Donde vive el corazón. Brenda Novak
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–Y, entonces…
–Entonces lo sorprendí cuando me estaba registrando la cartera mientras yo dormía e intenté impedirlo. No pienso dejar que me robe.
–¿Y te golpeó?
–No. Empezó a gritar y a tirar cosas. Yo estaba intentando pararlo y me tropecé.
–¿Te ayudó por lo menos?
–Al ver la sangre, salió corriendo.
Tobias salió al porche y escuchó con atención los ruidos para averiguar si Carl había vuelto. Al ver que todo permanecía en silencio, volvió a entrar, cerró la puerta y echó la llave.
–¿Se ha llevado sus cosas? ¿Se ha ido para siempre?
–Sus cosas siguen aquí.
–Eso significa que, probablemente, va a volver. ¿Puedo recogerlas y dejárselas en el porche?
–No tiene adónde ir, Tobias. Le han echado de otro trabajo y lo han desahuciado.
–Pero es peligroso que se quede aquí. No es una persona estable. Quién sabe qué puede llegar a hacer.
–Es mi hijo –dijo Uriah.
Tobias tuvo la tentación de decirle que eso no importaba. Carl no debería volver a entrar en aquella casa.
Pero no era su casa, y no era su decisión.
Se mordió la lengua, porque no quería ponerle las cosas aún más difíciles a su casero. Fue a la cocina y preparó una bolsa de hielo, la envolvió en una toalla y se la dio a Uriah.
–Toma, ponte esto en la cara.
Uriah no respondió.
Tobias se agachó delante de él.
–Uriah…
Entonces, el anciano miró a Tobias.
–Soy demasiado viejo para esto.
Tobias quería darle la razón, pero sabía que Uriah debía de estar sufriendo mucho. Maddox y él sentían lo mismo con respecto a su madre. Deberían haberla sacado de sus vidas hacía mucho, pero la familia era la familia, así que seguían intentando que ella cambiara y mejorara.
Le agarró suavemente el brazo a Uriah.
–¿Vas a estar bien?
–Creo que sí.
–¿Me vas a llamar cuando vuelva?
Por fin, Uriah tomó el paquete de hielo.
–¿Para qué?
–Me gustaría hablar con él, aclararle unas cuantas cosas.
Uriah recuperó un poco del sentido del humor y sonrió con ironía.
–Vaya, eso suena como si quisieras amenazarlo.
Tobias sonrió mientras se incorporaba.
–Exacto. Tiene que saber que lo va a pagar caro si vuelve a hacerte daño.
Uriah se puso serio.
–¿Por qué la gente hace las cosas que hace?
Tobias cabeceó.
–Ojalá lo supiera.
–¿Tobias? –preguntó una mujer.
Era Harper. Él había dejado la puerta de la cocina abierta de par en par, y ella había entrado por la parte trasera.
–¡Estamos aquí!
Ella apareció en la puerta del salón.
–¿Va todo bien? –preguntó, con el ceño fruncido.
Él se puso en jarras y miró alternativamente a Uriah y a Harper.
–Por ahora –dijo.
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