Entre el amor y la lealtad. Candace Camp
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A su alrededor sonaron aplausos y Thisbe comprendió que la conferencia había terminado. Aunque con retraso, ella también aplaudió y se levantó, al igual que todos a su alrededor. Su vecino también se levantó de un salto, dejando caer el cuadernillo y el lápiz, y agachándose para recuperarlos. El lápiz rodó hacia ella y se detuvo junto a su falda. Él recogió el cuaderno y se irguió, contemplando el lápiz. Se movió ligeramente y se guardó el cuadernillo en el bolsillo antes de dedicarle otra mirada, cargada de añoranza, a su lápiz.
Sin duda iba a tener que hablarle. Thisbe aguardó, guardándose su propio cuadernillo y lápiz en el bolsito. Los aplausos habían concluido y a su alrededor todo el mundo empezaba a marcharse. El hombre arrastró los pies y empezó a alejarse. Era evidente que, si quería hablar con él, tendría que comenzar ella.
—¡Señor! —Thisbe recogió el lápiz. El hombre se alejaba—. Señor —ella lo siguió, y alargó una mano, tocándole el brazo.
Él se volvió tan deprisa que ella casi chocó contra él.
—¡Oh! Señora. Señorita. Yo, eh…
—Me parece que esto es suyo —Thisbe le mostró el lápiz mientras lo observaba de cerca.
Tenía un rostro agradable y los cálidos ojos marrones estaban bordeados de unas espesas pestañas negras.
—¡Oh! —las mejillas del hombre volvieron a teñirse de rojo—. Yo, eh, gracias —tomó el lápiz y sus dedos se rozaron, provocándole a ella un cosquilleo por todo el cuerpo. Él dejó caer el lápiz en el interior de su bolsillo, pero no se movió del lugar, ni dejó de mirarla—. Yo, eh, ha sido una conferencia estupenda, ¿verdad?
Thisbe sintió una oleada de triunfo. Ese hombre también quería hablar con ella. Aunque era evidente que la misión de encontrar un tema de conversación debía recaer en ella.
—Sí, el instituto Covington a menudo ofrece conferencias interesantes. La señora Isabelle Durant ofreció una interesante charla sobre botánica el mes pasado. Por supuesto, no todas las discusiones son científicas.
—¿La señora Durant? —preguntó él sorprendido.
—Sí. Lleva años siendo una ávida recolectora e ilustradora de flora salvaje. Ha publicado varios libros.
—Entiendo. Lo siento… la botánica no es un campo con el que esté especialmente familiarizado. Me temo que yo, eh, que no he oído hablar de ella.
—Por desgracia, muy pocas personas la conocen. Su trabajo es ampliamente ignorado por sus compañeros científicos, porque es mujer. El instituto Covington es bastante avanzado —ella sonrió—. Permite que las mujeres pertenezcan a él, que den conferencias y que asistan a ellas. Por eso vengo aquí tan a menudo.
Thisbe no añadió que Covington era el apellido de soltera de su madre, y que su madre había financiado considerablemente la institución para que abogasen por la educación femenina. Con el tiempo había comprobado que era mejor no sacar a la luz el apellido familiar. La gente no volvía a comportarse del mismo modo cuando averiguaban que Thisbe era hija de un duque. De un duque con fama de raro.
—Me alegra que lo haga —él sonrió y el corazón de Thisbe dio un vuelco en su pecho.
—Me he dado cuenta de que llegó tarde.
—Por decirlo suavemente —él volvió a sonreír—. No pude abandonar antes el trabajo. Lo siento… espero no haberla molestado —parecía más relajado y tan poco interesado en marcharse como lo estaba la propia Thisbe, aunque la sala de conferencias estaba prácticamente vacía.
—No, no me ha molestado en absoluto —eso, por supuesto, era mentira, aunque la molestia que ese hombre había causado era de una índole totalmente distinta de la que él pensaba—. Pensé que quizás le gustaría tomar prestadas las notas que tomé antes de su llegada —ella sacó el cuaderno de notas del bolsito y se lo ofreció.
—¿Está segura? —preguntó él mientras lo tomaba—. ¿No las quiere conservar?
—Ya me las devolverá cuando haya acabado —Thisbe se encogió de hombros—. ¿Tiene intención de asistir a la siguiente conferencia?
—Sí —contestó él de inmediato, la mano cerrándose sobre el cuaderno. En esa ocasión, Thisbe estuvo segura de que, cuando sus dedos se rozaron, no fue por accidente.
—No sé muy bien de qué trata.
—Eso no importa. Quiero decir que seguro que será interesante.
—Pues entonces podrá devolverme las notas —sin embargo, un mes se le antojaba mucho tiempo. Y por eso se sintió feliz cuando una nueva idea surgió en su mente—. O también… ¿tiene intención de asistir a las conferencias de Navidad en el Royal Institute? Yo estaré allí. El señor Odling va a dar una conferencia sobre la química del carbono.
—Sí. Las conferencias comienzan el día después de Navidad, ¿verdad?
—Creo que habrá unas cuantas —ella asintió.
—Excelente. Aunque no puedo evitar preguntarme cómo pueden las propiedades del carbono dar para varios días.
—¡Vaya! Veo que la química no es lo suyo.
—No especialmente. Pero veo que usted sí está interesada en la química.
—Es el trabajo de mi vida —contestó Thisbe—. Llevo estudiándola desde los diecisiete años. Bueno, desde antes en realidad, pero a los diecisiete la convertí en mi objetivo.
—¿En serio? ¿Y dónde ha…? —el hombre rápidamente disimuló su sorpresa—. Quiero decir que, pues, que, ¿la ha estudiado?
Thisbe soltó una pequeña carcajada. Por lo menos había intentado disimular su sorpresa.
—Mi familia le da mucha importancia a la educación… de todos, tanto de los chicos como de las chicas. Aprendí junto a mis hermanos. Y, después, estudié en Bedford College. Hasta este año me temo que a las mujeres no se nos permitía graduarnos en la universidad de Londres.
—Una escuela para mujeres. Entiendo. Qué interesante —observó él con aspecto de hablar en serio, lo cual no solía ser frecuente—. Siempre pensé que no era justo que Oxford y Cambridge no admitiesen mujeres —hizo una mueca—. Aunque a mí tampoco me habrían admitido. No a un insignificante hijo de obrero.
Desde luego había sido buena idea ocultar sus conexiones con la aristocracia.
—Son la cuna del esnobismo.
—Yo estudié en la universidad de Londres. Bueno, durante dos años. Hay muy pocas clases de temas científicos.
—Efectivamente —era uno de los principales reproches de Thisbe contra la educación inglesa, el segundo después de sus prejuicios contra las mujeres—. Inglaterra va muy por detrás de otros países en reconocer la importancia de la investigación científica.
—Sigue considerándose un hobby propio de un caballero —él