Turbulencias y otras complejidades, tomo I. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
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La historia es el tejido complejo de hebras, texturas, densidades y granulaciones de escalas distintas que van marcando el destino humano: ese destino que se hace en el día a día, pero que se plasma, acaso, en última instancia, en la mirada general de los mapas. Pero sí, los mapas no son jamás, la geografía.
James R. Flynn (1934) es un psicólogo neozelandés que publica, sobre la base de grandes observaciones acumuladas, dos artículos en 1998 y 1999 en los que muestra una hipótesis singular: desde 1930 hasta hoy ha habido un crecimiento de la inteligencia humana de manera sostenida.
Desde luego que las bases de sus estudios pueden dar lugar a numerosas críticas, como ha sido en efecto el caso. Notablemente a partir de la medición de la inteligencia en términos del coeficiente intelectual. Un tema sobre el cual los propios psicólogos se encuentran lejos de alcanzar un consenso. Pero la tesis se sostiene: de manera consistente ha habido un aumento de la inteligencia humana en el curso del siglo XX y, digamos, lo que va corrido del siglo XXI. Un fenómeno de inmensa envergadura y consecuencias en numerosos ámbitos y planos.
Esta tesis no es ajena y, por el contrario, es perfectamente complementaria con el trabajo que en otro plano lleva a cabo S. Pinker (1954), un cognitivista canadiense, en un texto único: The Better Angels of Nature: Why Violence Has Declined (2012), y que ha sido traducido al español con el título Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones. Sencillamente, la violencia ha disminuido y hemos ganado ampliamente en moralidad, eticidad y humanidad.
Clara y concomitantemente, entre Flynn y Pinker, los seres humanos parecemos habernos vuelto mucho más inteligentes y, al mismo tiempo, moralmente mejores. Una dúplice tesis con una holgada atmósfera de optimismo. Una dúplice tesis que parece denostar contra los mensajes negativos, pesimistas y guerreristas de los grandes medios de comunicación. Un malestar en la cultura perfectamente orquestado y diseñado, como ya lo mostrara muy bien Z. Bauman.
Naturalmente que la tesis de Flynn como la de Pinker no debe ser tomada de manera lineal y mecánica. Existen conflictos, actos de violencia y los estúpidos siguen gobernando aquí y allá.
Caben dos posibilidades: o bien adoptar las tesis provenientes de la psicología y el cognitivismo –dos áreas muy próximas entre sí, por lo demás– como una verdad establecida; lo cual no es indiferente a críticas, escepticismo, comentarios agrios o destemplados. O bien, de otra parte, como indicadores, y entonces aparece una luz nueva, diferente, sobre la historia y la sociedad humana.
Lo cierto, lo evidente, es que a lo largo de la historia los seres humanos han alcanzado mayores esperanzas y expectativa de vida. Literalmente, hemos ganado, con respecto al pasado, una vida de más. Y es evidente, desde la biología y la ecología, que la longevidad constituye una marca evidente de adaptación (fitness) evolutiva. Y es igualmente incontestable que la ciencia en general y las tecnologías han desempeñado un papel principal en estos logros. Las políticas de salud pública, los avances en farmacología, los progresos en arquitectura e ingeniería civil, por ejemplo. Y es indudable que la educación y la información –por ejemplo, internet, en años recientes– cumplen un papel protagónico al respecto.
La idea no es que hoy sepamos más que antes. Tampoco es la idea que hoy pensamos más o mejor que antes. Simple y llanamente, se trata del reconocimiento de que nos hemos hecho más inteligentes, y ello confiere manifiestamente una ventaja evolutiva. Al fin y al cabo, una especie que aprende puede adaptarse más fácilmente a los cambios que una especie que no aprende, esto es, especializada. (La especialización es el primer paso para que una especie se torne endémica y en peligro. En todos los campos y sentidos). Pero es seguro que si los seres humanos se han hecho más inteligentes, están sentadas las condiciones para poder pensar mejor, para poder saber más, en fin, para poder vivir mejor. Personalmente no pensaría en términos de causalidad aquí.
Se han hecho algunas críticas al efecto Flynn. Notablemente, pareciera ser que en los últimos años, en algunos países, se evidencia una disminución de inteligencia. Como quiera que sea, es evidente que existen aquí entornos de complejidad que se correlacionan con los aumentos de la inteligencia. O bien, para decirlo con Pinker: entornos de complejidad que se correlacionan con la disminución de la violencia.
El conjunto de ciencias, disciplinas, prácticas y saberes deben poder sentirse interpeladas. Es como si dijéramos: la psicología y las ciencias cognitivas han arrojado el balón del lado de las otras ciencias en general. ¿Pueden decir algo al respecto? ¿La política, la economía, la medicina, la educación, la sociología y la antropología, en fin, las ciencias de la vida, las neurociencias, la inmunología, por ejemplo?
Tenemos ante nosotros una dúplice provocación, por decir lo menos. En un caso, se trata de un libro voluminoso, de más de seiscientas páginas, profusamente ilustrado con ejemplos y casos históricos y sociopolíticos, y bien argumentado. En el otro caso, se trata de dos artículos, cargados de estadística, pruebas y análisis de psicometría, pero de algo menos de sesenta y cinco páginas. En resumen, una auténtica provocación intelectual con alcances y derivaciones en varios planos y aspectos.
Lo cierto es que parece haber una imbricación cada vez más fuerte entre la evolución natural o biológica y la evolución cultural y social. Las distancias entre naturaleza y cultura son cada vez menores, y esto se pone de manifiesto crecientemente; una voz al respecto es la epigenética.
Una consecuencia inmediata puede extraerse sin el menor esfuerzo: no existe una “naturaleza humana”, pues por definición una idea semejante es ahistórica, y no sabe, por tanto, de evolución y cambio; en este caso, de crecimiento. Pero una conclusión también inmediata es inevitable, a saber: los seres humanos no terminan de hacerse cada vez posibles. Y la inteligencia –su inteligencia– constituye acaso una de las formas mejor acabadas para hacerse posibles. En ese proceso, nuevas posibilidades, nuevos horizontes se van avizorando o entreviendo, y de alguna manera, por tanto, construyendo. Contra todos los escepticismos, los seres humanos se hacen cada vez más inteligentes. Y, concomitantemente, menos violentos. Una buena noticia, sin importar lo que piensen los demás.
Th. Kuhn establece la distinción –jamás la jerarquía– entre la comunidad académica y la comunidad científica. Cabe aquí detenernos un instante en la segunda.
Un investigador destacado no simple y llanamente se concentra en autores, líneas y/o escuelas de pensamiento y determinadas técnicas y herramientas. Además y fundamentalmente debe poder ser capaz de discutir y elaborar modelos. Así, por ejemplo, modelos educativos, modelos físicos, modelos políticos, modelos matemáticos, modelos económicos. La más apasionante y difícil de las discusiones en este plano consiste en considerar: (a) cómo surge un modelo teórico; (b) cómo se mantiene o se sostiene; (c) cómo se echa abajo o se tumba un determinado modelo del mundo o la sociedad.
Pues bien, correspondientemente, un investigador de primera fila debe poder elaborar una teoría (decir “teorías” suena en realidad muy presuntuoso). Son numerosos que estudian, conocen y debaten teorías; constituyen un puñado selecto aquellos que desarrollan una teoría, en acuerdo con sus fortalezas y/o campos de trabajo.
El concepto de “teoría”, tal y como se lo conoce actualmente