Burlar al Diablo. Napoleon Hill

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del fracaso; pero ese esqueleto debía que ser cubierto con la carne de la aplicación y la experiencia. Aún más, se le debía otorgar un alma a través de la cual poder inspirar a hombres y mujeres a enfrentar los obstáculos sin evitarlos.

      El alma, que todavía debía añadirse, como lo descubrí más tarde, se hizo posible sólo después de que mi otro yo hizo su aparición a través de dos momentos cruciales en mi vida.

      Habiéndome decidido a dirigir mi atención ––y sin importar los talentos que pudiera tener–– en los ingresos monetarios a través de los canales comerciales y profesionales, me decidí a entrar en la profesión de la publicidad convirtiéndome en el gerente de publicidad de la Extensión Universitaria La Salle de Chicago. Todo marchó de maravilla durante un año, después del cual se apoderó de mí un profundo disgusto por mi trabajo y renuncié.

      Ingresé entonces al negocio de las franquicias con el ex Presidente de la Extensión Universitaria LaSalle, convirtiéndome en el Presidente de Betsy Ross Candy Company. Por desgracia ––o lo que a mí me parecía una desgracia entonces–– los desacuerdos con los socios comerciales me separaron de ese proyecto.

      El embrujo de la publicidad seguía en mi sangre e intenté de nuevo darle expresión instituyendo una escuela de publicidad y ventas, como parte del Bryant & Stratton Business College.

      La empresa marchaba viento en popa y estábamos haciendo dinero rápidamente cuando Estados Unidos participó en la Primera Guerra Mundial. En respuesta a una necesidad interna que las palabras no podrían describir, me alejé de la escuela y me enrolé al servicio del Gobierno de Estados Unidos, bajo la dirección personal del presidente Woodrow Wilson, dejando que un negocio perfectamente sólido se desintegrara.

      El Día del Armisticio, en 1918, comencé la publicación de la revista The Golden Rule. A pesar del hecho de que no contaba con un centavo de capital, la revista creció rápidamente y pronto obtuvo una circulación mundial de casi medio millón, finalizando su primer año de negocios con una ganancia de 3 156 dólares.

      Nota de Sharon: para una correcta representación, 3 156 dólares, en 1918, representarían cuarenta y cinco mil dólares en el mundo actual, basándose en el promedio anual del Índice de Precios al Consumidor, elaborado por la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos y de doscientos dos mil utilizando las tablas nominales del PIB per cápita. No es una mala ganancia para un primer año de negocios... cuando la gran mayoría de las empresas pierde dinero en su primer año.

      Unos años después me enteré, por un experimentado editor, que ningún hombre con experiencia en la publicación y distribución de revistas nacionales se propondría iniciar semejante revista con menos de medio millón de dólares de capital.

      The Golden Rule Magazine y yo estábamos destinados a separarnos. Mientras más triunfábamos, más descontento me sentía hasta que, finalmente, debido a un cúmulo de molestias menores provocadas por los socios del negocio, les hice un regalo de la revista y me retiré.

      Nota de Sharon: éste era sólo el inicio del amor que Hill sentía por las revistas. A The Golden Rule Magazine le siguió su publicación de The Napoleon Hill Magazine. Más tarde se convirtió en el editor de Success Magazine, una revista que se sigue publicando actualmente.

      Después establecí una escuela de capacitación para agentes de ventas. Mi primer cometido fue capacitar a un ejército de tres mil personas para una compañía de franquicias, para lo cual obtuve diez dólares por cada vendedor que cursó mis clases. En seis meses mi trabajo me había compensado un poco más de treinta mil dólares. El éxito, en lo que respecta al dinero, estaba coronando mis esfuerzos con abundancia. De nuevo volví a sentirme “intranquilo”. No me sentía contento y cada día se hacía más evidente que el dinero nunca me haría feliz.

      Sin la menor excusa razonable para mis acciones, me retiré y renuncié a un negocio del cual hubiera podido ganar fácilmente un próspero salario. Mis amigos y asociados pensaban que había enloquecido y no se retractaban de decirlo.

      Francamente me sentí tentado a coincidir con ellos; pero parecía que no había nada que pudiera hacer al respecto. Buscaba la felicidad y no la había encontrado. Al menos esa es la única explicación que podía ofrecer ante mis extrañas acciones. ¿Qué hombre se conoce a sí mismo realmente?

      Nota de Sharon: “De nuevo volví a sentirme intranquilo. No me sentía contento y cada día se hacía más evidente que el dinero nunca me haría feliz.” Pude haber escrito esto de mí misma hace algunos años. Pero al tomar la decisión de abandonar cierta situación que, si bien resultaba financieramente reconfortante, no se ajustaba a mi misión personal, se abrieron nuevas puertas de oportunidad para mí. Resultó ser la mejor decisión de mi vida profesional. ¿Te acuerdas de algún momento en tu vida en el que tomaste una difícil decisión, pero que sabías que había sido la correcta aunque otros te lo cuestionaran?

      Eso sucedió a finales del otoño de 1923. Me encontraba varado en Columbus, Ohio, sin fondos y, peor aún, sin un plan para salir de mi problema. Era la primera vez en mi vida que me veía imposibilitado por falta de fondos.

      Muchas veces en el pasado me había visto corto de dinero; pero nunca antes se me había hecho imposible obtener lo necesario para mis necesidades personales. Esa experiencia me impactó. Parecía estar completamente a la deriva con respecto a lo que podía o debía hacer. Pensé en una docena de planes para solucionar mi problema, pero los deseché como poco prácticos e imposibles de realizar. Me sentía como alguien que se ha perdido en una jungla sin una brújula. Cada intento que hacía por salir me llevaba de vuelta al punto de partida.

      Durante casi dos meses sufrí la peor y más dolorosa de las indecisiones humanas. Conocía los 17 principios del éxito personal; ¡pero no sabía cómo aplicarlos! Sin saberlo, me estaba enfrentando a una de esas crisis de la vida a través de las cuales ––según me había dicho el señor Carnegie–– los hombres a veces descubren a sus otros yo. Mi angustia era tan grande, que nunca se me ocurrió sentarme a analizar su causa y buscar el remedio.

      Nota de Sharon: “La peor y más dolorosa de las indecisiones humanas.” ¿Alguna vez te has sentido paralizado por la indecisión? Éste fue el momento más crucial en la vida de Napoleon Hill. Su vida de pasar de trabajo en trabajo suena como la de muchas personas hoy en día... personas que desean y buscan satisfacción en sus trabajos y en sus vidas. El predicamento en el que se encontraba Hill había sido, al menos en parte, infligido y admitido por él mismo. Pasaba de un trabajo a otro en busca de su propia vida profesional idónea y de su satisfacción; sin embargo, se encontró a sí mismo en casi las mismas circunstancias que cualquiera que hoy en día haya sido impactado de forma negativa por la actual situación económica. Hill sacó provecho de su fracaso temporal al utilizarlo como una espuela para obligarse a pensar y a analizar, a descubrir su “otro yo”. Si las circunstancias económicas te han asestado un golpe, también tú puedes utilizarlo como una palanca y una motivación para descubrir tu “otro yo”.

      El fracaso se convierte en triunfo

      Una tarde tomé una decisión que me sacó de la dificultad. Tenía la sensación de querer salir a los espacios abiertos del país, en donde pudiera respirar aire fresco y pensar.

      Comencé a caminar y cuando ya había avanzado siete u ocho kilómetros, de pronto me sentí paralizado. Durante varios minutos me quedé ahí parado como si estuviera adherido al camino. Todo a mi alrededor se oscureció y podía escuchar el fuerte sonido de una energía que vibraba a un rango muy alto. Mis nervios disminuyeron, mis músculos se relajaron y me invadió una enorme quietud. La atmósfera comenzó a despejarse y, conforme sucedía, recibí una orden proveniente de mi interior y que surgió en forma de pensamiento, es la forma más precisa en

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