Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
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La pregunta que surge es: ¿qué explica, por qué razón se asumió desde la modernidad que el método científico consistía o consiste en estos pasos? La antropología aporta luces que permiten entender el mito fundacional de la ciencia clásica y normal imperante.
Cada época desarrolla la ciencia que puede y, al mismo tiempo, cada época desarrolla la ciencia que necesita. Pues bien, sin ambages, toda la ciencia moderna, desde Bacon hasta Pasteur, desde Vesalius hasta Galileo, desde Leeuwenhoek hasta Newton, por ejemplo, o también, desde Descartes hasta Adam Smith, es la ciencia de la burguesía como clase social en ascenso. Esta burguesía triunfará políticamente en 1789 y económicamente con la Revolución Industrial.
Si hemos de creer a dos fuentes distintas, pero cercanas, de acuerdo con Hegel en su libro Fenomenología del espíritu (1807) y a Marx en Contribución a la crítica de la economía política (1959), la burguesía no hace nada: simplemente paga para que los campesinos o los obreros hagan el trabajo. De forma habitual, un burgués no sabe coser un botón, no sabe cultivar la tierra o preparar un plato en la cocina, no sabe reparar una máquina, bañar un perro o cuidar de una vaca. Y es que no necesita saberlo porque tiene el capital que le permite pagar por el trabajo. Trabajo físico o intelectual que otros hacen.
El burgués de la modernidad temprana, mediana y tardía sencillamente observa pasar el mundo; observa los acontecimientos, incluso, si se quiere a distancia, y los describe. Desde la comodidad de su estudio, de su casa o de su hacienda, formula hipótesis y demás, pero jamás se ensucia las manos. La ciencia moderna genera una conciencia epifenoménica; es justamente la conciencia de la burguesía, en el sentido cultural, social e histórico de la palabra.
Precisamente por esta razón, el método científico nació y se estableció de la forma como se ha transmitido hasta la fecha.
El método científico nace como resultado de la mentalidad fisicalista producto del triunfo de la mecánica clásica y se corresponde perfectamente con la mentalidad deductiva o hipotético-deductiva que caracteriza a la civilización occidental: “si los hechos no se ajustan a mi modelo o a mi teoría, tanto peor para el mundo”. Los modelos jamás fallan; es, en el peor de los casos, la comprensión y la aplicación de los modelos –por parte de otros– lo que falla. La economía y las finanzas son un ejemplo conspicuo al respecto.
El mundo se observa a la distancia, y la distancia y el distanciamiento son justamente lo que da origen a la actitud, al método y a la aproximación del mundo propio de la ciencia moderna. Al fin y al cabo, la perspectiva, descubierta originariamente por Brunelleschi, implica el hecho cultural, científico y social de que cada quien tiene su (propia) perspectiva. Esto es, su punto de vista.
Así, la burguesía, contra el peso de la Iglesia en el medioevo, descubre que una perspectiva sobre el mundo y la realidad es posible, y ello va intrínsecamente ligado al descubrimiento del individualismo. Cada quien tiene su punto de vista. Y eso es respetable, se dice.
De consuno, el método científico permite y garantiza la objetividad y la universalidad de la ciencia, de los experimentos, de los argumentos. Que es justamente el fundamento de todo el mundo moderno. Y del mundo normal vigente a la fecha.
De esta suerte, el método científico se erige en canónica frente a los razonamientos tanto como frente a los fenómenos y los hechos. De partida, la primera afirmación fuerte de la conciencia moderna es el reconocimiento de los hechos, de los fenómenos: facts-data. Sin datos es imposible hacer ciencia, y los datos son susceptibles de observación y descripción, y demás.
De esta suerte, la forma normal de hacer ciencia es tomando distancia de los fenómenos, y sí, justamente, observándolos, describiéndolos y los demás pasos. Dicha ciencia y método garantiza varias cosas, así: en primer lugar que la prerrogativa de la buena conciencia consiste en observar y explicar el mundo y que, por tanto, es la prerrogativa de la buena ciencia formular modelos acerca de la realidad y la naturaleza. La capacidad comprensiva y explicativa del modelo define exactamente la realidad misma de los fenómenos.
Pues bien, la conciencia epifenoménica, fundante de El método científico es, al mismo tiempo, una conciencia distante e indolente del mundo. Como lo pusieron de manifiesto gente como I. Prigogine y S. Kauffman, desencantó el mundo. El mundo se volvió, simple y llanamente, un amasijo de hechos, datos, observaciones y modelos; y en el mejor de los casos, de teorías subsecuentes.
Una conciencia semejante no se compromete con el mundo ni con nada, porque ya tiene sus intereses creados, sus zonas de confort y sus ganancias aseguradas de antemano. La indolencia, el desapego y el desafecto son las consecuencias necesarias del método científico. “Que al mundo le duela lo que le haya doler, porque la ciencia es objetiva y universal”. Lo cual, en realidad, no es sino la traducción epistemológica de la más cara de las consignas de los poderes e imperios: “dura es la ley, pero es la ley”, desde los romanos.
Por lo demás, el desencantamiento del mundo vuelve psicótico al universo del conocimiento: es exactamente la idea de las dos culturas; las ciencias de un lado y las humanidades de otro.
Como se aprecia, la antropología de la ciencia permite comprender el más apasionante de los fenómenos científicos, metodológicos y semánticos actuales, en curso: nos encontramos en medio de una auténtica revolución científica, en donde emergen muy buenas razones y dudas frente a la idea de un método científico único, y del estatuto de dicho método.
La historia en el futuro inmediato pondrá de manifiesto lo que pueda suceder de la revolución científica en curso en la que nos hallamos todos, inmersos. Entonces, la propia antropología de la ciencia habrá cambiado, junto al cambio mismo de la ciencia y del mundo.
Las nefastas consecuencias de la metafísica
La metafísica es un asunto que aparentemente interesa solo a los filósofos, pero cuyas consecuencias se sienten en toda la sociedad y por toda la cultura.
La metafísica instaura, ya en los comienzos de esta civilización occidental, la división entre teoría y práctica. Y de consuno, enseña a pensar en términos analíticos –esto es, mediante división, segmentación, fragmentación–, así como a clasificar y jerarquizar el conocimiento y a la naturaleza entera. Entonces la sociedad aprendió a clasificar y a categorizar todas las cosas. Como si fuera algo natural.
Más allá de las particularizaciones técnicas de la metafísica – por ejemplo la preocupación por el to on he ion, o acaso también por el to ti en einai–; más allá de los accidentes que afirman que la metafísica se debe a un capricho de un tal Andrónico de Rodas; más allá de que los filósofos hayan afirmado durante milenios que la metafísica es el tronco del árbol del conocimiento, lo cierto es que todas las áreas que alguna vez formaron parte de la misma se han independizado con el curso de los tiempos.
Así, por ejemplo, nació la lógica sin metafísica (una expresión precisa de E. Nagel, un lógico conspicuo); nacieron todas las ciencias sociales y humanas, y la propia física y las ciencias naturales, la última vez que usaron el mote fue justamente con Newton cuando habló de una “filosofía de la naturaleza”. Nació la estética y también la historia al margen de la metafísica y la ontología, y adquirieron, todas, un estatuto social y un estatuto epistemológico propio. En fin, todos los campos que alguna vez formaron parte de la filosofía,