Lecciones de compromiso. Люси Монро
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Los ojos azules de mirada penetrante la recorrieron de los pies a la cabeza y de la cabeza a los pies, provocando que se estremeciera. Carlene no se lo podía creer. Su intención había sido que viera a la mujer que había sido en otra época, antes de aceptar el puesto de camarera en el Dry Gulch. Una época en que la ropa y la actitud reflejaban cómo era interiormente.
En vez de los atuendos provocativos que usaba en el bar, se había puesto una falda vaquera, una camisa blanca holgada y sandalias bajas. Después de meses de usar tacones de aguja para añadir centímetros a su baja estatura, se sentía casi en zapatillas.
La única concesión que había hecho a su habitual aspecto llamativo era el cinturón de plata y turquesas. Apenas se había maquillado, y hasta se había hecho un moño para recoger los rizos que solía llevar sueltos. Parecía exactamente lo que quería parecer: una buena chica, de aspecto corriente y perfecta para el puesto de ama de llaves.
Contuvo un resoplido sarcástico ante la idea. Por muy holgada que fuera, la camisa no bastaba para disimular sus curvas generosas. Unas curvas que le habían causado problemas desde los doce años y que indudablemente habían motivado las miradas y la leve sonrisa de aquel hombre de gesto adusto.
Sin embargo, no pensaba hacerse una reducción de pecho para tener un aspecto más decente, como le había sugerido su madre. Le gustaba su cuerpo; sólo le molestaba lo que la gente daba por sentado sobre su forma de ser.
Estaba empezando a sentir el mismo malestar de siempre y se obligó a mantener el aplomo. Había superado aquella etapa de su vida. No iba a permitir que siguiera afectando a su presente y, menos aún, que determinara su futuro.
–¿Eres Carlene Daniels? –preguntó él.
Ella asintió, dominada por una extraña mudez.
–Win Garrison. Esperaba a alguien mayor.
–Yo también.
Las palabras le salieron de la boca antes de que se diera cuenta de que las iba decir. Había acordado la entrevista con la antigua ama de llaves, que no hablaba mucho inglés y no le había dado más datos sobre la familia para la que trabajaba que los que aparecían en el anuncio. Lo único que sabía Carlene era que Rosa había dejado de trabajar el día anterior y que le había organizado una entrevista con sus antiguos jefes para aquel día.
Sin embargo, había oído hablar del rancho de Win. El Bar G era famoso por su criadero de caballos mustang, por no mencionar que tenía el programa de entrenamiento y los purasangres más prestigiosos de aquel lado de las Rocosas. Lo que jamás habría imaginado Carlene era que el dueño sería tan joven. Garrison debía de tener treinta años como mucho.
Sin molestarse en contestar al comentario, Win se volvió y avanzó por el vestíbulo, dando por sentado que lo seguiría.
–Te entrevistaré en el jardín trasero –dijo.
Mientras lo seguía, Carlene no podía dejar de catalogarle los atributos como si le estuviera haciendo el inventario. A pesar de su fortuna, Win iba vestido de trabajador. Llevaba unos vaqueros descoloridos que se le ceñían al trasero casi con indecencia, y el pelo negro le rozaba el cuello de la camiseta, que se le tensaba sobre los músculos al andar.
Era demasiado atractivo para la paz mental de Carlene. Tal vez aquel trabajo no fuera una buena idea; las botas que taconeaban el suelo delante de ella la arrastraban ineludiblemente a un futuro tan incierto como el pasado que había dejado atrás.
Se preguntaba dónde estaría la esposa y por qué se ocupaba él personalmente de entrevistar a las candidatas.
Win la llevó por el vestíbulo hasta un pasillo interior que rodeaba el jardín trasero. Era un diseño pensado para los inviernos fríos del centro de Oregón. Salieron por una puerta corredera. Carlene lo siguió hasta un gran patio de ladrillo y no pudo evitar admirar la belleza de la decoración durante el camino. Había una fuente de cemento de dos niveles rodeada de pequeños arbustos, césped y caminos de piedra que llevaban a la casa.
–Es precioso –dijo.
–Gracias.
Win se adelantó para acercarle una de las sillas de hierro forjado del patio.
–¿Te apetece tomar algo? –preguntó.
–No, gracias. Estoy bien así.
Él asintió y se sentó enfrente.
Al ver que no empezaba a interrogarla de inmediato, Carlene decidió hacerle algunas preguntas.
–Me temo que no sé casi nada ni de ti ni de tu familia. Cuando llamé por el anuncio del periódico y hablé con tu ama de llaves, lo único que me dijo, prácticamente, fue que pensaba irse ayer. ¿Tienes hijos? ¿Tu mujer también me va a entrevistar?
Aunque la ponía muy nerviosa tener que pasar por dos entrevistas, sabía que sobreviviría. Sólo significaba que tendría que esperar bastante para saber si el puesto era suyo o no. Lo que quería preguntar en realidad era si se habían presentado muchas candidatas.
Él se reclinó en la silla; las botas chirriaron contra el suelo.
–No –contestó.
Carlene esbozó una sonrisa ante el laconismo de la respuesta.
–¿Te importaría explayarte un poco más?
–No tengo hijos ni estoy casado. No habrá más entrevistas.
Ella no tenía claro si la información la aliviaba o la inquietaba.
–En ese caso, ¿qué te parece empezar con ésta?
Él entrecerró los ojos.
–¿No te molestaría? Parecías muy interesada en entrevistarme tú.
Carlene maldijo para sí. Se había vuelto a dejar dominar por el instinto docente. Había creído que después de tanto tiempo lejos de las aulas conseguiría no tratar a los adultos como a sus alumnos. Aunque, en realidad, a veces los clientes del bar necesitaban ese tratamiento.
–De acuerdo –dijo con una sonrisa–. Podemos empezar por despejar el resto de mis dudas. ¿Tendría que mudarme aquí?
–No.
Carlene reprimió un suspiro de alivio. Trabajar de interna para un hombre tan atractivo como el que tenía delante podría ser una fuente inagotable de rumores, y lo último que quería era que corrieran más rumores sobre su vida.
–Entonces, ¿cuál sería el horario?
–Rosa trabajaba de siete y media a cuatro –contestó él.
–Bien. ¿Y qué tareas realizaría exactamente?
Win frunció el ceño y se encogió de hombros.
–¿No lo sabes? –preguntó ella, mirándolo horrorizada.
–¿Por qué crees que necesito un ama de llaves? Para que se ocupe de las cuestiones domésticas. No quiero tener que preocuparme por eso. Hay un servicio de limpieza que viene dos o tres veces