Lecciones de compromiso. Люси Монро

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Lecciones de compromiso - Люси Монро elit

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qué no te sientas y lo hablamos?

      Win sonrió al ver que accedía a la petición, y ella decidió que prefería que frunciera el ceño. Tenía una sonrisa absolutamente sensual, y lo último que necesitaba era pensar en su jefe en términos de sensualidad. Mucho menos tratándose de aquel jefe. A él no le interesaba el matrimonio, y a ella no le interesaba tener una aventura, por lo que el sexo quedaba fuera de la ecuación.

      –¿Qué experiencia tienes? –preguntó él.

      –No demasiada. Nunca he trabajado de cocinera, pero sé cocinar y me he ocupado de mi casa desde que me fui a la universidad.

      Desde luego, su habitación de la residencia de estudiantes y los pisos en los que había vivido no eran nada comparados con aquella mansión de tres plantas. Aun así, se las arreglaría.

      –Si cocinas tan bien como hablas, los peones te adorarán.

      Volvió a recorrerla con sus ojos azules. Pero esta vez, en lugar de escalofríos, le hizo sentir calor en zonas a las que la mirada de un jefe no debería afectar.

      –En realidad –añadió–, cuando te vean se sentirán en el paraíso, aunque tu comida sepa a tarta de boñiga.

      Era algo a lo que estaba acostumbrada. Podría afrontarlo. O al menos era lo que quería creer. Llevaba años oyendo lo que decían los hombres sobre su cuerpo, y hacía tiempo que había aprendido que era mejor hacer caso omiso de los comentarios.

      –¿Has comido alguna? –preguntó.

      –¿Alguna qué?

      –Tarta de boñiga.

      –No –dijo él esbozando una sonrisa.

      –Entonces, supongo que no sabrás si mi comida sabe peor que eso, ¿verdad?

      La sonrisa se convirtió en carcajada.

      –Supongo que no. Empiezas mañana, Tex.

      –Me llamo Carlene.

      –Pero tienes acento texano.

      –Pues tendré que hacer algo al respecto, porque no pienso vivir allí nunca más.

      Había sufrido demasiado para querer volver.

      Win se relajó en el sofá del salón y agitó la copa de whisky antes de echar un trago. Habían pasado varias horas desde que Carlene se había marchado. Pensar en su nueva ama de llaves lo hizo sonreír.

      Carlene tenía un cuerpo capaz de hacer que la mayoría de los hombres se sintieran incómodos con los pantalones y hablaba como una maestra de colegio remilgada y diminuta. El recuerdo de las curvas que la camisa no había podido ocultar le hizo repensar la idea. No era precisamente diminuta; al menos, no en algunas partes. Tampoco era demasiado grande. Era una venus de bolsillo perfecta, con curvas muy femeninas que confluían en una cintura estrecha por naturaleza. Era el sueño de cualquier adolescente, el sueño de cualquier hombre.

      Y, desde luego, Win no había dejado de pensar en ella. Aún no podía entender qué lo había impulsado a ofrecerle el trabajo; no tenía experiencia. Lo único que esperaba era que supiera cocinar. Los peones estarían encantados al ver a una mujer tan sensual como ella, pero eso les duraría poco si no les daba bien de comer.

      Suspiró y pensó que tal vez le conviniera enviar a Shorty para que la ayudara hasta que se acostumbrara a las tareas. El hombrecillo cocinaba fatal, pero sabía las cantidades y los platos que comían los jinetes.

      Probablemente, Carlene lo desquiciaría. Le gustaba tener la última palabra y era obvio que estaba acostumbrada a mandar. Pero mientras se limitara a dar órdenes en la casa, no tendrían ningún problema. Win no quería tener que preocuparse por nada que no fuera dirigir el Bar G y las caballerizas Garrison. Con las yeguas a punto de parir no tenía tiempo para pensar en cosas como la comida y la limpieza de la casa.

      Sentía curiosidad por saber dónde habría adquirido Carlene aquella veta mandona y en qué había trabajado antes, ya que no tenía experiencia como ama de llaves. No podía creer que no se lo hubiera preguntado durante la entrevista. Ni siquiera le había pedido que llenara una solicitud de empleo. La había contratado por puro instinto, algo muy impropio de alguien tan precavido como él.

      Aunque odiaba reconocerlo, también habían influido las hormonas. Le costaba asumir que con treinta años aún podía dejarse afectar tanto por la visión de una mujer hermosa. Lo que pasaba era que hacía demasiado tiempo que no veía ninguna. Llevaba meses sin salir con nadie y bastante más sin tener relaciones sexuales. Estaba harto de juegos y de sexo desinteresado, y las dos cosas parecían estar asociadas a su falta de interés por el matrimonio.

      Había momentos en los que la casa parecía vacía, en los que él se sentía vacío. Aun así, seguía convencido de que el matrimonio era para los idiotas. Había aprendido muy bien la lección desde muy pequeño. Su madre se había casado cinco veces y se había divorciado cuatro. El único motivo por el que no se había separado del último marido era que había muerto antes de volver a aburrirse de la dicha conyugal.

      En otra época, Win había estado dispuesto a creer que no todas las mujeres eran como su madre. Era demasiado joven y estúpido. Acababa de terminar el instituto, estaba agobiado por la responsabilidad de tener que cuidar de su hermana de trece años y había conocido a una chica tímida y encantadora que quería casarse: Rachel. Había creído que Rachel lo ayudaría con su hermana y que podría hacer que aquella casa devastada por la muerte de su madre volviera a convertirse en un hogar.

      Se había equivocado. Rachel pretendía que vendiera el Bar G y se mudaran a la ciudad. Tenía ilusiones y no iba a dejar que nadie se interpusiera en su camino; menos aún su joven esposo y la hermana necesitada. Desde entonces, él no había querido saber nada más del matrimonio. Había aprendido la lección de la peor manera, pero la había aprendido.

      Carlene se había ofendido cuando se lo había planteado directamente. Había reaccionado con todo su orgullo femenino, y él había tenido que hacer un esfuerzo para no reírse. Era muy ingenua si creía que la mayoría de las mujeres que conocía no lo veían como un billete para una vida de lujo, caviar y cubiertos de plata.

      Aunque ella pensara lo contrario, no había sido grosero por dejar las cosas claras desde el principio. Había sido justo, y era un hombre justo. Carlene tenía derecho a saber cuáles eran sus intenciones; la deseaba y quería tener algo con ella, pero no estaba interesado en casarse.

      La deseaba desde que había abierto la puerta, molesto por la insistencia con la que llamaban al timbre. La mujer que estaba en la entrada había sido tan distinta de lo que se había esperado que se había sentido idiota. Idiota y muy excitado.

      No cabía duda de que había pasado demasiado tiempo sin compañía femenina. Afortunadamente había tenido el acierto de contratar a Carlene y no tardaría en rectificar la situación.

      Capítulo 2

      A Carlene le cayó bien Shorty desde que lo conoció. El peón que le había asignado Win para ayudarla en la cocina tenía canas, ojos grises y una sonrisa que compensaba su baja estatura.

      –Win dice que no tienes mucha experiencia, pero yo te echaré una mano hasta que aprendas cómo funciona todo. ¿Sabes cocinar?

      Ella

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