Donde vive el corazón. Brenda Novak
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Читать онлайн книгу Donde vive el corazón - Brenda Novak страница 13
–Un hombre sin discapacidad llevando a hombros a un hombre discapacitado porque es la única manera de que pueda experimentarlo también.
–Sí. Y yo pensé que… –dijo Maya, con timidez.
–Que yo podía hacer lo mismo por Atticus.
Ella asintió.
–Para su cumpleaños, este verano. Estoy segura de que le encantaría ver Yosemite. Mis padres me llevaron por mi cumpleaños y yo le conté lo bonito que era, y le enseñé fotos, pero él no pudo estar con nosotros y verlo con sus propios ojos. Hay muchos sitios a los que no puede ir.
Tobias no sabía qué decir. No era porque no quisiera hacerlo; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ayudar a Atticus a tener una vida más plena. Pero ¿sería capaz de llevar a hombros a otra persona mientras subía Yosemite? La mayoría de las rutas del parque no eran fáciles ni siquiera sin peso en la espalda.
–¿Y cómo llevaba al otro hombre? –le preguntó a Maya–. ¿Cómo lo sujetaba? ¿Con algún tipo de arnés?
–Sí, eso parecía. Con una de esas cosas que utilizan los padres para llevar a sus hijos.
Los niños eran pequeños y no pesaban demasiado, pero… Aunque Atticus no era tan grande, tenía que pesar cerca de setenta y cinco kilos.
Sin embargo, una vez había leído que los militares llevaban encima unos setenta kilos de equipamiento cuando iban a la batalla. Si lo planeaba bien y hacía descansos frecuentes durante el ascenso, tal vez fuera posible.
–Tendríamos que encontrar uno que fuera cómodo –dijo, pensando en voz alta–. Y yo tendría que entrenarme mucho. Tendría que llevar una mochila cada vez más pesada hasta que consiguiera la fuerza necesaria.
–Seguro que podrías –dijo ella, con entusiasmo.
Tobias pensó que sería inteligente calmar un poco aquella emoción.
–Aunque yo lo consiguiera, no sé si él estaría dispuesto, Maya. Una cosa es experimentar una caminata por la montaña y otra sentirse tan dependiente. Atticus cuida muy bien de sí mismo, y tal vez no quiera que otro hombre lo lleve encima. Sobre todo, yo.
–No, tú le caes muy bien –dijo ella–. Seguro que te lo agradecería.
¿Era cierto eso? ¿Querría Atticus hacer algo así?
Si quería, él estaba dispuesto a ayudar. Sin embargo, antes de ofrecerse, tendría que asegurarse de que era capaz de hacerlo. Y, después… ¿cómo iba a proponérselo? «Eh, Atticus, me gustaría llevarte a hacer senderismo a Yosemite, y tú quieres venir conmigo, ¿a que sí? Después de todo, yo soy el tipo que te disparó».
Eso funcionaría muy bien, sobre todo, con Susan, si se enteraba. ¿Y si se caía y volvía a hacerle daño a Atticus?
Aquello era lo que más miedo le daba…
–¿Qué piensas? –le preguntó Maya, mirándolo con esperanza.
–Pienso que tienes un corazón de oro, niña. Pero no le cuentes esto a nadie más, ¿de acuerdo? Vamos a pensarlo bien durante un tiempo.
Ella asintió.
–De acuerdo.
–¿Me lo prometes?
–Sí, te lo prometo.
–Muy bien.
Tobias tomó la bolsa de galletas y salió rápidamente de la tienda, pero no porque temiese que Susan pudiera aparecer en cualquier momento. No quería que su sobrina se diera cuenta de lo mucho que le había afectado su sugerencia. Solo con pensar en llevar a Atticus hasta el Half Dome, mostrarle lo que consideraba uno de los lugares más bellos de la Tierra, y el día de su cumpleaños, se le formaba un nudo en la garganta.
Sabía que el viaje iba a ser más espiritual que físico.
Capítulo 5
Tengo galletas.
Hacía un rato que Tobias le había respondido. Harper le había preguntado en qué sitio se había criado, pero él no había llegado a contestar, así que a ella le había parecido que había perdido el interés en la conversación. Y no le habría culpado por ello, porque, en su situación actual, no era demasiado divertida. Sin embargo, agradecía el hecho de haber conocido a alguien que estuviera dispuesto a darle consejos y ánimo sin pedirle detalles de su divorcio.
Antes de marcharse a Los Ángeles, Karoline le había advertido que tuviera cuidado con el tipo que le había regalado la rosa por si acaso era un periodista del corazón en busca de una exclusiva. Sin embargo, Tobias ni siquiera le había preguntado por qué se habían separado Axel y ella. No parecía que le interesara mucho Axel, lo cual era sorprendente. A todo el mundo le interesaba mucho Axel. Harper estaba tan acostumbrada a quedar en segundo plano con respecto a su famoso marido, que se sentía bien al conocer a alguien que quería su amistad.
¿De las de toda la vida?
Le preguntó, tratando de entender aquel extraño mensaje.
Sí. Recién hechas, y con una cobertura de trocitos de caramelo, cacahuete y tofe.
Harper se sintió un poco mejor al tener noticias suyas. Se acurrucó en el sofá, donde se había quedado llorando mientras veía películas antiguas. Como las niñas no estaban allí, no tenía ningún motivo para contenerse, y pensaba que sería mejor desahogarse lo máximo posible antes de que volvieran.
Puede que no sean muy saludables, pero no van a nublarte el juicio. No habrás caído en la tentación de llamar a Axel, ¿verdad?
Ella se enjugó las mejillas antes de responder.
Todavía no.
Muy bien. Que sea él quien acuda a ti.
Harper sonrió entre lágrimas. Aquel tipo de comentarios era lo que le hacía confiar en Tobias. Hasta cierto punto.
Entonces, ¿tengo una galleta de premio?
Si me dices dónde estás alojada, puedo ir a llevártela. O, si quieres, puedes venir tú a mi casa a buscarla. Mi casero y su hijo están en la casa de al lado, en la parcela, así que no tienes que preocuparte por estar a solas con un desconocido.
Ella recordó el sistema de seguridad que acababa de comprar su hermana para la casa. Karoline y Terrance podían ver a cualquiera que se acercara a su puerta, por medio de una aplicación, en sus teléfonos. No podía dejar que Tobias fuera allí, a no ser que quisiera que su hermana y su cuñado lo supiesen.
¿Dónde vives?
En Honey Hollow Tangerine Orchard, a unos diez minutos a las afueras del pueblo.
¿Y estás allí ahora?
Sí. Ven cuando quieras.