Donde vive el corazón. Brenda Novak

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¿no? –le preguntó a Atticus, bajando la vista.

      A Atticus le pareció graciosa la pregunta.

      –No, no hay peligro –dijo.

      Tobias se enjugó la frente como si tuviera gotas de sudor.

      –Me alegro de saberlo, tío. Gracias.

      –De nada –dijo Atticus, y comenzó a alejarse en la silla de ruedas. Sin embargo, se volvió hacia Tobias–. Eh, voy a ir a Blue Suede Shoe. Deberías venir después. Vamos a tomar algo y a jugar una partida de dardos.

      –Muy bien. Nos vemos después –dijo Tobias, y se encaminó hacia la tienda.

      Al acercarse, se acordó de Harper y de la conversación que había dejado a medias, pero no sacó el teléfono. Quería entrar y salir de Sugar Mama antes de que Susan volviera.

      –Tengo entendido que se vende una nueva galleta que está estupenda.

      Parecía que Maya estaba atendiendo la tienda ella sola. Lo hacía durante cortos períodos de tiempo si Susan o la dependienta, Pamela Kent, tenían que salir a hacer algún recado. Pero él sabía que Maya no iba a estar sola mucho tiempo, porque solo tenía trece años, así que no iba a quedarse más que unos minutos.

      –¡Tío Tobias! –exclamó la niña. Salió de detrás del mostrador y le dio un abrazo.

      –Atticus me ha dicho que tus galletas se venden muchísimo, preciosa.

      –Bueno, no es para tanto. Pero va bien. Además, papá se llevó tres docenas para la reunión de la escuela de ayer –dijo Maya, con una sonrisa de picardía.

      Tobias había sido testigo de lo rápida y fácilmente que se había creado la relación filial entre Maya y Maddox, y se preguntó lo que pensaría Susan de que su yerno, a quien no aprobaba, hubiera resultado ser tan buen padre.

      –Se irá corriendo la voz. Y, muy pronto, será lo que más se venda de toda la tienda.

      –No quiero eso –dijo ella, controlando su entusiasmo–. Puede que la abuela se sintiera mal.

      Entonces, volvió a entrar al mostrador.

      –Mira, prueba una –le dijo mientras abría la tapa de la bandeja de muestras.

      Él tomó un trocito de galleta de pepitas de chocolate que tenía pedacitos de barra de caramelo por encima, algunos de cacahuete y otros de tofe.

      –La he llamado «Escandalosa» –le dijo Maya, mientras él la saboreaba.

      –Vaya, está riquísima.

      Ella se puso muy seria.

      –¿Te gusta de verdad? ¿No lo dices solo para ser agradable?

      Él sonrió irónicamente.

      –¿Cuándo he sido yo agradable?

      –Siempre lo eres. Puede que parezcas un tipo duro, con todos esos músculos, pero…

      –¿No lo soy? –preguntó Tobias, riéndose.

      –Eres duro, ¡pero también eres agradable!

      –Bueno, pero no se lo digas a nadie. No puedo permitir que se difundan esos rumores.

      Ella puso los ojos en blanco.

      –No pudo creer que la gente no lo vea por sí misma.

      La abuela de Maya pensaba que él no tenía ni un ápice de bueno. Y, debido a lo que había hecho, él creía más a Susan que a los demás.

      –¿Cuántas de estas galletas fabulosas te quedan?

      –¿De esta hornada? Solo doce –dijo la niña señalando la bandeja que había detrás de la vitrina–. Pero mañana haré más.

      –Bueno, no debería llevármelas todas. Entonces, no tendrías más para vender durante el resto del día, y es necesario que las pruebe la mayor cantidad de gente posible. Así que… dame seis.

      A ella se le iluminó la cara.

      –¿Seguro? ¿Te han gustado tanto?

      Se las habría comprado aunque supieran a tierra, pero, por suerte, sí que le gustaron.

      –Para mí, son estupendas. Y seguro que saben mejor que un sándwich de helado.

      –¡Sí! ¿Quieres que te haga uno?

      –Ahora no puede ser –dijo él. No quería estar allí tanto tiempo–. Atticus me está esperando en el Blue Suede Shoe. Quiere ganarme otra vez a los dardos.

      Ella se echó a reír, porque Atticus le ganaba a todo el mundo a los dardos.

      –No te apuestes tanto dinero como la última vez –le aconsejó.

      –Vamos, ten algo de fe en mí.

      Maya envolvió las galletas y se las cobró, pero no le entregó la bolsa.

      –Antes de que te vayas, quería decirte una cosa. Pero no quiero que te sientas mal.

      –¿Qué pasa? No tendrá nada que ver con tu abuela, ¿verdad?

      –No, no. Es sobre el tío Atticus.

      –¿Qué pasa con el tío Atticus?

      Ella se mordió el labio nerviosamente.

      –Creo que es una cosa de la que no debería hablar, pero quiero arreglarlo, así que a lo mejor estaría bien decírtelo. ¿Me entiendes?

      –No, estoy completamente perdido. ¿Podrías explicármelo con un poco de claridad?

      Ella exhaló un suspiro.

      –Pero… ¿me prometes que no te vas a sentir obligado a hacerlo? Porque solo es una idea…

      –Estoy abierto a todas tus ideas. ¿De qué se trata?

      –En realidad…, a lo mejor no debería decir nada. Mi madre me dijo que no te lo dijera.

      –Maya, es evidente que hay algo que te preocupa. Dime de qué se trata.

      –No es nada grave. Es solo que…, bueno, el tío Atticus vio un vídeo y se emocionó mucho. Lo sé porque lo ha visto muchas veces. Y tú eres muy grande, y fuerte. Y vas todo el rato.

      –Sigo sin entenderlo. ¿Adónde voy yo todo el rato?

      –¡De senderismo!

      –¿De eso es el vídeo?

      –Sí. Era de un hombre que llevaba a su amigo, que es como Atticus, a caballo, cuando iba a andar por el monte.

      –Porque…

      –Porque el amigo quería

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