Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

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Turbulencias y otras complejidades, tomo I - Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

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tal, es en 1600 con el libro Tellluris Theoria Sacra (conocido en ocasiones también como Theoria Terra Sacra) de Th. Burnetti. Teoría de la Tierra Sagrada.

      Ocasionalmente alguien con formación filosófica podrá argumentar que el concepto de teoría se remonta al griego theorein, que significa contemplar, observar. Esto es cierto. Y, sin embargo, nada tiene que ver con el término de “teoría científica” tal y como se conoce y se emplea habitualmente.

      Pues bien, prácticamente todas las teorías habidas en la historia de la humanidad occidental son y han sido teorías coherentes. Esto es, tienen la pretensión de ser conclusivas y/o concluyentes. En verdad, una teoría que no es concluyente y/o conclusiva no es, en el sentido normal de la palabra, una teoría es, tan solo, una hipótesis o una conjetura.

      La primera y más radical reflexión acerca del significado de las teorías habidas en la historia se debe a K. Gödel, quien demuestra (= teorema) que se ha tratado y se trata, en verdad, de teorías triviales, por tautológicas.

      Dicho de manera sintética, las forma como se han explicado los fenómenos hasta la fecha es atendiendo al sistema en consideración por sí mismo, o bien, a los componentes y a las relaciones del sistema en consideración. Debemos, sostuvo Gödel, poder pensar en términos no tautológicos, esto es, no autorreferenciales. La lógica paraconsistente pone de manifiesto que una teoría tautológica es trivial. Sorpresivamente, la mayoría de explicaciones sobre el mundo han sido… triviales, y, sin embargo, sostiene un argumento pragmático, “han funcionado”.

      Otra manera de entender lo anterior es gracias a una aproximación importante en el marco de la filosofía de la ciencia: el coherentismo. El coherentismo (Ramsey, Bradley, Quine, Sellars, o Recher, entre otros) es sencillamente la tesis que sostiene que todas las explicaciones de un fenómeno deben cuadrar como un rompecabezas, unas con otras. Eso, coherencia.

      Pensar en términos tautológicos o coherentistas, sin embargo, significa en realidad pensar en términos de incompletud. Gödel: si una teoría es coherente, entonces es incompleta. Una forma de entender esto es diciendo que las teorías estándar o normales son inconsistentes. La historia de la lógica, la matemática y la epistemología no ha podido recobrarse de la crítica de Gödel. Y de consuno, de las reflexiones por parte de la lógica paraconsistente.

      Pues bien, un buen investigador puede reconocer que no es necesario ni inevitable que una teoría científica, del mundo o de una parte del mundo deba ser coherente o completa. Son posibles –e incluso, a fortiori, necesarias– otras teorías. Este es el tema, dicho ampliamente, de la metateoría que emerge de las lógicas no clásicas.

      En verdad, son posibles teorías inconsistentes, teorías paraconsistentes y teorías subdeterminadas. Algo perfectamente inopinado e inaudito cuando se lo ve con los ojos de la tradición y/o de la ciencia normal, predominante todavía allá afuera. Este tipo de teorías son alternativas a las teorías completas (una vez más: concluyentes y/o conclusivas, o por lo menos con pretensiones de ser tal). Este nuevo panorama complejiza enormemente el conocimiento, y al mismo tiempo el mundo y la naturaleza.

      La verdad es que el reconocimiento de que existen y son posibles teorías inconsistentes, paraconsistentes y subdeterminadas permite ganar enormemente en grados de libertad y en comprensión y explicación de los fenómenos del mundo. Y uno de ellos, quizás el más sensible de todos: la vida y los sistemas vivos. La vida-tal-y-como-la-conocemos, tanto como la vida-tal-y-como-podría-ser-posible.

      Un investigador de primera fila, por así decirlo, no se encuentra ya abocado(a) a tener que trabajar con, ni a formular y desarrollar, teorías coherentes. Que por ello mismo son cerradas y percluyentes. Ello conduce a comprender el mundo en términos de ámbitos, áreas, campos o compartimentos, más o menos consistentes.

      Sorpresivamente, pensar el mundo y la naturaleza consiste en indeterminarlos, algo perfectamente desconocido a la luz de toda la heurística conocida, la metodología y la lógica de la ciencia habida y normal. Indeterminar el mundo, la sociedad y la vida es perfectamente posible con la ayuda de tres formas de teoría perfectamente desconocidas hasta la fecha. Teorías inconsistentes, teorías paraconsistentes y teorías subdeterminadas.

      Cuando los científicos, académicos e investigadores se dan a la tarea de desarrollar teorías científicas, del mundo o de una sección del mundo y la realidad. Que es lo que sucede la mayoría de las veces.

      Marshall McLuhan (1911-1980) es un autor desconocido para la mayoría, excepto para los estudiosos de la teoría de la comunicación y un par de intelectuales y académicos adicionales.

      Padre del concepto de la “aldea global”, el vórtice de todo su pensamiento es justamente ese: la idea de que, hoy por hoy (lo dice en 1967), lo importante ya no es el mensaje por sí mismo, sino el canal a través del cual se difunde el mensaje. La credibilidad, la atención y el impacto de una noticia o un texto cualquiera se mide no tanto por lo dicho, sino por el medio a través del cual se difunde. Eso: el medio es el mensaje.

      Esto vale desde el mundo de las noticias (cnn en Estados Unidos o Globo en Brasil, El Universal en México, El Mercurio en Chile y así sucesivamente) hasta el mundo de la academia y la ciencia. Más vale decir algo en un medio prestigioso, popular y de alto impacto que en uno secundario, marginal y alternativo, por ejemplo.

      Es lo que a su manera Thomas Kuhn designa justamente como la ciencia normal. La ciencia normal –que lo que hace es normalizar a los seres humanos– se caracteriza porque tiene sus propios canales de expresión y difusión, hasta el punto de que lo que el Gran Medio dice que es, eso es la Realidad. O la Verdad.

      Así, al decir de McLuhan en otro de sus trabajos, los medios constituyen la extensión misma de los seres humanos (Understanding Media:The extensions of Man, de 1964). En general, la obra de McLuhan bien merece una segunda mirada. Pero no es ese nuestro interés principal aquí.

      Lo cierto es que, mucho antes de la era de las “posverdades”, los “hechos alternativos” y las guerras de quinta generación (igual a las guerras en curso alrededor del mundo: Venezuela, Irán, Yemen, etc.), McLuhan anticipa con lucidez y clarividencia el núcleo del mundo que se proyecta hasta nuestros días: algo merece mejor credibilidad en función del canal o el medio que publica lo que se dice y se quiere decir. Vivimos la era que el autor canadiense designa como “del cliché al arquetipo” (1970).

      Los académicos son los primeros prisioneros de este proceso de normalización de la inteligencia. Para los gestores del conocimiento (knowledge management) lo importante es que los académicos publiquen en medios de “alto impacto” y no lo que los académicos mismo dicen, piensan o publican. Como si la “verdad” prefiriera un canal de expresión mejor que otro.

      Contra esta política generalizada y condicionada por la cienciometría, existe un movimiento creciente entre investigadores, científicos y pensadores que sostiene exactamente lo contrario. Lo importante no es el medio de la publicación, sino lo publicado mismo.

      Esto le abre las puertas de par en par a la vitalidad del conocimiento antes que a su anquilosamiento y formalización. Juan es interesante por lo que dice e incluso por la forma cómo lo dice, no por el medio o el canal que emplea para decirlo. Radicalizando su idea originaria, McLuhan lo sostiene: el medio es el mensaje (1967), un estudio concienzudo acerca de la importancia de los efectos. Y tratándose de efectos, lo normal es el medio, no el contenido mismo.

      De manera significativa, cabe recordar que la inmensa mayoría de artículos

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