Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

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Turbulencias y otras complejidades, tomo I - Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

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la vida en el plantea.

      El fenómeno es apasionante. De la pregunta clásica originada en los griegos acerca de lo específica y distintivamente humano, hemos pasado al descubrimiento gradual, de que algunos atributos que se creyeron siempre propios de los humanos son compartidos con las diferentes escalas de los animales. Hasta llegar, ahora, a las plantas. El punto crucial, sin duda, lo constituye el problema de la mente y la conciencia. Pues bien, también las plantas saben, aprenden, recuerdan, son conscientes y son inteligentes. La diferencia estriba en los tiempos, ritmos y pasos lentos del “reino” vegetal.

      De manera atávica, se ha considerado que las cucarachas constituyen un ejemplo conspicuo de resiliencia de la vida. Los ejemplos típicos son su capacidad de supervivencia ante explosiones o bombas atómicas (Hroshima, Nagasiaki, Chernobil). Pues bien, lo cierto es que al lado de las cucarachas, las plantas constituyen otro ejemplo de robustez y resiliencia de la vida. O como lo sostiene algún autor, de antifragilidad de la vida. Es decir, la capacidad para aprovechar circunstancias negativas y convertirlas en oportunidades de desarrollo y adaptación.

      Asistimos, manifiestamente, a una época de una magnifica vitalidad en el conocimiento. Y entre las expresiones más recientes y sólidas se encuentra la neurobiología de las plantas. Un capítulo refrescante de la complejidad misma de la vida. Hasta el punto de que toda la cadena de la vida depende absolutamente de las plantas, esto es, de su inteligencia, aprendizajes y adaptación. Lo demás es la imagen inflada de los humanos sobre sí mismos y, con ellos, en un nivel inferior de los animales.

      Dos estudios puntuales sobre neurobiología de las plantas son What a Plant Knows. A Field Guide to the Senses of Your Garden and Beyond, de D. Chamowitz (2013), y Brilliant Green. The Surprising History and Scienc of Plants Intelligence, de S. Mancuso y A. Viola (2015). Sin embargo, son cada vez crecientes los trabajos en esta dirección, para no mencionar la Society for Plant Neurobiology, creada en el 2005. Sí, la lingua franca de la ciencia es el inglés.

      Es imposible comprender la complejidad de los sistemas vivos sin atender a la importancia de los animales. Sin embargo, lo que sean los animales está bastante lejos de ser un asunto claro. Pues bien, desde no hace más de dos lustros ha surgido un nuevo campo de estudios y trabajo de corte eminentemente transversal, interdisciplinario y cruzado: los estudios animales (Animal Studies), y en ocasiones estudios críticos animales (Critical Animal Studies); con contribuciones de la literatura y la filosofía, la psicología y la antropología, las ciencias cognitivas y la biología, la ecología y la música, entre varios otros.

      La finalidad de los estudios animales puede sintetizarse en tres aspectos, así: a) precisar la economía de los animales en la cultura humana y su papel en el desarrollo de la cultura misma; b) poner claro qué es un animal, en general, y cuál es su función en la economía del planeta y de los sistemas vivos; c) estudiar cómo contribuyen los animales a la formación de la propia conciencia humana.

      I

      Según Aristóteles, pero con él, en la génesis del liberalismo, Hobbes y Rousseau, la historia consiste en el tránsito de la animalitas a la humanitas. Aquella ocupa un lugar secundario y debe ser desplazada; esta otra tiene preeminencia y jerarquía y se exalta sobre el conjunto de la naturaleza. Ulteriormente, todo el mundo político y social, económico y cultural contemporáneo –además, claramente, de la historia– se asienta, abierta o tácitamente, en aquella distinción.

      Conceptos y prácticas como pastor y rebaño, disciplinar, domar y enderezar, liderazgo y grupo, se afirman en el mundo normal sobre el horizonte (implícito) de la distinción entre humanos y animales. Para no hablar de considerar a individuos y grupos como animales mismos. No hace mucho, los cordones sanitarios suponían esa separación, de tipo al mismo tiempo ontológico y epistemológico.

      Pues bien, la historia del descubrimiento de los animales como seres vivos es muy reciente y culturalmente no llega más allá de unos cincuenta años hacia atrás, incluso a pesar de la constitución de las primeras sociedades defensoras de animales a finales del siglo XIX. El mundo, real o imaginario de los niños, está plagado de animales; los adultos, por el contrario, por regla general, hace rato que han dejado de convivir con los animales y en el mejor de los casos tienen mascotas. Hasta llegar a ese desvarío social y económico que es la industria agrícola y agropecuaria, esto es, el animal como objeto de consumo.

      Occidente, por regla general, es la historia del alejamiento de los animales –y con ellos, de las plantas mismas y de la naturaleza–, y la creación de esa dicotomía enfermiza que es la díada: naturaleza-cultura. Una enfermedad cuyos cimientos se remontan a la Grecia antigua. Occidente se relaciona con los animales como con una posesión: poseer ganado, poseer tierras, poseer aves de corral o perros.

      Y, sin embargo, la verdad es que es imposible comprender la existencia misma de los seres humanos en el mundo al margen de los animales. Ellos permean, incluso, temas tan sensibles como la justicia, los roles de género, la educación y la regulación de la comida y los ciclos de nutrición. No, en última instancia, la historia de estas relaciones no es otra cosa que la separación (tajante) de las ciencias sociales y humanas y las ciencias de la vida.

      II

      Los animales son inteligentes, aprenden y perdonan. Hay animales que crean instrumentos y que tienen tecnologías; hay animales que usan matemáticas y los que se comunican mediante el canto; hay animales monógamos y los hay también polígamos; existe el homosexualismo y el lesbianismo entre animales, y todo depende de los ciclos y los procesos; hay también animales con complejos ritos sociales de todo tipo; y los hay sociales e individuales. Sin la menor duda, toda la complejidad de la vida social humana existe, de un plano al otro, entre los humanos, con la excepción de que no existe jamás el canibalismo (físico o simbólico) intraespecie.

      Siempre se ha dicho que los perros tienen el desarrollo moral de un niño de tres años y que los himenópteros sociales son ejemplos de aprendizaje y adaptación. Hace ya un tiempo que la etología y la primatología descubrieron los fundamentos de la moralidad y la ética entre mamíferos superiores. Y los animales desempeñan un papel fundamental en numerosas terapias de curación, sanación y rehabilitación de humanos.

      Es de tal importancia el papel de los animales, en general, en la formación de la conciencia y la autoconciencia humana que, se ha dicho, si los animales no existieran, habría que inventarlos, y nuestra propia historia sería absolutamente distinta. Los animales se encuentran en el ADN de las culturas, los pueblos y las sociedades de todas las épocas y lugares. Sin ellos, los seres humanos no serían simples: difícilmente existirían.

      III

      En nuestro contexto, los animales se estudian en las Facultades o Programas de Veterinaria o Agronomía. En cualquier caso, lejos, muy lejos de las Humanidades y las Ciencias Sociales. En contraste, los programas sobre Estudios Animales nacen y se reproducen rápidamente alrededor del mundo. De Estados Unidos a Australia y de Inglaterra a Alemania, del África al Asia Meridiana. Existe incluso ya una maestría en el tema, de corte eminentemente interdisciplinar. Y, sin embargo, el primer Congreso Anual sobre Estudios (Críticos) Animales se llevó a cabo en el 2013, lo que muestra la juventud de este campo de estudios.

      Los animales, una dimensión de la realidad que aún desconocemos ampliamente. Efectivamente, podemos afirmar que están vivos. Pero, ¿qué significa tener una vida? Esta puede ser la columna vertebral de esta área de trabajo e investigación.

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