Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

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Yo, el pueblo - Nadia Urbinati

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entre el líder y los miembros de la sociedad a los que se considera las personas “correctas” o “buenas”, y la autoridad superlativa de su público. Sus objetivos centrales son los “obstáculos” que impiden el desarrollo de estos fenómenos; las entidades que están en medio y pueden opinar, como los partidos políticos, los medios de comunicación consolidados o los sistemas institucionales que monitorean y controlan el poder político. El resultado de estas acciones positivas y negativas traza la fisonomía del populismo como interpretación de “el pueblo” y “la mayoría”, contaminada por una evidente —y entusiasta— política de la parcialidad. Esta parcialidad fácilmente puede desfigurar el Estado de derecho (que exige que los funcionarios del gobierno y los ciudadanos se rijan por la ley y actúen en consecuencia), así como la división de poderes, los cuales en conjunto se refieren a los derechos básicos, a los procesos democráticos y a los criterios sobre lo que es justo o correcto. Que estos elementos sean la esencia de la democracia constitucional no implica que por naturaleza sean idénticos a la democracia. Su relación surge tras un proceso histórico complejo, a veces dramático y siempre conflictivo, que ha sido (y es) temporal, abierto a la transformación, finito, y que puede revisarse y reestructurarse: el populismo es una forma posible de esta revisión y reestructuración.12 Los populistas quieren sustituir la democracia partidista con democracia populista; cuando lo consiguen, configuran su mandato mediante el uso incontrolado de los medios y los procedimientos de la democracia partidista. En específico, los populistas fomentan el despliegue permanente de la gente (el público) para apoyar al líder electo, o modifican la Constitución vigente para reducir las restricciones que tiene la mayoría para tomar decisiones. En una frase: “el populismo busca ocupar el lugar del poder constitutivo”.13

      Existen motivos sociales, económicos y culturales indiscutibles que explican el éxito de las propuestas populistas en nuestras democracias. Se podría argumentar que su éxito es equivalente a reconocer que la democracia partidista no ha cumplido las promesas que hicieron las democracias constitucionales tras 1945. Entre esas promesas incumplidas, dos en particular han contribuido al éxito del populismo: por una parte, el aumento de la desigualdad socioeconómica, esto es, que las oportunidades de aspirar a una vida social y política digna sean pequeñas o nulas para la mayoría de la población; por otra, el crecimiento de una oligarquía global desenfrenada y rapaz frente a la que el Estado soberano se vuelve un fantasma. Estos dos factores se relacionan: violan la promesa de igualdad y manifiestan la necesidad urgente de que la democracia constitucional reflexione en forma autocrítica sobre por qué “no ha logrado derrotar totalmente al poder oligárquico”.14 El dualismo entre los pocos y los muchos, y la ideología antisistema que alimenta al populismo, proviene de estas promesas incumplidas. Este libro reconoce estas condiciones socioeconómicas, pero no pretende estudiar por qué el populismo creció o por qué lo sigue haciendo. La ambición de este libro tiene un alcance más limitado: busco entender cómo el populismo transforma (desfigura incluso) la democracia representativa.

      El término populismo es ambiguo y difícil de definir de manera nítida e inobjetable, pues no es una ideología ni un régimen político específico, sino más bien un proceso representativo mediante el cual se construye un sujeto colectivo para llegar al poder. Si bien es “una forma de hacer política que puede adquirir distintas formas, según el periodo y el lugar”, el populismo no es compatible con regímenes políticos no democráticos.15 Esto se debe a que se define como un intento por construir un sujeto colectivo mediante el consentimiento voluntario de la gente y por cuestionar un orden social en nombre de los intereses de esa gente.

      Según el Oxford English Dictionary, la política populista es un tipo de política que busca representar los intereses y los deseos de la gente común, “que siente que las élites consolidadas ignoran sus exigencias”.16 En esta definición hay dos actores definidos: la gente común y las élites políticas consolidadas. Lo que define y conecta a estos dos actores es lo que los últimos despiertan en los primeros, un sentimiento que el líder representativo intercepta, exalta y narra. El populismo implica una idea exclusivista de la gente y el sistema es el factor externo gracias al cual, y en contra del cual, se concibe a sí mismo. La dinámica del populismo es de construcción retórica. Requiere que un orador o una oradora interprete las exigencias de los grupos insatisfechos y los unifique en una narrativa por encima de su persona. En este sentido, como ha señalado Ernesto Laclau, todos los gobiernos populistas adoptan el nombre de su líder.17 El resultado es una suerte de movimiento al que, si se le pide explicar por qué motivo es la voz del pueblo, responde nombrando a los enemigos de la gente.18

      Mi interpretación corrige la diferencia que hace Margaret Canovan entre el populismo en sociedades “con rezago económico” (en las que supuestamente el populismo puede incluso engendrar a líderes de corte cesarista) y el populismo en sociedades occidentales modernas (en donde se supone que puede existir incluso sin un líder).19 Según el marco teórico de Canovan, las sociedades occidentales son una especie de excepción, en cuanto que en esos contextos el “populismo” es casi indistinguible de la situación electoral de las llamadas mayorías silenciosas, las cuales son cortejadas y conquistadas por candidatos hábiles y partidos atrapatodo, o sea esos que aceptan a cualquiera como sus miembros.20 Mi interpretación del populismo como transformación de la democracia representativa pretende cambiar esta perspectiva. Según mi teoría, todos los líderes populistas se comportan igual, sean o no occidentales. Dicho esto, en sociedades que no son plenamente democráticas, las ambiciones representativas de los líderes populistas pueden subvertir el orden institucional existente (si bien no pueden lograr que el país sea una democracia estable).21 Esto fue lo que sucedió con el fascismo italiano en la década de 1920, así como con el caudillismo y con las dictaduras que uno encuentra en América Latina.

      Más aún, planteo que, antes de llegar al poder, todos los líderes populistas amasan su popularidad atacando a los partidos políticos y a los políticos del sistema (de derecha y de izquierda). Cuando llegan al poder, reconfirman su identificación con “el pueblo” de manera cotidiana, convenciendo al público de que libran una batalla monumental en contra del sistema establecido para conservar su “transparencia” (y la de su gente), así como para evitar convertirse en el nuevo sistema. Para este fin, es esencial establecer una relación directa con la gente y el público. Hugo Chávez “dedicó más de 1 500 horas a denunciar el capitalismo en Alo Presidente, su programa de televisión”;22 Silvio Berlusconi fue, durante años, una presencia diaria en sus canales de televisión privados y en la televisión estatal italiana, y Donald Trump está en Twitter noche y día.

      La construcción representativa del populismo es retórica e independiente de las clases sociales y de las ideologías tradicionales. Como afirman en Europa, se sitúa más allá de la división entre derecha e izquierda. Se trata de una expresión de acción democrática porque la creación del discurso populista ocurre en público, con el consentimiento voluntario de los protagonistas relevantes y de la audiencia.23 Con esto en mente, la pregunta central de este libro es la siguiente: ¿qué clase de consecuencias democráticas produce el populismo? Mi respuesta es que, hoy en día, la democracia representativa es tanto el entorno en el que se desarrolla el populismo como su objetivo, o aquello en contra de lo cual exige ejercer su poder. Los movimientos y los líderes populistas compiten con otros actores políticos respecto de la representación del pueblo y aspiran a la victoria electoral para demostrar que “el pueblo” al que representan es el “bueno” y que merecen gobernar por su propio bien.

      Este libro busca demostrar cómo el populismo intenta transformarse para ser un nuevo modelo de gobierno representativo. En la bibliografía sobre el tema, que examinaré en la tercera sección de esta introducción, se plantea que el populismo se opone a la democracia representativa. Se le asocia con el reclamo del poder inmediato de los soberanos populares. A veces también se le vincula con la democracia directa. Por el contrario, este libro busca revelar que el populismo surge del interior de la democracia representativa y quiere construir su propio pueblo y gobierno representativos. El populismo en el poder no cuestiona la práctica electoral, sino que más bien la convierte en la celebración

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