Donde vive el corazón. Brenda Novak
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Читать онлайн книгу Donde vive el corazón - Brenda Novak страница 16
–Creo que a mí no me gustaría.
¿No quería todo el mundo ser rico y famoso? O, por lo menos, eso creían…
–¿Por qué no?
–Por la falta de libertad –respondió él, sin vacilar.
–¿A qué te refieres? Más dinero equivale a más libertad, ¿no?
Él masticó lentamente.
–No me importaría ser rico, pero no querría ser famoso. Me sentiría como si ya no tuviera el control de mi vida. Así que, si las dos cosas tienen que ir juntas, diría que no a las dos. A mí, lo que más me importa es la libertad. Prefiero ser pobre a perder eso.
Ella reflexionó sobre su respuesta.
–Sí, por supuesto que se pierde un poco el control de las cosas. Yo me sentía como si nunca pudiera pedirle a mi marido que se quedara en casa a cuidar de las niñas para que yo pudiera ir al supermercado. De repente, su tiempo era demasiado valioso, ¿sabes? Se disgustaba cuando yo me quejaba y me decía que podía contratar a alguien si necesitaba ayuda, pero no era lo mismo. Yo no quería estar rodeada de criados. Solo quería tener una vida familiar normal –dijo. Comenzó a pinchar la comida con los palillos varias veces, pero no tomó bocado–. También quería tener otro hijo, pero él no quería. Decía que ya tenía bastante sentimiento de culpabilidad por no poder hacer cosas con las niñas que ya teníamos.
–Sus prioridades cambiaron.
–Sí. Y lo más raro es que ni siquiera puedo echarle la culpa. Tiene demasiado talento, y debe hacer música. Pero no tenía ninguna gracia sentirse como el exceso de equipaje del que quería deshacerse.
–Entonces, ¿lo dejaste tú?
–No, el divorcio fue idea suya. Por muy imperfecta que fuera la situación, yo estaba dispuesta a aguantar, por mi matrimonio y por mis hijas.
–Bueno, a lo mejor no te gusta escuchar esto, pero ¿no has pensado que tal vez te haya hecho un favor?
–Mi hermana me dice lo mismo.
–Es como una operación a corazón abierto. No es agradable, desde luego. Si pudieras evitarlo, lo evitarías. Pero, si necesitas que te operen, puede que te salve la vida.
Ella sonrió.
–Es difícil verlo así en este momento, pero… Bueno, ya veremos.
–Por si acaso todavía tienes la tentación de llamarlo, he pensado algo que te va a mantener ocupada.
–¿Y qué es?
–Vamos a ir a patinar sobre hielo.
Ella hizo un gesto negativo.
–No, no. Preferiría no salir ni estar en público. La gente nos verá y pensará que estamos juntos.
–No nos verá nadie. Vamos a estar solos.
–¿Y cómo vas a organizar eso?
–Tengo mi propia pista.
Ella entrecerró los ojos.
–¿Dónde? En este estado no hace el frío suficiente para eso.
–Es una pista cubierta, y no es mía, en realidad. Está en el colegio donde trabajo. Tengo las llaves de todas las instalaciones, y tengo permiso para usarlas cuando quiera.
–De acuerdo. Pero sigue habiendo un problema.
–¿Qué problema?
–Que no sé patinar.
–No te preocupes, yo te enseño.
Tobias se levantó y alcanzó las llaves de la encimera.
–¿Te apetece? Ya estamos casi en Navidad, y patinar sobre hielo es algo que la gente hace en Navidad, ¿no?
Harper no estaba deseando que llegaran las fiestas aquel año, precisamente. No estaba de ánimo. Sin embargo, al pensar en cómo iba a ser el resto de su noche si no iba con él, se puso de pie y comenzó a recoger la comida de la mesa.
–¿Por qué no?
Capítulo 6
Hacía mucho tiempo que Tobias no sentía «la magia» de la Navidad. Su madre nunca había tenido mucho dinero, pero, cuando no se gastaba lo que tenía en alcohol o en drogas, intentaba que las fiestas fueran especiales. De niño, a él le encantaba diciembre. Algunos años era la única vez en el año que recibía ropa nueva, algo que necesitaba porque creía muy rápido.
Después de entrar en la cárcel, diciembre se convirtió en el mes más difícil de todos. Los días eran más cortos y las noches, más largas, hacía frío y llovía, y el hecho de no poder estar en Navidad con Maddox y con su madre hacía que se sintiera como si su condena fuera a durar para siempre. A los presos les servían una cena un poco mejor de lo habitual el día veinticinco: jamón, maíz, una ensalada de gelatina, panecillos y patatas asadas y, de postre, un pedazo de tarta. Sin embargo, seguía siendo comida de cafetería, y no era buena. Y no había regalos, por supuesto.
En realidad, sí había regalos, pero no quería acordarse de ellos. En su primer año entre rejas, él había vuelto a su celda después de cenar y se había encontrado con una bolsa de caramelos sobre la cama. Eso podía parecer intrascendente para alguien que no conocía la cárcel, pero él era prácticamente un niño en ese momento y, allí, todo era un trueque, incluso los caramelos. No podía aceptarlos. Su compañero de celda le advirtió que, si lo hacía, sería como firmar un compromiso con el tipo que se los había dejado allí. Él había devuelto la bolsa inmediatamente y, una semana después, lo habían acorralado y le habían dado una terrible paliza.
Había tenido que luchar mucho para ser considerado alguien que no iba a permitir que lo victimizaran. Nunca había sufrido una violación, como había temido que iba a suceder durante sus primeros años, pero rechazar a los hombres que se le insinuaban le había costado caro. En una ocasión, había estado a punto de perder un riñón.
Trató de no acordarse. Si rememoraba las Navidades que había pasado en la cárcel, prefería pensar en el dinero extra que su hermano le ponía siempre en los libros. Enero era más tolerable gracias a que podía comprar algunas cosas en el economato.
De todos modos, se había pasado trece años temiendo las Navidades. Así pues, ir a patinar con Harper mientras sonaba la canción de Pentatonix Mary, Did You Know? por los altavoces era como una película para él. Seguramente, ella no estaría con él si supiera lo que había hecho y que había salido de la cárcel hacía cinco meses, pero se lo quitó de la cabeza. No iba a estropear aquella noche. Iba a olvidar aquel terrible incidente de la fiesta y lo que les había sucedido a Atticus y a él. Iba a fingir que era lo que ella pensaba que era: un tipo normal que iba a enseñarle a patinar sobre hielo.
–Lo estás haciendo fenomenal –le dijo mientras se agachaba para atarle los cordones. El patín derecho se le había desabrochado.