En una rada demente de este continente que se hunde En el barro santificado de su tormento. En la panza del navío una hueste peluda y babeante Resoplaba su sueño de venados y niños. Un humo azulino bañaba la jauría, Un organismo primordial en mortífera latencia. Entonces, me escabullí en el más sigiloso silencio, Apostando lo más feroz de mis garras por la cubierta, Y salté sediento de misterio a la amura, Y permanecí allí deslumbrado por el destello De la primera ciudad de las Indias que se abría Como tumba sin descanso en sus palpitaciones de miedo, Como si rumiara las ascuas del último fuego, El brillo de la sangre perlando el pedernal del sacrificio. Entonces, salté a la superficie del planeta desolado Que hedía a incienso y sándalo azumagado Y creí que era la luna, la argentina superficie cenicienta Del satélite muerto como un ojo fuera de su órbita Arrancado por mis garras, al caer furtivo como el que soy En la vasta tierra viuda y desconocida. Fugaz cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Me detuve, erguido sobre mis grupas, erizada mi pelambre, Tensados mis belfos, estalactitas mis colmillos, Aguzados como el falo del dios errante, Acezando de locura lunar, de hambre sin objeto e Ira por Loba muerta y mis perdidos gemelos de Roma. Quedé en esta lupina posición abrillantado por una luminosidad Obscena, como el oro que olfateaba en vano, Hasta que los faros ardientes de mis ojos pudieron Horadar las sombras, que se confundían con las pavanas Del sacrificio innombrable y lejano, sólo presencia por el Canto quedo de la sangre, que aún goteaba desde Una alucinación o el roce de los fantasmas de los Que murieron, abrazando la piedra y la demencia. Quise aullar, pero retuve el cántico de la noche. Quise aullar, pero me sumí en la metafísica del Vacío. Quise aullar, pero de mis fauces sólo asomó otra noche, Mi noche interior que se sumó a la noche de las Indias. Yo era el lobo del Viejo Mundo pisando esta tierra virgen Con mis garras, mancillándola como a una puta Impúber, rasgándola para siempre con mis uñas negras, Pero apenas, para que la niña estuprada No despertara de su desgarro y gritara la herida entreabierta. Doce riachuelos de sangre manaron de la superficie De la brea orgánica que pisaba y, entonces, nuevamente, Fugaz, cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Y sentí en mis entrañas el despojo muerto de Loba asesinada, Y sentí en mis entrañas un hambre de otro tiempo, En mis entrañas se debatía el cadáver de Loba por venganza, En mis sesos de animal se alojó el delirio de las Indias Y mi verga roja y chorreante se tensó en un mástil De alabastro y carne, y sentí el ardor y el derrame, Y aullé hacia adentro para mantenerme clandestino, oculto aún, Y mis grupas y mi cuello crujieron dislocados, Y mis costillas se ensancharon y mis fauces espejearon el paisaje, Y me erguí como el falo santo en dos patas. Entonces mi pelambre se erizó como el trueno Y fulguró como las ascuas de los sacrificios rituales Y aullé, aullé todas mis ganas que agrietaron la superficie De la tierra recién parida, porque yo, Lobo, Oriné el oro de mis entrañas tomando posesión De la landa impúber que gimió niña bajo mi peso asesino.
La lluvia dorada
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada… Pablo Neruda: Tango del viudo.
Cuando aullé con mis garras horadando
La tierra núbil de las Indias, un continente abierto a la muerte,
Cayó la primera lluvia dorada, sobre los cuerpos abatidos,
Y ese oro líquido penetró por las llagas de los cadáveres,
Esos espejos áureos que se abrieron exudando el vapor
Sexual de los peces y los tigres;
Y los cuerpos desmembrados se volvieron a reunir,
Las llagas abiertas por los cruentos pedernales
Invirtieron el curso del torrente sanguíneo, ya coagulado,
Y los torsos destazados cicatrizaron sus heridas
En los altares de piedra; y continuó vertiendo el cielo
Azul manchado de azul, la tibieza de la lluvia dorada,
Que arreció sobre la mesnada de cadáveres ya violáceos
Que invirtieron la lividez en flujo, y el flujo en rosáceas
Carnes resucitadas, y el vapor alquímico que arropó