Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer

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Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer Omnibus Jazmin

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por delante de un sofá y se detuvo junto a la ventana que daba al corral y al granero. Era mejor que mirar a Vance. Siempre la hacía sentir así cuando le tenía cerca. Era extraño, porque llevaba años sin acercársele, aunque tampoco le había dado oportunidad.

      –¿Entonces quieres hacer una tregua?

      Ella miró por encima del hombro y asintió.

      –Wade dijo que tenemos que trabajar juntos –dijo, apresurándose–. Por el bien del rancho y para que mi padre se pueda concentrar en su recuperación.

      –No podemos esperar milagros.

      Ana no pudo evitar sonreír.

      –Me conformo con que haga lo que hay que hacer para volver aquí cuanto antes –soltó el aliento–. Sé que crees que mi padre me da igual, pero no es así.

      –Nunca he dicho eso. Sé que has venido a verle muchas veces –levantó una mano al ver que ella trataba de negarlo–. Y, no, Kathleen no te ha delatado. He visto tu coche en la casa, y también cuando vienes a montar a caballo. ¿Por qué no te quedaste nunca a hablar con Colt?

      Ana sintió lágrimas en los ojos.

      –Eso es un poco difícil. Mi padre no me recibe precisamente con los brazos abiertos.

      –De acuerdo. Siempre ha sido un poco hosco, pero eso quizás cambie a partir de ahora.

      Ana recordó aquellos tiempos felices cuando vivía con su madre, su padre y sus hermanas en el rancho. Todo aquello había cambiado de la noche a la mañana, con la desaparición de Luisa Slater. Se había llevado consigo todo el amor del Lazy S. Las gemelas, Tori y Josie, solo tenían tres años por aquel entonces, y Marissa todavía gateaba.

      Si no hubieran encontrado la nota, hubieran pensado que la habían secuestrado. Pero no había duda. Luisa Slater no quería saber nada más de su marido ni de sus hijas. Ese mismo día, su padre se convirtió en otra persona y se aisló de su propia familia.

      –Tenía cuatro hijas que necesitaban su cariño. Es como si nos hubiera echado la culpa de la desaparición de nuestra madre –dijo, fulminando a Vance con la mirada–. ¿Fue culpa nuestra?

      Él sacudió la cabeza.

      –No puedo contestar a esa pregunta, Ana. No conocí a tu madre. Solo conozco a la mía. Y April Rivers no tuvo ningún problema a la hora de hacer la maleta y marcharse.

      Ana contuvo el aliento. No recordaba lo mucho que se parecían sus vidas.

      –Lo siento, Vance. Lo había olvidado.

      –Eso es lo que quiero que haga la gente, que olvide mi pasado –la miró a los ojos–. Es la única forma de seguir adelante.

      Vance no quería remover el pasado.

      –Mira, llevar el Lazy S no es cosa fácil. Pronto tendremos el rodeo. Si tus hermanas y tú queréis ayudar, no voy a impedirlo.

      –Como he dicho, dudo mucho que mis hermanas vengan, pero yo sí quiero estar. De hecho, he decidido venirme a la casa, por lo menos durante el verano, o hasta que mi padre se recupere.

      –Muy bien. El día empieza a las cinco y media.

      Ana pareció sorprenderse.

      –Quiero ir a ver a mi padre a las diez. Y Wade Dickson quiere que nos reunamos con él mañana por la tarde en su despacho.

      –¿Por qué?

      –No lo sé. Dice que tiene que repasar unos detalles con nosotros.

      Vance asintió.

      –Entonces será mejor que duermas un poco. Mañana va a ser un día muy ajetreado.

      Ana asintió también.

      –Te veo mañana por la mañana –se dirigió hacia la puerta.

      Vance cerró los puños. Quería llamarla para que volviera, pero… ¿para qué iba a hacerlo? ¿Para decirle que siempre había sentido algo por ella? No. Para ella no era más que ese pobre chico al que su padre le había dado un lugar donde dormir.

      A la mañana siguiente, Colt sintió el calor del sol sobre el rostro. ¿Se había quedado dormido? Parpadeó y abrió los ojos. Trató de enfocar. Ese no era el mayor de sus problemas. No podía moverse. Gruñó y trató de levantar un brazo. Alguien dijo su nombre en ese momento.

      Se volvió hacia una hermosa cara. Contuvo el aliento, parpadeó de nuevo y entonces se dio cuenta de que era Analeigh. Se parecía tanto a su… madre. No. No quería pensar en Luisa en ese momento.

      Trató de moverse, pero no tenía fuerza suficiente. ¿Qué le estaba pasando? Trató de hablar, pero no emitió más que un sonido indefinido.

      –Todo está bien, papá. Estamos aquí contigo. Tienes que quedarte quieto.

      Él volvió a gruñir.

      –Por favor, papá, estás en el hospital. Has sufrido un derrame, pero vas a estar bien.

      Colt no podía dejar de mirarla. Había alguien a su lado. Vance.

      –Hola, Colt. Me alegra ver que ya estás despierto. Los médicos lo tienen todo controlado. Estarás en casa antes de que te des cuenta. Confía en mí. Todo está en orden en el rancho. Yo me encargo de todo. Simplemente descansa y recupérate.

      Justo antes de mediodía, Ana subió a la camioneta de Vance y se dirigieron hacia el pueblo, rumbo al despacho del abogado. Todavía no era capaz de sacarse la imagen de su padre en esa cama de hospital. Tenía el pecho encogido por la emoción. Aquello tenía que ser muy duro para un hombre como Colt. Siempre había sido una persona vital, trabajadora. Pero todo eso había cambiado en un abrir y cerrar de ojos.

      Ana se volvió hacia Vance. Se estaba tomando el café que había comprado en el hospital.

      –Toma un poco de café. Parece que lo necesitas.

      –Gracias –Ana agarró su vaso de papel y bebió un sorbo–. Está bueno.

      –Es del puesto de enfermeras. Lo hacen ellas mismas.

      Ana se imaginó a Vance Rivers en el puesto de enfermeras, flirteando con ellas para conseguir una taza de café.

      –Gracias.

      –Hablemos. Solo han pasado cuarenta y ocho horas desde lo de Colt y todavía está muy medicado. Tienes que confiar en que va a ponerse mejor.

      Ana miró por la ventanilla. Contempló las tierras del Lazy S, las montañas en el horizonte…

      –Parecía tan indefenso.

      –Dale tiempo, Ana. Tienes que tener paciencia. No le agobies.

      –¿Agobiarle? No tengo pensado agobiarle. ¿Cómo puedes decir algo así?

      Vance levantó una mano del volante.

      –Solo quería

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